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azuldeblancos

ti, ti, ti, ti, ti

ti, ti, ti, ti, ti

¿Puedo cogerlo?, pregunté al padre de la criatura al ver que ya había dejado de llorar.
Claro, dijo pasándomelo con mucho cuidado.
Lo recibí en mis brazos con mucha delicadeza tratando de compensar mi poca experiencia en estos quehaceres. Me senté en el sofá mientras el pequeñín se acomodaba en el arrullo en que se convirtió mi regazo.
Yo le miraba, inevitable cuando se tiene un precioso bebé en brazos, y le decía las típicas cositas tontas “pero si ya eres todo un caballerito, cómo has crecido …” “… a ver estos deditos, y estos mofletillos, y esta pelotita que tienes en la nariz...”. La mirada que él me devolvía estaba llena de curiosidad, sus ojos reían cuando le pellizcaba la rechonchita nariz o cuando jugaba a taparle y destaparle la cara. Después de un rato torturándole noté que se le cerraban un poquito los ojos y de su boca se escaparon un par de bostezos, de modo que le estreché un poco más contra mí y comencé a mecerle con un suave balanceo. Pensé en cantarle una nana, pero ya he dicho que no tengo demasiada práctica con esto y no era capaz de recordar ninguna. Acerqué mi mejilla a la suya buscando el suave calor de sus coloretes, mientras el balanceo nos llevaba a los dos a un lugar aparte donde solo había tranquilidad, el suave movimiento y mi voz muy muy flojita al ritmo de mi enternecido corazón, susurrándole al oído ti, ti, ti, ti, ti ... No sé cuánto tiempo pasamos así, se quedó dormido y disfrutamos los dos de ese feliz momento.
Se lo contaré cuando sea mayor, ¿se acordará?

Ensoñaciones

Ensoñaciones

Si yo fuera un pintor, mimaría a todos los colores cual si fueran hijos míos; les educaría para que supieran transmitir su frialdad o calidez acorde con el momento; les enseñaría a combinarse, a sorprender y a comunicar; les dejaría aprender a crecerse en cada soporte en blanco, a cómo hacerlo en lienzo, en papel, en yesos, en maderas, en piedras … ; me llenaría de orgullo viéndoles agradar a quien los mirase y hacer de éste un mundo más bonito.

Si fuera un cocinero, buscaría crear los más sabrosos platos y dárselos a probar a todos; buscaría nuevos ingredientes y formas de prepararlos para que el comensal pudiera encontrar en ellos toda clase de sensaciones; cuidaría todos mis utensilios de cocina para que fueran capaces de seguir cocinando maravillas eternamente; disfrutaría con cada uno de los platos, desde el más sencillo hasta el más sofisticado.

Si fuera un escritor, encontraría las palabras precisas y el modo de encadenarlas en una secuencia perfecta; describiría los sentimientos, paisajes y detalles para que el lector se sintiera entre ellos; relataría las historias más emocionantes, divertidas e interesantes; sería feliz al saber que mi obra es responsable de horas de disfrute.

Si fuera un músico, compondría nuevas melodías que transmitieran cada uno de los sentimientos humanos; buscaría la forma de que mis sonidos viajaran con el viento a cada rincón de la tierra buscando hasta el último oído ávido de compañía; dejaría a cada instrumento liberar su vibración al elástico aire para mezclarse con los demás y así crear música.

Si fuera un investigador, ordenaría mis ideas en un cuidado desorden que permitiera a mi pensamiento admitir nuevas premisas y explicar inexplicables hechos; mostraría cada avance a mis colegas para conseguir aunar talentos y alcanzar asombrosos descubrimientos; seguiría mi instinto y mi corazón por las líneas de investigación cuyo fin fuera mejorar la vida y la naturaleza.

Si fuera un escultor, trabajaría los más puros materiales para obligarles a descubrir las maravillosas figuras que son capaces de esconder en sus entrañas; haría salir de ellos a las bustos y rostros de los más geniales, de los más admirables, de los más inolvidables hombres y mujeres de la historia; encontraría en las materias a trabajar también las más bellas formas de la naturaleza, y las dejaría descansar en el lugar que ésta me señalara como el destinado para cada una de ellas.

Si yo fuera … ¡¡¡riiiiiing!!! ... tengo que despertarme e irme a trabajar..

Imagen: Durmiente. Lienzo de Tamara de Lempicka

Palabras impropias de una señorita

Palabras impropias de una señorita

Es un propósito firme, tengo que conseguir que todos esos bichos que salen por mi boca en los peores momentos de cabreo, se queden sólo en inocentes taquitos. No son propias de una señorita esas malsonantes palabras, diría la hermana Balbina, una de las “seños” que me enseñaban modales y otras cosas en mis años de colegio.

Esos días que tengo malos, ya es exagerado, cada tres palabras que pronuncio, se escapa un tacazo de los que hacen daño al oído.
Por eso, he decidido tratar de corregirme, y sustituir esos palabros, por otros tesoros del diccionario menos agresivos. Voy a mostraros algunos de estos suplentes, mientras las figuras estelares irán a descansar al banquillo, aunque no puedo prometer nada, ya se sabe que los del banquillo de vez en cuando saltan y se les pita una técnica.

Podrida: será el adjetivo más utilizado, así podré dejar tranquilas a las sufridas y currantas meretrices. Últimamente no las dejo ni un momento en paz.
Cafre: me gusta como suena, y creo que dicha con ganas, ejercerá el mismo efecto relajante que consigo con esa otra que empieza por ca y acaba por cabrón (uy, perdón se me ha escapado, será la ultima vez).
Arrogante: la utilizaré para catalogar a aquellos a los que, aunque se lo merezcan, suelo destacar con esa maltratada palabra que tantas faltas ortográficas aguanta; unos la escriben con g, otros con j, otros con y, otros con ll, y otros la abrevian ridículamente creyendo que así no irán al infierno.
Shit!: ya sabéis a cual va a sustituir esta, no he hecho más que llevarlas al “english” y opnerle la exclamación al final, que le da mucho énfasis al tema; podeis opinar que queda un poco hortera, pero seguro que en el momento preciso se me ocurrirá otra mejor.
Pedorro/a: siempre me ha parecido una palabra graciosa, y según a quién y cómo se lo digas, puede llegar a molestar un pegote. Hablando de …
… pegote: dejaré en su lugar de utilizar como comparativo ese curioso par de bolitas colgantes del cuerpo masculino. Sin embargo, cuando me refiera a que algo ha sobrepasado los límites de mi santa paciencia, la expresión correcta será “estoy hasta los colondrines de...”; ya sé que esta palabra no existe, pero suena genial, y sale muy fácilmente en los momentos de frustración.
¡Vaya por dios!: será la exclamación apropiada en lugar del, deseado por todos, acto de apareamiento humano, o en lugar del también objeto de deseo “moño” femenino. Vamos, esta no me creo ni yo que me vaya a salir, no nos engañemos.

Con estas y alguna más que sea capaz de aguantarme, a ver si consigo expresarme apropiadamente sin que junto a mi cabeza se dibuje cada dos por tres un bocadillo con sapos, culebras, rayos y puntos suspensivos.

Nota: sí, como os podeis imaginar, hoy he tenido una de esas podridas mañanas y la inspiración se ha largado asustada ;)

Es ella

Es ella

Javier estaba comiendo con dos compañeros del trabajo, inmersos en una animada conversación del tipo de “para el pedido de esta semana hay que llamar a Fulano sin que se entere Mengano...”, cuando la vio entrar en el restaurante sola. Vestía una blusa blanca que se estrechaba en su cintura con finas cintas blancas, unos vaqueros que marcaban una deliciosa figura y un pañuelo de tonos azules que le rodeaba el cuello. Su cabello era rubio, liso y lo llevaba recogido únicamente con un lápiz que dejaba escapar unos mechones sobre su frente y orejas. No llevaba maquillaje y sin embargo sus labios se le mostraban irresistiblemente apetecibles.
No pudo dejar de observarla, era la mujer más bonita que había tenido la suerte de ver. De hecho, en ese momento pensó que no existía en la naturaleza belleza más autentica.

Ella se sentó en una mesa próxima a la suya, se liberó del pañuelo que llevaba al cuello y movió la cabeza lentamente en distintas direcciones, seguramente tratando de liberar la tensión acumulada de una larga mañana de trabajo. Hojeó la carta rápidamente, estaba claro que ya sabia lo que iba a pedir; la camarera se acerco y apuntó, tal como ella pidió, una ensalada especial y para beber una cola light. Se dispuso a esperar mientras sacaba un libro de su bolso. Javier se fijó en la portada y le gustó lo que vió, era un libro de cuentos de Isak Dinesen, con un separador de cuero marcando la hoja por la que comenzó a leer.

Javier cerró los ojos y agitó ligeramente la cabeza como tratando de despertarse, se estaba dando cuenta de que llevaba varios minutos absorto en ella y que sus compañeros continuaban hablando sin echarle en falta, lo cual le alivió, porque deseaba seguir observándola. Sentada con las piernas cruzadas, dejaba uno de sus pies balancearse con suavidad, mantenía la espalda apoyada en el respaldo de su silla y sostenía el libro sobre la mesa con su mano izquierda, mientras la derecha reposaba sobre su pierna y a ratos jugueteaba con alguno de los mechones escapados del lápiz. Estaba totalmente entregada a la lectura, parecía como si no hubiera nadie más, solo ella y su libro. Su cara iba mostrando lo que leía; le pareció muy graciosa, era muy expresiva, la vio sonreír, asombrarse, relajarse, abría mucho los ojos mientras levantaba las cejas, se relajaba y al momento entrecerraba los ojos comunicando una tierna sonrisa.

Cuando trajeron su ensalada y su refresco, ella levantó la vista dándole las gracias a la camarera, y Javier sintió un pánico terrible al ver que comenzaba a girar la cabeza en su dirección; encontró su mirada, la mantuvo, y vió en sus ojos inteligencia, belleza y la sensación de que se conocían, de que se habían encontrado después de un tiempo sin verse, de que se estaban hablando. Ella le dedicó una pequeña sonrisa antes de volver a su libro y a comenzar con la ensalada.

Javier pensó ¿y ahora qué?, por dios, tengo que decirle algo, sé que tengo que hacer algo. Uno de sus compañeros pidió la cuenta, a Javier se le escapaba el tiempo y el billete de la felicidad; pagaron y se levantaron; entonces les dijo, -id subiendo a la oficina, yo voy ahora, es que quiero comprar una revista en el quiosco-. Cuando los perdió de vista, volvió sobre sus pasos y se sentó en la barra, pidió un café y continuó observándola, era maravillosa, ahora leía con la cabeza inclinada con inocente ternura. De pronto supo lo que tenía que hacer, salió a la calle, un par de locales más abajo había una floristería, entró, compró un ramo de margaritas y volvió al restaurante. Fue hacia su mesa armado de valor y con el estómago insistiéndole que no era buena idea; se paró ante ella con un sencillo -hola-; ella levantó la mirada y Javier lo hizo, se descubrió diciendo: no sé si me entenderás o si te pareceré un estúpido, pero tengo que decirte algo o no me lo perdornaré jamás: te he visto entrar y me has parecido la mujer más preciosa que he visto nunca, he encontrado en tus ojos mi pasado y mi futuro, y con estas flores quería buscar en ellos mi presente; espero que te gusten, por lo que te conozco, creo que son tus favoritas.

Y ella sonrió; sí, lo eran.

Ensayo sobre las lágrimas

Ensayo sobre las lágrimas

Como una necesidad fisiológica las definiría un oftalmólogo, fundamentales para mantener la retina hidratada y mantener así la curvatura apropiada para un enfoque preciso. Son liberadas en estado normal, de forma continua en pequeñas e inapreciables dosis manteniendo el brillo vital de los ojos.

Un sistema de alerta ingeniado por el cuerpo humano para avisar de un dolor, de un fallo en algún punto de nuestro organismo. Surgen espontáneamente y fluyen por las mejillas en rápido descenso sin resultar alivio alguno del dolor causante. Al desaparecer apenas dejan señales de su paso, los ojos recuperan en breve su aspecto de normalidad.

Son llamadas a filas por las más poderosas emociones, alegría y tristeza extremas, aparentemente sin otra misión que cumplir más que maquillar las expresiones que adopta el rostro en esas circunstancias. Éstas parecen no mojar, parecen no pesar, parecen ausentes, carecen de importancia bajo el mando de esos sentimientos.

Contagiosas como un bostezo si entre dos personas gobierna el cariño sincero. Entonces son inevitables y persistentes, actúan al margen de la voluntad, pues si se detienen en uno, pronto serán reclamadas por las del otro. Consiguen en este caso dulcificar el dolor de ambos, pues al mostrarse hacen surgir la complicidad y un cálido sentimiento de arropo.

Desconsoladoras cuando las causa la soledad, no tienen intención de pavonearse ante nadie, sólo de acompañar en ese enorme espacio y tiempo. Salen lentamente, congestionando, encharcando el interior del párpado, desbordándose lentamente sobre las pestañas y cayendo finalmente en una cascada que al estrellarse lanzará miles de minúsculas gotas de dolor.

Amigas que se llevan el peso del dolor profundo temporalmente en esas ocasiones en las que, no sé cómo pero se sabe, eso de “necesito llorar y desahogarme”, cuando algo ilocalizable en nuestro interior llamado alma, duele y no hay método curativo posible.

A veces se equivocan, aparecen sin que sepamos porqué, sin que tengamos una razón obvia que las llame, lo que hace más difícil la tarea de hacerlas desaparecer. Puede que vayan acumulándose si no las dejamos salir cuando quieren, y aprovechen los momentos de debilidad en que descuidamos nuestro consciente para irrumpir en nuestra cotidianeidad.

Nunca son fáciles de olvidar, son poéticas y valiosas, y volverán fieles siempre que las llamemos, ya sea con una risa o un sollozo.

Pedrito el Greñoso

Pedrito el Greñoso

El berrido del despertador (le ponga el sonido que le ponga, a mí siempre me suena como un insoportable berrido) me ha obligado a despertarme después de mucho insistir. Con mi cabeza todavía medio soñando, he arrastrado mis pies hasta la ducha y me he metido bajo el agua calentita. Siempre me quedo un rato así, quieta, bajo el chorro, hasta que me despierto un poco; cuando me he dado cuenta, estaba recitando un cuento que me gustaba mucho de pequeña:

¡Uy, qué asco!, ¡qué espantoso!,
ver a Pedrito el Greñoso
...
Sus uñas desmesuradas
nunca le fueron cortadas,
ni su pelo fue peinado. En fin,
que parece un puercoespín
...
como de algo espantoso,
huid de Pedrito el Greñoso


Odio despertarme y no recordar lo que ha pasado durante esas ocho horas en las que entrego mi consciencia a morfeo, porque las pocas veces que lo recuerdo, me encantan las historias y escenarios que consiguen crear mis neuronas en ese estado de anarquía total. No sé qué habré soñado esta noche que me ha hecho despertar con ese cuento en la cabeza, y me dá mucha rabia, porque seguro que era un sueño de esos en los que vuelvo a ser una niña, vuelvo a disfrutar con pequeñas cosas, como mi cuento favorito, o mi caja de lápices, o mi colección de pegatinas, o chinchar a mis hermanas ...

Lo apunto

Lo apunto

El clásico trocito de papel amarillo que inventó un empleado de la 3M al reutilizar los restos de los pliegos adhesivos que iban a la basura. Pegados sobre la mesa, en la ventana, en el calendario, en el marco de la pantalla, enganchados en una pincita de las que te recuerdan las tareas; se entremezclan con otros de diversos colores y formas, azules, verdes, naranjas, blancos, rosas, redondos, pequeñitos, cortados a mi antojo, cuadrados, rectangulares, nubes, estrellas, flechas.

A veces decido hacer limpieza para que nuevas ideas, mensajes, números y nombres ocupen esos lugares; cada uno está en su lugar, no los muevo, porque sé que ése es su sitio, el que le asigné cuando lo escribí.
Permanecen inmóviles, obedientes, acompañándome en las largas horas de trabajo, aunque alguno no aguanta, se me revela y se despega.

Ni el organizador de mi outlook, ni el del pocket PC, ni el del móvil pueden suplirlos. Los uso todos ellos, guardan citas y contactos, me recuerdan tareas, pero no me pueden mostrar lo que me dan estos pedacitos de colores. Puede que empiece a escribir en uno y las palabras se amontonen, entonces pego otro a continuación, como haciendo una hoja infinita de cortos y numerosos renglones.
En unos la letra es casi ilegible, si estoy apuntando algo a toda prisa, con un lápiz o un boli elegido al azar del bote. Otras veces, me regodeo, con la pluma, hago la letra bonita, la mía, espero a que se seque la tinta para no correrla al pegarla con el dedo y entonces lo pongo en su lugar; "tú, aquí" pienso.
En alguna ocasión he intentado prescindir de ellos al no poderse actualizar, ordenar o buscar como una base de datos, pero a los pocos días han vuelto a rodearme. Y cuando me quiero dar cuenta, han invadido de nuevo mi mesa; mi despacho no parece un lugar serio, pero quien tiene que estar agusto soy yo ¿no?

Nota: hoy tocaba poco profunda.

Besitos

Besitos

Hasta ahogarte. En el cuello, en la oreja, en tu lobulo, en tu hombro,en tus manos, en tu espalda, en tu nuca, en tu barbilla, en tu mejilla, en tu mandibula, en tu labio inferior, en el superior, en la nariz, en los parpados, entre tus ojos, en tu frente, en el nacimiento de tus cabellos, en tu pelo, bajo tus orejas, en tu garganta, en tus claviculas, en tu pecho, en tu pecho, en tu pecho, en tu pecho ...
... en tu boca.

Imagen: El Beso, lienzo de Roy Lichtenstein

Dos Mujeres

Dos Mujeres

Dos mujeres

Las dos se enamoraron en los 60, a ritmo del Dúo Dinámico y Los Brincos.

Teresa, le conoció en el trabajo, eran compañeros y de ahí surgió todo. Se casaron dos años más tarde y, con mucho trabajo, consiguieron entrar en su primera casa, de alquiler. En pocos años reunieron los ahorros suficientes para comprar un pisito, en el que ya tenían que acomodar a dos niñas; llegaron más hijos y cambiaron ese pisito por uno más grande, en el que finalmente viviría toda una familia numerosa de ocho miembros y un perro. Él trabajaba de lunes a viernes hasta tarde, y los sábados por la mañana tenía otro trabajo para facilitar el llegar a fin de mes; Teresa, cuando los niños ya no la necesitaron tanto, volvió a trabajar, ayudando a su marido en una empresa que habían creado con otro matrimonio de amigos. Así pasaron los años, los hijos fueron creciendo, estudiaron, acabaron sus carreras, empezaron a trabajar, a comprarse sus propias casas, y fueron abandonando el hogar familiar poco a poco.

María era una jovencita muy ye-yé cuando conoció a su amor. Fue estando de vacaciones en un pueblecito pesquero de Galicia, ya casi en Asturias, él también estaba de vacaciones. Desde aquél momento, no se separaron, siguieron su noviazgo en Madrid, donde ambos vivían con sus familias. Como el resto de las parejas de la época, se casaron, se metieron en el primer pisito, y con los años y la llegada de los niños, tuvieron que cambiarse a otro más grande. Ella siempre se dedicó a él y a los niños, no descuidó su educación ni las atenciones a su marido; se levantaba con él a las cinco de la mañana para prepararle el desayuno, y lo mismo hacía con los tres niños. Ahora estos niños son jóvenes trabajadores, dos de ellos todavía viven en casa, y les quedan unos añitos aún.

Teresa y María se conocieron hace pocos años, puede que cinco, una hija de Teresa iba a irse a vivir con el hijo mayor de María. Mantenían de vez en cuando conversaciones telefónicas, intercambiaban saludos y felicitaciones navideñas por medio de los hijos, y se veían en alguna ocasión en la que coincidían, no solían ser encuentros buscados.

Hace tres años el destino quiso unirlas macabramente, ambos maridos tuvieron que enfrentarse casi a la vez a la noticia de que sufrían cáncer. Ambas mujeres tuvieron que asimilarlo, apoyarles y animarles. Se llamaban de vez en cuando para intercambiar noticias, últimos partes médicos, últimos tratamientos y últimas molestias. Teresa y María lucharon junto con sus maridos hasta el final, les acompañaron, les mimaron, les cuidaron y les animaron. Para el marido de Teresa el final llegó hace apenas trece meses, la enfermedad mermó todos sus órganos y le obligó a irse apenas sin oportunidad de despedirse, ni él, ni ella, ni sus hijos pensaron en que el final se estuviera acercando tan rápido. A María le informaron los médicos hace veinte días, que ya no había nada que hacer, que había llegado la hora de ir despidiéndose; ni ella ni sus hijos quisieron nunca que él se diera cuenta de aquello, y él tampoco quería darse cuenta, luchó durante 17 días contra lo inevitable.

María recibió el abrazo tristemente experimentado de Teresa en el tanatorio, mientras ambas eran incapaces de contener sus lágrimas; las dos en la misma situación, las dos solas, con mucha familia, muchos amigos, hijos e hijas, pero sin ellos, las dos conocerán a sus próximos nietos solas, a las dos les han robado esos años de envejecer junto a ellos. Teresa supo darle sabios consejos a María, supo animarla, hacerla sonreir y ayudarla a recordar a su marido con una sonrisa, sacarla durante unas horas del agujero negro y triste en que se encontraba, porque los consuelos de todos los demás presentes allí no eran lo mismo, sólo Teresa y María compartían el mismo sentimiento.

Dos mujeres que demuestran su fuerza, que saben que tienen muchos años por delante para ellas, y que tienen que vivirlos felices. Me maravilla verlas; miran ahora hacia un futuro lleno de pasado, cada día del resto de sus vidas algún recuerdo hará brotar una sonrisa en sus caras al devolverlas a cientos momentos de felicidad compartida con ellos; en realidad, cada día del resto de sus vidas ellos estarán con ellas.

El sol salió

Sí, salió, le costó encontrarme, pero ahora mismo ya me está calentando.
Muchas gracias a todos por vuestras palabras, sois unos cielotes; perdonad, pero en estos días no he podido escribir, aunque tenía la luz del sol, faltaban las palabras.
Muchísimas gracias y besos para todos.

Hoy tengo frío

Hoy tengo frío

Hoy el sol no me calienta.

Es el sol brillante de invierno, ése que da la vida, que invita a los almendros a ir desperezando sus yemas y les alimenta de energía para concentrarla en crear las maravillosas flores blancas que nos saludarán dentro de pocas semanas.

Ese sol que permite a quien trabaja bajo su luz, disfrutar de un día luminoso, aprovechar el poder de sus rayos y dejar que temple los cuerpos que de otro modo templaría un fuego encerrado en un bidón.

El mismo sol que parece rejuvenecer a las mujeres que me cruzo en la calle, que hace brillar sus cabellos, colorea sus pieles y dilata sus pupilas; el que deja que sus sombras adopten en el suelo estilizadas siluetas.

Este sol que ha derretido el hielo formado durante su ausencia y que ha secado después la humedad. El que ha coloreado el blanco que cubría el campo al amanecer, de pardos, amarillos y verdes al mediodía.

Mi amigo, al que no dejo de buscar día tras día ilusionada al salir a cielo abierto, al que mis ojos rinden pleitesía entrecerrándose por no sentirse dignos de mirarte, al que siempre he entregado mi cara pidiendo recibir sus caricias, el que me da color de vida, el que me mima cuidando que no me hiele el aire la garganta y los pulmones.

Hoy, querido sol, sé que estás, pero no te siento. Hoy el mundo disfruta de ti, pero a mí no llegas. Hoy mi sonrisa no refleja tu luz. Hoy no consigues derretir mis problemas para que yo pueda derramarlos. Hoy estoy tan triste y helada que tu poderoso calor resulta débil. Hoy no puedes secar mis lágrimas.

Vuelve a salir mañana para mí, y búscame otra vez. Desearé que me encuentres.

1930

1930

Observé a mi prometida mirar con mucha cautela, tratando de ocultar tamaño descarado interés, a un hombre de anchas espaldas que vestía un elegante traje negro perfectamente hecho a su medida, el cabello negro se mantenía fijado y brillante gracias a la gomina, calzaba relucientes botines, en una mano sostenía un sombrero negro y en la otra una pipa que humeaba un, debo decir, agradable olor a tabaco humedecido con whisky.

Antes de nada, disculpen mi mala educación, soy Jaime de Alvear y Escalada, hijo del Barón Jaime de Alvear Ardavín y de la Baronesa Mª Eugenia Escalada de Alvear. He pensado que debía presentarme, ya que les voy a relatar las que fueron las últimas horas de mi vida.

Era la noche en que anunciábamos nuestro compromiso en sociedad, la cálida y estrellada noche del 27 de mayo de 1930. Mis padres habían invitado a los más importantes personajes de la sociedad española. El resto de los invitados eran miembros de nuestras amplísimas familias, algunos otros de esa otra "gran familia" que dirige y posee en un 89% mi apellido paterno, los más altos cargos del gobierno del país, y algunos hombres de negocios de gran influencia. En resumen, todos los invitados mantenían una cínica relación simbiótica entre sí, y alguna que otra que rayaba el parasitismo.

Yo había elegido a Violeta entre varias candidatas propuestas por mi familia; era bella, correcta, inteligente y, me quería, no tanto como yo a ella, pero lo suficiente para hacerme un hombre feliz la larga vida que me suponía por delante. Sus orígenes eran de lo más adecuados (de otra forma nunca hubiera estado entre las posibles), su salud era de hierro y tenía la edad perfecta para asegurarme una descendencia numerosa.
- Querida, acompáñame, quiero presentarte a alguien.- Le dije mientras cogía delicadamente su mano, que ya lucía el valioso anillo de platino y diamantes perteneciente a los Alvear desde generaciones.
Realmente no pretendía presentarle a nadie, pero era imprescindible disuadirla de su actitud. -¿quién es ese caballero tan apuesto, querida? Tus miradas hacia él me están poniendo en evidencia.- Ella me miró de forma extraña; sus ojos mostraban miedo a la vez que trataban de convencerme de una inocencia aún no atacada por ninguna acusación firme. Dudó unos segundos antes de contestarme -no sé a quién te refieres, sólo estoy tratando de ser amable con todos los invitados, intento ser una buena anfitriona.- Sonrió y me besó en la mejilla, ella sabía que el suave roce de su cara siempre me desarmaba. Soltó mi mano y se dirigió hacia un corrillo de invitadas entre las que estaba su hermana Sabela y sus primas.

Las dejé hablando y riendo con la intención de acercarme a por una copa de martini que me relajara los nervios, pero entonces apareció ante mí aquel misterioso caballero.
- Buenas noches, y enhorabuena debo decir. Me presentaré. Soy Alfonso Copello de Ángula y estoy aquí en calidad de escolta de su prometida.- Me tendió la mano para que le correspondiera con el consiguiente saludo, pero no pude más que, sin inmutarme, preguntarle porqué mi prometida necesitaba que alguien la escoltara.
- Le ruego no comente nada, ni siquiera ella lo sabe, aunque mucho me temo que empieza a sospechar algo. Trabajo a las órdenes de su padre, Don Nicolás de la Cierva. He creído conveniente notificárselo a usted, como su futuro esposo, y así pedirle la máxima colaboración.
- Sr. Copello, no ha contestado usted a mi pregunta. ¿Qué amenaza a mi preciosa prometida para que un desconocido como usted deba prestarle escolta?- Le interrumpí antes de que las riendas de la conversación las llevara aquel caballero de arrogante apariencia.
- Le comprendo, le comprendo. Estará usted algo sorprendido por la noticia, en una noche como ésta. Verá, Don Nicolás teme que algo pueda suceder a su pequeña.
- ¡Pues dígale a Don Nicolás que ya no es su pequeña, ahora es mi prometida y yo soy quien decide si alguien debe cuidar de ella aparte de un servidor!, ¿entendido?
- No se enoje, Sr. Alvear, y será mejor que asuma esto como un problema de altísima importancia y mantenga la máxima precaución respecto a la Srta. Violeta. Verá, la familia de la Cierva ha recibido en la última semana diversas amenazas que deben ser tomadas en consideración, ya que si proceden de quien sospechamos, tienen visos de tornarse cumplidas.
Nos interrumpió Don Nicolás, viendo que nuestra conversación alcanzaba tonos algo elevados.
- Don Nicolás, ¿me puede explicar que está sucediendo? ¿Qué es esto de que Violeta está en peligro?- Me dirigí a mi futuro suegro algo exaltado, antes de que ninguno de ellos pudiera intervenir.
- No, hijo, no te alteres, seguramente no es nada, pero tenemos que ser precavidos y cuidar de ella. Estarás de acuerdo conmigo en que eso es prioritario ¿no?
- Sí, por supuesto, Don Nicolás, pero cuénteme de quién provienen las amenazas y su causa, porque no entiendo que nos estemos viendo envueltos en un asunto que me atrevo a tildar de mafiosos. - Le contesté mientras buscaba con la mirada a Violeta. Advertí entonces que no estaba con su hermana y sus primas, ni parecía encontrarse en ninguna otra zona del jardín habilitada para la fiesta. - ¡Don Nicolás! ¡Violeta, no está! - Grité mientras dirigía mis pasos hacia ninguna parte, sólo giraba la cabeza hacia ambos lados tratando de encontrarla con su brillante vestido blanco.
El Sr. Copello, el escolta, salió corriendo e hizo unas señas a dos hombres que se encontraban en la puerta de la Finca y en la puerta principal de nuestra casa. Inmediatamente todos ellos comenzaron a correr mientras la buscaban.
Fui a recorrer las zonas menos iluminadas del jardín, seguido por Don Nicolás, ambos llamándola insistentemente -¡Violeta, Violeta!- Creo que fue entonces cuando se escuchó un grito de mujer que parecía provenir del invernadero. Don Nicolás y yo acudimos a toda prisa, llegamos sin aliento a la calurosa casita de cristal, y allí encontramos a mi querida Violeta tendida en el suelo. Una herida en el vientre dejaba escapar su sangre para teñir de rojo el blanquísimo vestido que lucía esa noche. Escapaba su sangre y escapaba su vida. -¡Violeta!- grité. Me arrodillé junto a ella, tomé su cabeza entre mis manos para posarla sobre mis rodillas, y abrió los ojos, muy lentamente, me miró y sonrió. Su sonrisa desapareció bruscamente cuando vio tras de mí a su padre, sus ojos me pidieron auxilio por unos segundos, entonces su cuello se relajó para siempre, sus ojos se cerraron y su cara se deslizo sobre mi mano, regalándome por ultima vez el suave roce de sus mejillas.
Don Nicolás se comportó desde ese momento de un modo muy extraño, no se arrodilló, no gritó, no lloró, no dijo su nombre; era como si aquella que estaba allí fuera una desconocida para él. Puso su mano sobre mi hombro mientras trataba de consolarme con unas palabras que sonaban vacías de sentimiento. -Vamos, hijo, vamos, ya no podemos hacer nada.-

Cuando llegó la policía yo estaba en el despacho de mi padre, con una única lámpara encendida y dejando que un cigarrillo llenara de humo mis pulmones y empañara mis ojos. Había pedido que me dejaran solo, pero Don Nicolás entró en la habitación para anunciarme que el inspector tenía que hacerme algunas preguntas y que él me acompañaría para que no abusaran de mí en esta lamentable situación, mientras trataba de mostrar una muy mal conseguida cara de lástima. Mi cabeza explotó de pronto, le grité una ráfaga de preguntas -¿Qué ha tenido usted que ver en todo esto? ¿Qué sabe? ¿Quién ha asestado esa mortal puñalada a mi querida Violeta?...- y la que sentenció el fatídico final de aquella noche - … ¿Por qué Violeta ha tenido tanto miedo al verle que antes que mirarle ha preferido irse para siempre?
Don Nicolás se enfureció con esta última pregunta y se lanzó hacia mí tratando de abarcar con sus manos mi cuello. Forcejeamos durante unos segundos, hasta que un fuerte golpe abrió la puerta. Tras ella pude ver al Sr. Copello apuntándonos con una pistola. -¡Alto, Sr. de la Cierva!, ¡suéltele o disparo!- dijo. Don Nicolás aflojó sus manos y pude liberarme. Me alejé de él, mientras el Sr. Copello le pedía que se relajara, que todo había terminado y que no tenía otra salida que entregarse y contar la verdad. Fueron mis últimos segundos los que transcurrieron mientras Don Nicolás sacaba una pistola del bolsillo de su chaqueta, me apuntaba con ella y disparaba la bala certera que atravesó mi corazón. El Sr. Copello había disparado también, pero el proyectil no llegó a impactar a tiempo contra el cuerpo de Don Nicolás para evitar mi muerte.

Yacían nuestros cuerpos sobre la alfombra de aquel despacho mientras el Sr. Copello se deshacía de su falsa identidad de escolta y se presentaba ante mis padres como el detective privado José Manuel Berganza. Comenzó a explicarles lo sucedido. No existían tales amenazas, las inventó Don Nicolás para enmascarar el asesinato premeditado de su hija, y el mío. Resultó que en el invernadero el esbirro de Don Nicolás no sólo acabó con mi Violeta, sino también con el niño que llevaba dentro, el niño que Don Nicolás no podía permitir que nadie conociera; prefería ver a su hija muerta antes que soportar la lacra de tener un nieto concebido en pecado, antes de que nadie hablara mal de su familia y tomara a Violeta por una fulana descarriada. Supongo que también había pensado en acabar conmigo, que no provoqué mi propia muerte al acusarle, pero eso ahora qué mas da. Esa noche de 1930 nos fuimos los tres, Violeta, nuestro hijo y yo.

Imagen: Retrato masculino inacabado, 1928. Tamara de Lempicka

El nombre

El nombre

Un sobrinito nuevo está viniendo. La ecografía ya ha evidenciado que es un niño. La futura madre estaba convencida de que iba a ser una niña y ya tenía pensado el nombre: Ana. También había supuesto el padre que podía ser un niño, en ese caso le llamarían Álvaro. Ahora ya no les pega ese nombre para el niño, y están pensando en otros.

Lo he meditado con calma y he conseguido hacerles sólo tres propuestas de nombres que me gustarían para él:
Marcos. Es un nombre cortito, sencillo, pero no muy frecuente. Lo mismo me pega para un niño que aprende a hablar, que para un chavalito de 12 años que baja a jugar al fútbol con sus amigos, que para un chico de 20 años que está buscando su primer trabajo serio.
Eduardo. Me suena genial. Este es perfecto. Podemos además buscar un diminutivo para que su hermano mayor, que está aprendiendo a hablar ahora, pueda referirse a él: Tito (Edu nunca que me ha gustado).
Gustavo. Este también me pega para cualquier edad. Sus mejores amigos y su tía favorita (osea, yo) le llamaremos cariñosamente Gus; está bien, también podrán llamarle así sus padres y el resto de la familia; vale, y también su novia, cuando la tenga, pero para eso falta mucho tiempo.

Estas han sido mis propuestas. Yo siempre he pensado que el nombre que tenemos es muy importante, nos acompañará toda la vida, nos recordarán por él, les recordará a nuestros seres queridos a nosotros cuando lo oigan, harán bromas en el cole nuestros compañeros si es que nuestro nombre se presta a ello (y si no, ya se buscarán cómo fastidiarte, que los niños cuando quieren son muy crueles), lo rellenaremos en miles de formularios a lo largo de nuestra vida y lo tendremos que decir a un montón de señoritas que tomen nuestros datos por diversas razones, ... Por todo esto, tiene que ser fácil de pronunciar, fácil de recordar, tiene que sonar bien, no ser el de algún famosete de tres al cuarto que pase de moda, ser original, pero sin pasarse o la gente te tomará por una mascota, no ser el que se impone en este año, o todos los de tu clase se llamarán igual, ...

Fijaros si es importante, que en los blogs casi todos lo ocultamos como un preciado tesoro y nos damos a conocer por un pseudónimo (aunque a mí me gusta el que me pusieron mis padres).

¿me proponeis alguno?

Gente

Gente

En la sala de urgencias del hospital apenas quedaba un sitio vacío.
A mi lado una mujer con su niño, en esa edad en la que sólo conoce una palabra y no para de repetirla. - ¿como dice maria isabel, cristian?. Así, mira: "antes muerta que sensilla, ¡ay! que sensilla".- E insistía la madre en hacerle bailar grotescamente, y resultaba tan artificial como un niño de dos años vestido con vaqueros desgastados, un piercing y espuma en el pelo marcando unos rizos disfrazados.
En otro lado de la sala, una elegante mujer mayor, esperaba sentada y resignada con unos electrodos pegados a sus piernas y brazos junto a quien parecía ser su hermana, también muy elegante, con chándal, una fina cadena de oro al cuello, perfectamente peinada y zapatillas de deporte, y a una chica de facciones filipinas que probablemente pertenecía a su personal de servicio.
Fuera, junto a la puerta de entrada, dos chicas se miraban asustadas sin cruzar palabra, seguramente tratando de asimilar alguna terrible noticia, tapándose la boca y moviendo las piernas inconscientemente obedeciendo sólo a los nervios del momento.
Cerca de mí, una convencional pareja en la treintena, leía en un folleto algo sobre la psicomotricidad, la estimulacion de los bebés y las fases de la gestación.
Dos parejas comentaban en el banco de enfrente que eran vecinos - ¡qué pequeño es el mundo! - decía una de las mujeres. A estos cuatro, la verdad, no conseguí adivinar qué les había llevado allí, los cuatro conversaban naturalmente de temas tan variados, que parecían estar en una tertulia entre amigos, ¡vaya planazo para un miércoles por la noche!
Un hombre mayor ni siquiera paró en la sala de espera, le pasaron directamente a un box, donde luego coincidí con él; me hizo sentir culpable ya que mi dolencia no revestía gravedad alguna, y sin embargo su salud estaba siendo atacada por todos los flancos. Estaba acompañado por dos mujeres que describieron a la doctora con todo detalle cada uno de los síntomas de su padre, cada uno de sus medicamentos y dosificaciones, cada una de sus intervenciones, y hasta la regularidad de sus necesidades fisiológicas. Cuando me dejaron ya ir a casa, le deseé una pronta recuperación, aunque no confiaba mucho en que mi deseo tuviera éxito alguno.

Así era el aire que se respiraba en esta sala, aquí terribles noticias, allí un sencillo malestar, ahí una pareja feliz porque un bebe esta a punto de llegar, una anciana a la que le va llegando su hora, un hombre que tendrá que volver en tres dias porque le toca el siguiente ciclo de la quimio, un niño que no comprende por qué su madre le ha llevado a pasar la tarde a un sitio tan aburrido. Todo mezclado en un espacio que no se muestra acogedor para tanta gente, tantos problemas, algunas lágrimas y muchos dolores, físicos y anímicos.

Gente arrogante, gente hortera, gente escandalosa, gente muy educada, gente corriente, gente estresada, gente apagada, gente triste, gente que no puede perder ese valioso tiempo de espera, gente a la que el destino ha hecho de ésta su sala de estar, ... gente obligada a tener algo en común.

Tosca

Tosca

María Callas interpreta el fragmento Vissi d’arte de La Tosca de Puccini; al principio suavemente, como quien comienza a contar un cuento. La acompañan tímidamente los violines, la melodía me captura, estoy dentro, la sigo, la entiendo, presiento que algo va a suceder... ella súbitamente eleva el tono de voz, la siguen los violines in crescendo, y se van sumando otros instrumentos. Ahora viene lo bueno, sí, todo el torrente de voz mostrando el carácter del personaje, los violines también parecen gritar, el resto de la orquesta se suma, pero no consiguen acallar su voz, ella puede más, quiere cantar más fuerte, quiere que todos escuchen su dolor, nos lo está contando, siento su rabia, su enojo, piensa que no se merece ese dolor, ¡derroche de sentimiento!.
Se ha desahogado, no puede luchar, esa voz que hace unos instantes gritaba desconsolada ahora se muestra rendida, los instrumentos parece que se van alejando para dejar que ella se despida pausadamente, calmándome el dolor contagiado, respiro profundamente.

Suena un claxon

Los coches del atasco han empezado a andar, y yo me he quedado con Callas, he disfrutado de esta pieza. Tengo que meter primera y avanzar unos metros. De nuevo parada, la circulación no corre. La que viene ahora es la Mamma Morta de la ópera Andrea Chenier (Giordano) ¡otra maravilla!

Normal

<em>Normal</em>

Dani. Todos le llamaban Dani.

¿cómo te imaginas a un tío de 30 años al que todos llaman Dani? Quizás un señor ejecutivo, serio, trajeado, pulcro, buen amante, tierno, cariñoso con su familia, respetuoso con sus mayores, ... O quizás un chico al que todavía le falta un hervor, que trabaja cada 6 meses en un sitio diferente y que su mayor preocupación es su grupo de colegas cada vez más reducido.

En ninguno de estos estereotipos encajaba Dani. Aparentemente, Dani era un joven normal, corriente, no destacaba por ser más bueno que otros, ni más listo que otros, ni más guapo que otros; era simplemente, normal. Estaba comprando una casa con la que había sido desde hacía 4 años su novia; se la entregarían en 4 meses. Trabajaba de comercial en una pequeña empresa de maquinaria especializada, lo que le rendía al mes un sueldo normal.

Pues sí, incluso su novia pensaba que Dani era un tío normal. Ella pensaba así también cuando Dani le daba besos, diciéndole que la quería y ella sólo recibía hostias. Ella le excusaba ante sus amigas -No, si no ha pasado nada, es que ha tenido un mal día, y yo le he cabreado más. De verdad, no ha pasado nada. Todo es normal.-

Dani la quería, y eso era verdad, y a veces tenía que demostrárselo con "besos" un poco más dolorosos que el resto. En alguna ocasión que esos "besos" fueron más fuertes y numerosos, luego se arrepintió, pensando que él no podría vivir sin ella, que a lo mejor se había pasado. Pero Dani, ya os he dicho, era una personal muy normal, y las buenas ideas se le escapaban enseguida de la cabeza, de modo que la siguiente tanda de "besos" era aleatoriamente buena o mala, según el día.

Y esta historia tan normal, no puede acabar de otra forma que con la violenta desaparición de ella (un día le dio un "beso" tan fuerte que la atravesó un pulmón y el charco invadiendo los alveolos dejó su cuerpo sin vida) y la desaparición de Dani (como él había pensado muchas veces, no podía vivir sin ella). Su chica, ya no iba a compañarle más, ya no la tendría, ya no sería suya, ya no podría amarla, ni apoyarse en ella en los malos momentos.

No trató de entregarse, sólo se fue, huyó, pensó en que su vida ahora ya no sería normal.

Definición de Normal de la Real Academia de la Lengua Española. ¿podemos seguir tolerando que esta historia sea tan normal?

No funciona el controlzeta

No funciona el <em>controlzeta</em>

Estoy pensando en algo, en cómo hacerlo, en si voy a conseguir lo que pretendo, ... lo hago. Todo bien, buenos resultados.

Otro problema nuevo, pienso (a veces no), planeo (a veces no), amaso las ideas (a veces no), ... lo hago. ¡NO!, la he cagado, pienso controlzeta

Ojalá me funcionara el controlzeta

Estas traidoras ingratas

Estas traidoras ingratas

Nuria era una mujer hecha y derecha, aunque con unos 30 años muy bien llevados, que hacía a todo el mundo sospechar que tenía algunas primaveras menos. Terminó sus estudios con buena nota, sacando los cursos año por año, y tras la típica ronda de primeros trabajos poco exitosos, se fue labrando una carrera profesional sólida y de la que se sentía muy orgullosa.

Pese a sentirse una mujer segura y confiada ante la vida, en ocasiones por mucho que tratara, no podía manejar las riendas de lo que ocurría a su alrededor: sus mejillas se empeñaban en complicarle las cosas encendiéndose cuando ella menos lo deseaba. Ella sabía defenderse, tenía argumentos y facilidad de palabra para responder con sobrado éxito las indecencias o improperios de algunos, los enfrentamientos verbales o los intentos de abuso de poder de sus superiores, pero ellas, traidoras ingratas, siempre se adelantaban para delatar algo ya innegable: que le incomodaba cada una de esas situaciones.

Si estaba negociando una subida de sueldo, allí asomaban ellas para ser las protagonistas, robándole a Nuria todo el peso de la razón. Si estaba recibiendo alagos por su trabajo, comenzaba a aparecer ese tono rojito que le daba apariencia de cándida inmadura. Si recibiía el arrumaco más cariñoso y sorprendente de su amor, se tornaban coloraditas, juguetonas y cariñosas. Si alquien le bromeaba con alguna sugerencia subidita de tono, aparecían, y lo que es peor, rozaban la incandescencia si alguien era tan irreverente como para soltar el gracioso comentario ¡se está poniendo roja!. Le repateaba en lo mas hondo de su orgullo.

Es cierto que debía agradecerlas muchos otros momentos en los que con un leve sonrojo sus mofletes adquirieron una vitalidad jovial de lo más deseable y consiguió con ello cautivar a más de los que quiso.

Pero todavía hoy Nuria, sigue luchando contra estas traviesas compañeras de fatigas y éxitos, para tomar el mando de las cosas y poder aseverar ¡aquí mando yo, y que ninguna de vosotras muestre más emoción que la que yo quiera!

El secreto del ojo de la cerradura

El secreto del ojo de la cerradura

Cada tarde, al hacer su ronda de limpieza por la escuela, Damián se sentía irresistiblemente atraido por ese agujerito en la puerta de la sala de danza clásica, su ventana secreta por la que cada día contemplaba La Belleza con mayúsculas.

Se sentía avergonzado por someter a la preciosa bailarina entre todas su compañeras a ese irrespetuoso espionaje, pero no podía evitarlo, era su oxígeno de cada día. No podía permitirse perder la oportunidad de disfurtar con la visión de algo tan sutil, elegante, minúsculo y a la vez tan grande como ella, con su tutú azul, sus puntas azules, su cuerpo azul y sus medias azules, todo azul, del azul más bello y ligero que había visto nunca.

La piel de los brazos y del cuello era la única que quedaba al descubierto, tenía un aspecto natural, ligeramente bronceada, comenzaba el baile seca y tersa e iba adquiriendo ligeros brillos y mayor tensión a medida que la clase avanzaba; tenía el poder de inmovilizarle durante cortas horas agachado frente a la puerta, apoyada la frente sobre el frío cerrojo.

Sus brazos acompañaban a cada compás de la música, describiendo perfectos y equilibrados movimientos que marcaban sus muñecas, sus codos, esos hombros fuertes y a la vez delicados; movimientos que parecían gobernar los cinco dedos de cada mano, separándose y juntándose, estirándose y curvándose, dirigiendo el conjunto como lo hace la batuta de un director de orquesta, al son del violín que tocaba cada día la ayudante de la profesora.

Su cuerpo danzando le hipnotizaba de tal manera que ni siquiera había reparado en su cara, no sabía si era guapa o no, si tenía una cara sin personalidad o pletórica de ella. No necesitaba conocerla, no precisaba hablar con ella, sabía que ese encuentro sería un auténtico desastre y echaría por tierra todo lo que ella era para él desde que la vió por primera vez. La perdería, y entonces dejaría de ser su secreto, su preciado secreto tras el ojo de la cerradura.

Imagen: Bailarinas de azul, de Edgar Degas

Cada despertar

Cada despertar

El despertador de Gus suena todos los días a las 6:40 h, pero insiste cada 5 minutos porque él se empeña en desobedecer. Tras varios intentos por alargar el placentero sueño, suele dejar la cama sobre las 7:00. María se puede quedar un poquito más, su despertador suena mientras Gus está en la ducha, pero ella no se levanta hasta que él no sale del baño y la convence con varios besos en su cuello calentito.
Hoy María ha rezongado un poco más de lo habitual, y ha observado algo que quedará en su cabeza durante todo el día, hasta que Gus vuelva a casa por la noche: ha sido maravilloso verle vestirse, su torso desnudo, sólo iluminado por la luz que se escapaba del baño, se mostraba fuerte y potente, ancho y poderoso, de hombros a caderas, suave y terso; la luz chocando contra la oscuridad del dormitorio le teñía la piel de oro y chocolate negro. Hasta podía recibir su olor desde debajo del edredón, no el olor del jabón ni del aftershave, ni del desodorante, sino su olor, el que a ella le recuerda cada encuentro físico.
Él ha sentido todas esas miradas, pero coquetamente, se ha dejado acariciar por sus ojos, ha disfrutado siendo deseado, hasta ha tardado un poco más en elegir una camisa del armario. Con los pantalones ya puestos, ha deslizado la camisa sobre sí mismo, hasta colocarla tan perfectamente, que María casi lo ha deseado más que desnudo. La ha besado antes de ir a la cocina a por su café diciendo - eres preciosa.
María entonces se ha levantado, ya era su hora, pero ha olvidado que el primer paso del día es la ducha, le ha seguido a la cocina, y allí, despacito y susurrando le a dicho -déjame un momentito hacer una cosa. -¿qué cosa?- dice Gus. -Chsssss ...- contesta María mientras sus besos van descendiendo por la piel que cada botón de la camisa deja al descubierto.