Dos Mujeres
Dos mujeres
Las dos se enamoraron en los 60, a ritmo del Dúo Dinámico y Los Brincos.
Teresa, le conoció en el trabajo, eran compañeros y de ahí surgió todo. Se casaron dos años más tarde y, con mucho trabajo, consiguieron entrar en su primera casa, de alquiler. En pocos años reunieron los ahorros suficientes para comprar un pisito, en el que ya tenían que acomodar a dos niñas; llegaron más hijos y cambiaron ese pisito por uno más grande, en el que finalmente viviría toda una familia numerosa de ocho miembros y un perro. Él trabajaba de lunes a viernes hasta tarde, y los sábados por la mañana tenía otro trabajo para facilitar el llegar a fin de mes; Teresa, cuando los niños ya no la necesitaron tanto, volvió a trabajar, ayudando a su marido en una empresa que habían creado con otro matrimonio de amigos. Así pasaron los años, los hijos fueron creciendo, estudiaron, acabaron sus carreras, empezaron a trabajar, a comprarse sus propias casas, y fueron abandonando el hogar familiar poco a poco.
María era una jovencita muy ye-yé cuando conoció a su amor. Fue estando de vacaciones en un pueblecito pesquero de Galicia, ya casi en Asturias, él también estaba de vacaciones. Desde aquél momento, no se separaron, siguieron su noviazgo en Madrid, donde ambos vivían con sus familias. Como el resto de las parejas de la época, se casaron, se metieron en el primer pisito, y con los años y la llegada de los niños, tuvieron que cambiarse a otro más grande. Ella siempre se dedicó a él y a los niños, no descuidó su educación ni las atenciones a su marido; se levantaba con él a las cinco de la mañana para prepararle el desayuno, y lo mismo hacía con los tres niños. Ahora estos niños son jóvenes trabajadores, dos de ellos todavía viven en casa, y les quedan unos añitos aún.
Teresa y María se conocieron hace pocos años, puede que cinco, una hija de Teresa iba a irse a vivir con el hijo mayor de María. Mantenían de vez en cuando conversaciones telefónicas, intercambiaban saludos y felicitaciones navideñas por medio de los hijos, y se veían en alguna ocasión en la que coincidían, no solían ser encuentros buscados.
Hace tres años el destino quiso unirlas macabramente, ambos maridos tuvieron que enfrentarse casi a la vez a la noticia de que sufrían cáncer. Ambas mujeres tuvieron que asimilarlo, apoyarles y animarles. Se llamaban de vez en cuando para intercambiar noticias, últimos partes médicos, últimos tratamientos y últimas molestias. Teresa y María lucharon junto con sus maridos hasta el final, les acompañaron, les mimaron, les cuidaron y les animaron. Para el marido de Teresa el final llegó hace apenas trece meses, la enfermedad mermó todos sus órganos y le obligó a irse apenas sin oportunidad de despedirse, ni él, ni ella, ni sus hijos pensaron en que el final se estuviera acercando tan rápido. A María le informaron los médicos hace veinte días, que ya no había nada que hacer, que había llegado la hora de ir despidiéndose; ni ella ni sus hijos quisieron nunca que él se diera cuenta de aquello, y él tampoco quería darse cuenta, luchó durante 17 días contra lo inevitable.
María recibió el abrazo tristemente experimentado de Teresa en el tanatorio, mientras ambas eran incapaces de contener sus lágrimas; las dos en la misma situación, las dos solas, con mucha familia, muchos amigos, hijos e hijas, pero sin ellos, las dos conocerán a sus próximos nietos solas, a las dos les han robado esos años de envejecer junto a ellos. Teresa supo darle sabios consejos a María, supo animarla, hacerla sonreir y ayudarla a recordar a su marido con una sonrisa, sacarla durante unas horas del agujero negro y triste en que se encontraba, porque los consuelos de todos los demás presentes allí no eran lo mismo, sólo Teresa y María compartían el mismo sentimiento.
Dos mujeres que demuestran su fuerza, que saben que tienen muchos años por delante para ellas, y que tienen que vivirlos felices. Me maravilla verlas; miran ahora hacia un futuro lleno de pasado, cada día del resto de sus vidas algún recuerdo hará brotar una sonrisa en sus caras al devolverlas a cientos momentos de felicidad compartida con ellos; en realidad, cada día del resto de sus vidas ellos estarán con ellas.
Las dos se enamoraron en los 60, a ritmo del Dúo Dinámico y Los Brincos.
Teresa, le conoció en el trabajo, eran compañeros y de ahí surgió todo. Se casaron dos años más tarde y, con mucho trabajo, consiguieron entrar en su primera casa, de alquiler. En pocos años reunieron los ahorros suficientes para comprar un pisito, en el que ya tenían que acomodar a dos niñas; llegaron más hijos y cambiaron ese pisito por uno más grande, en el que finalmente viviría toda una familia numerosa de ocho miembros y un perro. Él trabajaba de lunes a viernes hasta tarde, y los sábados por la mañana tenía otro trabajo para facilitar el llegar a fin de mes; Teresa, cuando los niños ya no la necesitaron tanto, volvió a trabajar, ayudando a su marido en una empresa que habían creado con otro matrimonio de amigos. Así pasaron los años, los hijos fueron creciendo, estudiaron, acabaron sus carreras, empezaron a trabajar, a comprarse sus propias casas, y fueron abandonando el hogar familiar poco a poco.
María era una jovencita muy ye-yé cuando conoció a su amor. Fue estando de vacaciones en un pueblecito pesquero de Galicia, ya casi en Asturias, él también estaba de vacaciones. Desde aquél momento, no se separaron, siguieron su noviazgo en Madrid, donde ambos vivían con sus familias. Como el resto de las parejas de la época, se casaron, se metieron en el primer pisito, y con los años y la llegada de los niños, tuvieron que cambiarse a otro más grande. Ella siempre se dedicó a él y a los niños, no descuidó su educación ni las atenciones a su marido; se levantaba con él a las cinco de la mañana para prepararle el desayuno, y lo mismo hacía con los tres niños. Ahora estos niños son jóvenes trabajadores, dos de ellos todavía viven en casa, y les quedan unos añitos aún.
Teresa y María se conocieron hace pocos años, puede que cinco, una hija de Teresa iba a irse a vivir con el hijo mayor de María. Mantenían de vez en cuando conversaciones telefónicas, intercambiaban saludos y felicitaciones navideñas por medio de los hijos, y se veían en alguna ocasión en la que coincidían, no solían ser encuentros buscados.
Hace tres años el destino quiso unirlas macabramente, ambos maridos tuvieron que enfrentarse casi a la vez a la noticia de que sufrían cáncer. Ambas mujeres tuvieron que asimilarlo, apoyarles y animarles. Se llamaban de vez en cuando para intercambiar noticias, últimos partes médicos, últimos tratamientos y últimas molestias. Teresa y María lucharon junto con sus maridos hasta el final, les acompañaron, les mimaron, les cuidaron y les animaron. Para el marido de Teresa el final llegó hace apenas trece meses, la enfermedad mermó todos sus órganos y le obligó a irse apenas sin oportunidad de despedirse, ni él, ni ella, ni sus hijos pensaron en que el final se estuviera acercando tan rápido. A María le informaron los médicos hace veinte días, que ya no había nada que hacer, que había llegado la hora de ir despidiéndose; ni ella ni sus hijos quisieron nunca que él se diera cuenta de aquello, y él tampoco quería darse cuenta, luchó durante 17 días contra lo inevitable.
María recibió el abrazo tristemente experimentado de Teresa en el tanatorio, mientras ambas eran incapaces de contener sus lágrimas; las dos en la misma situación, las dos solas, con mucha familia, muchos amigos, hijos e hijas, pero sin ellos, las dos conocerán a sus próximos nietos solas, a las dos les han robado esos años de envejecer junto a ellos. Teresa supo darle sabios consejos a María, supo animarla, hacerla sonreir y ayudarla a recordar a su marido con una sonrisa, sacarla durante unas horas del agujero negro y triste en que se encontraba, porque los consuelos de todos los demás presentes allí no eran lo mismo, sólo Teresa y María compartían el mismo sentimiento.
Dos mujeres que demuestran su fuerza, que saben que tienen muchos años por delante para ellas, y que tienen que vivirlos felices. Me maravilla verlas; miran ahora hacia un futuro lleno de pasado, cada día del resto de sus vidas algún recuerdo hará brotar una sonrisa en sus caras al devolverlas a cientos momentos de felicidad compartida con ellos; en realidad, cada día del resto de sus vidas ellos estarán con ellas.
7 comentarios
Enelcamino -
Esta nos da y nos quita a su antojo y por eso hay que vivir cada instante como si fuera el último, sacándole el máximo jugo a todo.
Besos
LLuvia -
Besitos azul.
Coolazulb -
No es justo. Perdona si no soy más positiva pero...me recuerda algo y no puedo evitarlo.
Un besazo azul para otra alma azul
Corazón... -
Que bonita y triste historia :( Me gusta por que nos muestras en tu relato, las fuerzas por seguir viviendo, el amor es incodicional y, sobre todo es un amor verdadero, que va mucho más allá de la muerte, vivirá por siempre en el corazón de ambas mujeres :)
Saludos!
;o)
mICrO -
Como dicen en peter pan, la vida es un gran aventura, será un agran aventura vivirla.
Besos
mirada -
Trini -
Besos cuidate y ánimo