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azuldeblancos

pedazos de vida

En el parque

En el parque -¿quieres bailar conmigo? - preguntó el joven.
- no gracias, es que no me gusta esta canción. -Contestó ella.
Algo defraudado y muy asombrado por la estupidez de aquella excusa, aquél adolescente se alejó con la cabeza baja. Pensó que la suponía más inteligente, que si se había sentido atraído por ella en algún momento tenía que haber sido por algo más que sus alegres ojos verdes y su risa de aire infantil.
Al terminar de pronunciar esas palabras, ella ya se había dado cuenta de que había cometido un tremendo error, ¿por qué no habré podido quedarme en un "no, gracias"? ¿por qué buscar una excusa con lo mala que soy yo en eso? O ¿por qué no bailar con él, un sólo baile, un momento? ¿tanto trabajo me hubiera costado?. A ella no le atraía en absoluto, le caía bien, se reía con él en clase, charlaban de cosas interesantes o de tonterías, le consideraba un encanto, pero nunca había pretendido verle de otra forma, aún así, no quería herirle, y después de aquella tontería, lo había hecho.
Se cruzaron las miradas un par de veces más esa noche, pero enseguida alguno de los dos la desviaba hacia otro lado tratando de ignorar la desafortunada propuesta.
No volvieron a verse ese verano, y al año siguiente la familia de ella se mudaría a otro barrio y otro instituto por lo que, probablemente, no se volverían a ver en la vida. Tenían entonces 16 años, y ninguno de los dos pensó en el otro en los años siguientes.

Hace una semana ella estaba paseando con su niña y su cocker por el parque que había junto a su casa. La niña vio un enorme san bernardo cruzando por el puente sobre el arroyo y fue corriendo a acariciarle. El perro era más alto que la niña, y se dejó tocar pacientemente, sujeto con una correa un hombre de unos cuarenta años con el pelo cano y auriculares en los oidos.
Ella se acercó a por la niña mientras acortaba la correa de Gos, su perrito; no temía por el san bernardo, sabía que esa era una raza muy tranquila, sino por el suyo, que no podía evitar meterse con cualquier otro habitante de cuatro patas del barrio. Cuando ya había llegado al puente, cogió de la mano a la niña
-venga, vamos hija, que vas a poner celoso a Gos y ya sabes que es capaz de enfadarse mucho. Al decir eso, ni siquiera se había fijado en el dueño del perro, pero él en ella sí, y sonriendo le dijo …
- disculpe, ¿le puedo hacer una pregunta? … ¿cuál es su canción favorita?.
- ¿perdón, cómo dice?. Contestó ella extrañada.
- su canción favorita, una con la que no podría resistirse a bailar conmigo …, lo digo para que esta vez no puedas decirme que no. Y dijo esto sonriendo y ofreciéndole uno de los auriculares a ella.

No puedo decir que esta sea una historia de final feliz porque no sé si lo es, es una historia viva todavía sin final. Sólo puedo contaros que ella aceptó el auricular sonriendo, se lo puso, y pasearon juntos un rato, con el volumen de la música bajo, y charlando y riendo como lo hacían en sus días de instituto, mientras el cocker trataba de morder las patas a un san bernardo que no hacía más que ignorarle.

Una vida reflejada

Una vida reflejada Aquella gran ciudad se le había quedado pequeña, se sentía atrapada entre su gente y su rutina. En varias ocasiones en los últimos años había pensado en cambiar de vida, dejar todo lo suyo atrás, porque ni siquiera lo sentía suyo, pero nunca había llegado a hacer caso a lo que en esos momentos sólo le pareciron tonterías.

Ese día lo supo, ya no quería vivir allí, ya no quería ser la Aurora que todos sus amigos conocían, ni la Auri que toda su familia añoraría, ni la Aurora Fuentes que dejaría de recibir la nómina a fin de mes en la redacción de una manipulada cadena de televisión, porque ninguna de esas tres mujeres era feliz ni se sentía satisfecha. Había vivido siempre llevada por una arroyadora corriente que no le había permitido ver que podía haber caminos paralelos al suyo, o que en algún momento podía haber tomado un desvío hacia alguna parte.

Salió aquel día de los estudios de televisión, y se reunió con Andrés, su ex, pero en la actualidad su mejor amigo. Fueron a tomar algo como un día normal, cenaron en una de esas impersonales cervecerías que en cadena habían invadido los viejos locales del centro de la ciudad, y mantuvieron una conversación no más extraña ni más aburrida ni más divertida que la de cualquier otro día. Aurora quería contarle su decisión a Andrés, de hecho, él era la única persona a quien pensaba contárselo antes de desparecer de una ciudad que ya no le parecía más que una cárcel. Pero no supo cómo hacerlo, y cuando ya se iban a despedir, ella volvió a intentarlo sin alcanzar a decir más que -mira Andrés, quería comentarte que ... que ... no podré ir contigo al teatro la semana que viene, me ha surgido una reunión ese día y al parecer terminará tarde; lo siento pero será mejor que le pidas a otra persona que te acompañe-, a lo que él sólo pudo decir -joder, Aurora, te has puesto tan seria que me has asustado, pensaba que me ibas a decir algo importante; no pasa nada, ya buscaré pareja para esa noche.- Se despidieron con un beso en la mejilla que se prolongó más de lo habitual, o quizá sólo se lo pareció a ella porque trató de aprovecharlo al saberle el último.

No contaba con grandes ahorros, pero sí los suficientes para tirar unos meses, y la casa en la que vivía no tenía hipoteca ya que la había heredado, no tenía hijos ni animales, no había nada que pudiera servirle como excusa. Todo lo que necesitaba para irse era su modesto coche, las tarjetas de crédito, y el valor que nunca había encontrado y que ahora llevaba guardado en la maleta.

Llamó a su jefa a primera hora, cuando teóricamente ella ya debía estar leyendo las comunicados que llegaban cada mañana de las agencias de información - hola Piluca, mira, que te parecerá una tontería lo que voy a hacer pero quiero que lo respetes, lo siento si te dejo en la estacada, pero no te preocupes, en seguida me cubrirá cualquiera de esas jovencitas con ganas de triunfar ... sí Piluca me refiero a eso, que lo dejo, me despido ... espera ... entiéndelo ... me estoy asfixiando, aun no tengo cuarenta y ya me parece haber perdido la mitad de mi vida en otra vida que no me gusta, en la que no soy feliz ... lo siento Piluca ... siento que te lo tomes tan mal ... te llamaré un día de la próxima semana cuando estemos las dos un poco más calamadas ¿vale? ... me ha gustado trabajar contigo, de verdad, no es el trabajo lo que me echa de aquí ... un beso, jefa.- Colgó el teléfono, se recostó en la silla de la cocina y cerró los ojos, se sentía ya con un peso menos encima. Ahora le quedaba quitarse otros muchos, pero lo haría poco a poco, cuando ya estuviera en su destino. Metió lo más imprescindible en las dos únicas maletas que tenía, salió a la calle y respiró ese mismo aire que días atrás se empastaba en sus pulmones y que ahora tan sólo le parecía un aire sucio y seco.

Siempre le había gustado Gijón, cuando el mar enfadado invadía el paseo marítimo jugando a hacer correr a todos los viandantes, cuando la fina lluvia que caía sobre sus calles cuadriculadas hacía de sus baldosas peligrosas trampas resbaladizas, cuando su casco antiguo incluso lleno de gente le seguía pareciendo uno de los lugares más acogedores en los que había estado, cuando la fresca humedad del ambiente rozaba su piel mostrándole uno de los más simples pero también de los más agradables placeres. Por eso pensó en esa ciudad para encontrar la vida que le correspondía y había dejado perdida en manos de no sabía quién durante 38 años.

La primera noche y las doce siguientes las pasó en un pequeño hostal a las afueras desde donde realizó el resto de las llamadas que inevitablemente tenía que hacer, cerca de un parque y sin vistas al mar, pero que sin embargo recibía de éste la brisa al amanecer y al anochecer. De ese alojamiento pasó a un pequeño piso en alquiler y amueblado, con una mínima balconada de madera color añil orientada al paseo marítimo.

Empezó a buscar trabajo, en un principio en la biblioteca municipal, después en librerías y museos, incluso en el departamento de documentación del ayuntamiento y en la oficina de información turística, pero al no encontrar nada, y ante la necesidad de volver a hacer que sus cuentas bancarias no dieran miedo al verlas, aceptó otros trabajos menos gratificantes, sirvió en una cafetería, vendió cámaras fotográficas en un centro comercial como los que habían colonizado esa gran ciudad que había dejado atrás, y finalmente, encontró un trabajo que le gustaba y además le dejaba libre todas las tardes, en la emisora de radio local con más audiencia. La nueva Aurora no desaprovechó esas horas libres vespertinas y comenzó un proyecto que hacía mucho tiempo le rondaba la cabeza; igual que encontró el momento para salir de aquella opresiva ciudad, ése era el momento para empezar a escribir su libro.

Todas las tardes se sentaba cuatro o cinco horas a enredar y desenredar su novela; las primeras 100 páginas escritas fueron un derroche de imaginación teñida de tonos grises, el hilo conductor no era capaz de escapar de la tristeza y la melancolía, dio vueltas y vueltas a la historia, cambió los nombres de los personajes y las relaciones entre ellos, cambió la localización y el argumento central, pero todo aquello no hizo sino emborronar aún más todos aquellos matices negruzcos.

Un tarde soleada, justo cuando iba a comenzar de nuevo a revisar los capítulos de la novela, la fuerte luz del sol reflejó su figura en el vidrio de la centana y el viento giró ligeramente la hoja de ésta obligando a Aurora a verse a ella misma en aquel cristal cubierto de salitre. La complicidad del sol y el viento hicieron sonreir a la Aurora reflejada, y entonces pensó -pues si sonríes tú, yo también puedo- y la imagen reflejada le contagió una risa tonta que se autoalimentó durante un buen rato. Cuando a las dos mujeres se les pasó el repentino e inexplicable ataque, Aurora le dijo a su reflejo -oye tú podrías ser un personaje interesante ¿me dejas escribir sobre tí?.-

Y así fue como comenzó el libro que le devolvería su vida perdida, el libro en el que volcó todo lo que le quedaba por vivir a la mujer reflejada en el cristal.

Chiste de Quino

Chiste de Quino
-¡ah!, claro, ahora, "¡¿qué hace, González?!",
"¡¿qué hace González?!"
... ¡pero todas las veces que González,
la estúpida González, se llevó trabajo de la oficina para hacerlo
en su casa, nadie vino a preguntarle "¡qué hace, González!"

Robo

Robo - ¡Señor Agente! ¡Señor Agente! ¡ayúdeme!
- ¿qué le ocurre señora? ¿ha sido agredida?
- sí, bueno ... no exactametne, es que me han robado ...
- ¿cuándo? ¿ha visto al asaltente?
- hace unos minutos, era una mujer
- ¿puede describirla?
- pues sí, se parecía mucho a mí, sólo que más vieja, aparentaba unos sesenta años
- mmm, ya veo, y usted tiene ... como cincuenta y cinco o cosa así ¿no?
- no, en realidad tengo 59 años, cumpliré sesenta el mes que viene.
- bien, y ¿qué le ha robado exactamente?
- mi juventud, agente, me ha robado mi juventud ...


Imagen: fotografía de Martin Walls

Deseo

Deseo
El deseo me invadía esta mañana,
cuando mis ojos se han abierto sólo para buscarte,

mis brazos se han estirado para encontrarte,

mi cuerpo ha esperado ser de nuevo abrazado por el tuyo,

mis oídos se han esforzado pero no han logrado escuchar lo que me decías anoche,

mis labios han querido volver a crear junto a los tuyos nuestros besos,

mis susurros han tratado de llegar a tí para acercarte,

y mis arrugas han añorado volver a mostrarse al sonreir con tus palabras.

Hoy me he despertado enamorada,
enamorada de tí porque te has adueñado de mis sueños.


Sí hoy me he despertado enamorada de ...
¡de Fernando Alonso! ¿¿¿¿¿?????

Teniendo en cuenta que a mí este chico nunca me ha llamado la atención lo más mínimo, me resulta raro. Pero los sueños son así (al menos los míos), rarísimos, esta noche este desconocido se ha colado entre mis cosas, supongo que porque ayer estuve hablando con mi hermana, que acaba de hacerse fanática del F1, sobre el Gran Premio de Montmeló que se celebrará la semana que viene.

Ya se me ha pasado, ahora hasta me parece ridículo, y por eso lo cuento en este post, pero me pregunto qué pasará cuando le vuelva a ver por la tele ...
¿volarán mariposas en mi estómago?

Imagen: fotografía de Karl Blossfeldt

El diario que nunca tuve

El diario que nunca tuve Hoy he vuelto a equivocarme al despertarme, esta vez tenía quince años y estaba muy enfadada porque mis amigas se habían ido a fumar con la chica recién llegada al barrio, así que he cogido ese diario que nunca tuve y he empezado a leerlo para ver si encontraba algún recuerdo agradable.

Resulta que lo empecé a escribir ¡con tres años!, empieza el 11 de julio del 77 contando qué regalos me han hecho por mi cumpleaños, que he podido apagar las velas y que la tarta que me habían hecho mi madre y mis hermanas mayores estaba muy rica.

Avanzo rápido unas cuantas páginas y me encuentro con el día que aprendí a multiplicar, esperaba yo frente a la puerta del colegio a que llegara mi madre a recogerme y cuando subí al coche le conté emocionada mi hazaña; al parecer me sentía muy orgullosa.

Unas páginas más adelante me encuentro la crónica de un campamento de verano en Asturias, resulta que cayó el diluvio, el Sella se desbordó y tuvo que ir la Guardia Civil y los bomberos a rescatar a los cerca de 100 niños que habíamos ido a pasar una quincena de julio rodeados de amigos.

En la siguiente página sólo está escrito con una letra muy parecida a la mía "esta es la primera carta de amor que recibo, tengo 9 años", y a continuación hay pegada una hoja de papel, algo que me escribió quien yo consideraba mi amigo y que tras eso dejó de serlo.

Dejo pasar bastantes hojas rozándolas con mi dedo pulgar y me detengo en la primera escrita con bolígrafo, todas las anteriores estaban a lápiz. Comienza con la fecha, 5 de julio del 82, y sigue, haciendo una preciosa descripción de un paisaje de montañas con muchas nubes, la luz del sol filtrada a través de ellas no alcanzaba a calentar el aire y tenía frío. Así termina esa anotación, no entiendo muy bien el mensaje que quise transmitir pero desde luego, si fui yo quien lo escribió, lo escribí de una forma tan bella, que ahora sería del todo incapaz.

Enseguida reconozco la página en la que cuento la primera vez que me enamoré, bueno, que creía estar enamorada, porque a esa edad todos los amores parecen los únicos. Tampoco aquí me reconozco a mí misma, recuerdo algo parecido, pero no esos sentimientos tan intensos que parecían inundarme.

Unas páginas después llego a hoy, bueno al hoy de mis quince años; ya está escrito lo que me ha pasado con mis amigas y que, muy enfadada, he decidido quedarme en casa leyendo (no especifico el qué), paso página y me encuentro la fecha de mañana, y después la del día siguiente, y más adelante la de un año después.

Cierro el diario de golpe asustada y pienso ¿cuál será la última página, hasta qué día de mi vida ha escrito alguien con mi letra estas cosas? Tengo miedo a leerlo entero por si se parece a lo que he vivido y por si me encuentro con lo que viviré.

Imagen: fotografía de Chema Madoz

En la Residencia Los Jardines se respiraba tranquilidad siempre, pero aquél era un día soleado de primavera que invitaba a sus habitantes a pasear por los agraciados jardines que daban nombre a este lugar, y Juan fue el primero en sustituir las zapatillas de felpa por los zapatos y salir a respirar un aire menos viciado que el que a diario tenía que respirar en el salón de juegos o en el de la televisión.

Juan vivía en este lugar desde poco después de las navidades del año 99, cuando su único hijo aceptó un trabajo que le obligó a cambiar su residencia a otro país y otro continente, y él se quedó en casa, sólo acompañado por su diabetes y el aparatito de emergencias que llevaba colgado al cuello por si algún día tenía que darle al botón. Su hijo le convenció de que aquella residencia era el mejor lugar para él, que estaría bien cuidado y conocería nuevos amigos, y aunque Juan no quería mudarse a ese lugar, lo hizo porque en caso contrario sería un estorbo para su hijo, que tendría que estar llamándole a diario para asegurarse de que estuviera bien.

¿dónde se guardan?

¿dónde se guardan?
Las sonrisas censuradas, las atropelladas y las comprometidas.

Los sueños no recordados, los absurdos y los inventados.

Las lágrimas secadas, las aguantadas y las deseadas.

Las miradas esquivadas, las perdidas y las no encontradas.

Las palabras acalladas, las no escritas y las atragantadas.

La voz del ausente, la inaudible y la idealizada.

Los besos narrados, los esperados y los equivocados.

Las caricias anheladas, las imaginadas y las olvidadas.

Los te quiero no escuchados, los no dichos y los no respondidos.

Los te odio cohibidos, los digeridos y los disfrazados.

Los suspiros que no llenan, los que no vacían y los que no alivian.

Los recuerdos de mañana, los nunca vividos y los olvidados.

Los planes no trazados, los errados y los abortados.

Los pensamientos perdidos, los inacabados y los prohibidos.

Las verdades de mentira, las verdaderas mentiras y las mentiras hechas verdad.

¿o es que no se guardan?

¿perdiendo el tiempo?

¿perdiendo el tiempo?
Me rodea la oscuridad, sólo veo sobre mí un cielo plagado de estrellas. Me pongo cómoda y dejo que mi cabeza vaya por libre. Mis ojos miran hacia allí, deben estar buscando algo, quizás ellos tengan una estrella favorita y yo no lo sepa. Se están entendiendo con mis pensamientos y parece que se lo están pasando muy bien siendo libres, porque a mí no me molestan para nada, es más, me gusta verles así. Si los cierro, paran y me cuentan alguna cosita de lo que acaban de ver y me piden que los vuelva a abrir, que quieren seguir disfrutando de ese espectáculo, así que los abro y permanezco así durante incontables minutos, con mis pensamientos también jugando como locos y viniendo a mí como hace un niño en el parque, que llama a su madre a cada rato para que le vea.

En invierno despierto al fuego y le dejo respirar en la chimenea, le alimento y me quedo cerca disfrutando de su calor. Puedo acercarme tanto que me quema, pero permanezco allí hipnotizada mientras observo cómo cada llama se lanza hacia arriba, cambiando su color y su inexistente forma. Mi cabeza empieza otra vez a escaparse, esconde mis ideas y me deja con una mente en blanco que necesita ser rápidamente llenada, de modo que me surgen espontáneamente un montón de recuerdos, sentimientos e imaginaciones, que se mezclan entre sí y con las llamas y revolotean frente a mí ayudados por el aire caliente.

Una tarde de verano me quedé durante horas sentada en la orilla de un río, sobre una roca cobijada por la sombra de un árbol y en compañía de unos amigos. Este lugar nos invitaba a conversar y lo hicimos durante un buen rato, pero un elemento en el entorno se sublebó: el agua que corría lentamente por el cauce empezó a llamar nuestra atención con sus reflejos y su relajante sonido, hasta que consiguió callar nuestras voces y aislarnos a unos de otros. Todos fuimos embaucados, cada uno a su forma. Hubo quien quiso sumergirse en ella. También hubo quien permaneció observando las pequeñas plantas, peces e insectos varios que desarrollaban su normal acitividad ante la atenta mirada del intruso. Otros sencillamente disfrutaron de su voz corriendo cauce abajo. Yo cogí un palo y, sin saber por qué, empecé a dibujar formas en su superficie; así empecé, porque tras bastante rato, probablemente horas, me sorprendí dando golpes en el agua con él, y así continué, pues era una actividad estúpida, pero altamente relajante; supongo que también en este momento, mis pensamientos se amotinaron y consiguieron que el resto de mi cuerpo les obedeciera sin contar en absoluto con mi lado consciente. Pero yo se lo agradezco.

Sacando la basura

Sacando la basura Salgo hoy de casa con la bolsa amarilla en una mano y la negra en la otra, no me preguntéis dónde llevaba la cabeza, porque creo que me la dejé sobre la mesa de la cocina.
Me bajo yo toda contenta con las dos bolsas, me meto en el coche y las dejo en el suelo del asiento de al lado (ya, ya lo sé, ese no es su sitio, pero tampoco la mesa de la cocina es el sitio más idóneo para mi cabeza, y allí se ha quedado); arranco, pongo música, ¿a ver qué me apetece hoy? ..., venga, hoy va el día de Sabina. Y allá voy yo, dispuesta a pasarme la hora de rigor en la M40 hasta mi oficina, que está en la otra punta de Madrid.
A mitad de camino, me doy cuenta de que todavía llevo las bolsas al lado ¿y ahora qué hago en medio de la M40 con dos bolsas de basura?, pues tendré que seguir con esta compañía hasta algún sitio civilizado donde haya contenedores. Bueno, tampoco molestan, ya las tiraré cuando llegue, además o mi pituitaria se ha quedado también sobre la mesa de la cocina, o es que mi basura es inodora.
Ya cerca de mi destino, en un barrio de viviendas mezcladas con oficinas, encuentro unos contenedores muy bien colocaditos en la acera, así que aparco y salgo con las dos bolsas, como si nada. Estoy echando cada una donde corresponde, y una señora en bata me empieza a gritar desde una ventana que qué hago, que esos contenedores son de ese bloque y yo no soy vecina, que me vaya a tirar mi basura a mi barrio; y es que hay gente que tiene un sentido de la propiedad muy extraño. Le explico lo que me ha pasado, que me he venido desde casa con las bolsas en el coche porque soy muy despistada y que por favor me permita dejarlas ahí, que no volverá a ocurrir. Ella refunfuña algo para sí misma mientras me hace un ademán con la mano como perdonándomde la vida, y se mete para dentro (menos mal que no tengo pinta de terrorista y me ha dejado ir libre y en paz), y es que hay gente que no alcanza a concebir mi elevado nivel de tontería.
Vuelvo al coche algo avergonzada por la escenita tipo aquí no hay quien viva, arranco y para colmo, Sabina empieza a cantarme el Rock&Roll de los Idiotas (... como tú y como yo ...)

Mi vida perra

El otro día un amigo, el mismo que me empujó a crear mi propio blog, me prestó un libro precisamente de este mundillo; se titula "Mi vida perra, diario de una treintañera cualquiera", escrito por Almudena Montero y son extractos de su blog www.lacoctelera.com/amqs. Yo no puedo prestároslo a todos (y sobre todo, que si por casualidad ella se pasa por aquí y lee esto, preferirá que os diga que lo compreis), pero os recomiendo leerlo. Para que os hagais una idea, os dejo aquí un fragmentito:
Un día sales a la calle y alguien a quien jamás has visto te pisa el pie. Al día siguiente te cruzas de nuevo con él. A la semana te invitan a una cena y allí está. En la cena te hablan de una ciudad de la que nunca habías oído hablar. Por la mañana te llama tu hermano y te cuenta que se va de vacaciines a ese lugar. Enciendes la tele y en un documental aparece una extraña beandera con los mismos colores que tu nuevo mantel de Ikea que planchas porque esa noche viene gente a casa a cenar. Y una amiga te cuenta que tiene un novio nuevo. Le conoció en urgencias al caer en la calle y torcerse el pie. El es de un país muy extraño, pero no ha podido venir a la cena porque está grabando un documental. Y te acuestas una noche más pensando que vives otra vida, que no eres más que el testigo de lo que le ocurre a los demás. Y te preguntas si alguna vez el futuro hombre de tu vida le pisará el pie a alguna de tus amigas, o si desteñirá ese nuevo mantel, convirtiéndose en la bandera de un desconocido país tropical.

Estoy de luto

Estoy de luto Sí, porque el otro día me dijo un buen amigo que últimamente me veía algo vehemente y que yo no era así. Así que hoy, cuando por fin lo he admitido, me he muerto del susto.

He guardado luto un ratito, pero al final no me ha quedado otro remedio que volver a nacer. Sí, me costará trabajo volver a hacerme a mis cosas, pero no pasa nada, es como cuando se te cuelga el ordenador: tienes que apagar y volver a encender. Tarda un poco, pero se soluciona.

Imagen: fotografía de Ansel Adams

Desde el fragor de la batalla

Desde el fragor de la batalla Tras varios infructuosos intentos de alejarme un poco del campo de batalla a comunicarles la situación de la misma, parece que en este punto lo he conseguido. No será más que trazos de la misma, ya que parece haberse tornado complicada en diversos flancos, a saber:

nuestras primeras líneas de los huesos están siendo atacadas en la retaguardia por avanzadillas enemigas que, sobradamente armadas, se han apoderado de nuestros efectivos en tendones y músculos, a lo que las filas óseas están respondiendo con gran resistencia pero soportando las fuertes y frecuentes embestidas. En el cuello parece haber conseguido el ejército invasor hacerse con sus más importantes tejidos y los están sometiendo a terribles torturas, estirándolos y retorciéndolos contranatura, parece que todavía aguantan pero no les vendrían mal algunas ayudas de sus mejores sanadores. En las amígdalas debe haberse infiltrado otra patrulla invasora; allá parecen estar construyendo algún voluminoso artefacto que entorpece el paso de provisiones por esta garganta natural y al parecer sólo el intento se torna doloroso. Algunos de los mejores guerreros enemigos han conseguido alcanzar lo más alto del castillo, por las almenas han entrado en el interior del gran salón del castillo, las dependencias de nuestro Rey Cabezón III y desde ahí están haciendo retumbar lo que parecen ser potentes tambores, cuyos graves sonidos se amplifican por efecto de las paredes y parecen ser escuchados en todo el reino. Nos atacan también en la zona de los ojos, están utilizando algún tipo de mejunge que nos afecta a la visión y nos crea picores y sequedad. Las hogueras que han encendido por doquier, han dejado en el ambiente tanto calor como si estuvieramos en el mismísimo astro Sol y hacen casi imposible la circulación de nuestros mensajeros de un lado a otro del campo de batalla, aunque no han logrado doblegar nuestros sistemas de comunicación internos. Todos nuestros efectivos esperan ansiosamente la llegada de refuerzos, con los que, Dios mediante, acabaremos con los malditos invasores de una vez por todas, o al menos hasta las próximas nieves.
Se despide y les desea tranquilidad para las próximas horas, el gran luchador Adeblancos, hijo de Azules y nieto de Blancos, quien pide permiso para retirarse a descansar.

El premio

El premio
Hoy cuelgo dos posts porque ayer mi blog no funcionaba, así que quiero tomarme la revancha, que si no, se me acumulan.

Hoy me dice mi hermana P. en un mail que mi sobrinito, el que va a cumplir 3 años en mayo, ha sido esta semana el más bueno de la clase (bueno según dice él "me he portado muy bueno") y que como premio le han "pestao" un libro que tiene que devolver el lunes y que lleva muy orgulloso bajo el brazo a todos lados. Mi otra hermana M. ha contestado al mismo mail, que ¡vaya premio!, que para eso ella no se "porta buena", a lo que la mamá de la criatura (hermana P.) ha contestado que ella sí, que no es un libro corriente, sino uno de olores, que va del desayuno de un niño y que la primera página huele a chocolate, la segunda a pan, la tercera a miel ... Entonces la respuesta de mi hermana M. ha sido que sus libros ya huelen, pero que a pegamento, y que si huele las hojas muy de cerca luego ve cosas raras, que tenga cuidado con el chavalín porque supone que con el de chocolate pasará igual (es que ésta, mi hermana M., le quita el encanto a todo).

Yo también me he portado muy buena, a ver si a mi también me "pestan" un libro de esos.

¡ya llega! ¡ya llega!

¡ya llega! ¡ya llega! Tenía muchas ganas de verla. Todos los años viene de visita a Madrid durante 3 o cuatro semanas; nunca viene en una fecha fija ni sabe exactamente cuánto tiempo se va a quedar, porque tiene que viajar mucho, pero suele ser por estos días, y este año tenía yo especiales ganas de que llegara.
Pues fue ayer, estaba esperándola, como cuando de pequeña esperaba ansiosa a mi madrina que venía de Barcelona todos los años por noviembre en la vieja estación del norte, entre los andenes y los trenes y con el frío que dejaba pasar la gran bóveda acristalda.

Siempre me gusta cuando viene porque con ella parece que los días se me van haciendo más largos, que me da tiempo a hacer muchas más cosas y me cuesta más irme a dormir. Me gusta pasear con ella porque es una auténtica entendida en flores, las conoce todas y con ella consigo encontrar muchas más que cuando voy sola; caminamos juntas tranquilamente disfrutando de las flores más madrugadoras del año, las blancas y pequeñas joyas que salen de los almendros y cerezos en parques y carreteras, sintiendo el calorcito que proporciona el brillante sol.

En estos días estoy deseando que llegue la hora de salir del trabajo para pasar con ella esas últimas horas del día, donde todavía hay claridad y los pájaros, revoltosos, no paran de cantar; salgo de la oficina, desde la que he oido a esos pajarillos llamarme a través de la ventana abierta, y paso con ella un agradable rato en una terraza, viendo cómo se va escondiendo el sol y se van vaciando nuestras cañas de cerveza, hasta que ya de noche, nuestra conversación se alarga y, gracias a que empieza a refrescar un poco, nos vamos a casa. Digo gracias, porque si no fuera por eso, a ver quién era capaz de levantarme al día siguiente para ir a trabajar. Bueno, pues ella también me ayuda a levantarme, desayuno en su compañía rápidamente y se viene conmigo hasta la oficina en un viaje que se me hace corto pese a que son bastantes kilómetros en los pesados atascos de las carreteras de circunvalación de esta ciudad; cuando llego, me despido de ella, deseando que llegue de nuevo la hora de salir; hoy hemos quedado en que va a venir a recogerme y vamos a dar un paseo por el bulevar, estrenando las sombras de los árboles en verde explosión.

¡Qué maleducada soy, aún no os la he presentado!, es mi amiga, la primavera.

Imagen: La primavera, Botticelli, 1482

Gritamos

Son las 12:08 horas y acabo de subir de nuevo a mi oficina. A las 12:00 la calle de pronto, un viernes, una calle de Madrid llena de grandes edificios de oficinas, se ha llenado de gente. Gente en silencio, gente con el semblante muy serio, gente que ha hecho lo que estaba en su mano, gente que ha querido demostrar que cree en algo, gente que ha utilizado la mejor arma, gente que ha gritado que quiere paz con EL GRITO MÁS FUERTE, EL SILENCIO.

Recordando instantes ...

Recordando instantes ... La primera vez que la escuché fue volviendo de un campamento de verano en Pirineos; podía tener yo 15 años y a mi lado en el autocar iba sentado el que era mi mejor amigo.
Todo el viaje fue de noche, salimos de San Juan de Plan antes de cenar y teníamos previsto llegar a Madrid a las 7 de la mañana. A ratos dormíamos, a ratos hablábamos, a ratos escuchábamos la música que el conductor, después de una dura negociación, nos ponía muy bajita. Mi amigo le dio una cinta de un grupo que empezaba a sonar mucho en España, se llamaba U2, y el álbum en cuestión The Joshua Tree. Yo no lo había escuchado nunca, nos pusimos cómodos y, sin palabras, fuimos disfrutando de esas canciones de las que no entendíamos la letra pero que aun así, nos hipnotizaban; recuerdo que mientras sonaba with or without you, yo miraba por la ventana, con la cabeza apoyada en el frío y duro cristal, un paisaje de campos de vides iluminados por una brillante luna llena de julio, mientras mi amigo creo que dormía, con la cabeza apoyada en mi hombro. Escuchamos las dos caras de la cinta (2 veces, ya ibamos ganando al conductor 2 a 0), todas las canciones me iban gustando, pero esa, no sé, me sacaba de aquél autocar, como si viajara yo sola a un lugar que sólo yo conocía.
Pocas cosas más se me quedaron grabadas de aquel viaje, aparte de una copia de esa cinta que, tal como me había prometido en el autocar, me dio mi amigo al día siguiente, y que prácticamente desgasté en el resto del verano.
Recuerdo aquél instante de felicidad, sencilla y profunda, inocente y fresca; no hubo más, no hizo falta más.
Desde entonces, cada vez que oigo esas primeras notas, el delicioso punteo grave con el que comienza, ese ratito que tarda en aparecer la voz que casi susurra, llora, esté donde esté, mi mente se aisla, anula todos mis sentidos excepto el oído, y me mantiene secuestrada en esa música, sin recuerdos, sin pensamientos, sin más luz que la de aquella luna llena a los quince años.

El cant dels ocells

El cant dels ocells Dentro de pocos días volverá a ser 11 de marzo en Madrid, en Atocha, en el Pozo, en el parque del Retiro. Se han organizado distintos homenajes en recuerdo de las víctimas (que son muchas más de 192) en diversos lugares de la ciudad y del país entero, todos ellos con muy buena intención, pese a que haya quien no coincida en gustos.
Uno de los homenajes me parece especialmente bonito, he oído (y espero que sea cierto) que cuando se abra oficialmente el Bosque de los Ausentes, en El Retiro, con sus 192 árboles y sus 192 almas, sonará por boca de un chelo un especial canto a la paz, El Cant dels Ocells (El canto de los pájaros), canción típica del folclore catalán que el Maestro Pau Casals interpretó con su violonchelo (siempre acompañado por su suave tarareo) tras el discurso por la paz que recitó en la ONU en 1971, que a continuación os reproduzco:

"Éste es el mayor honor que he recibido en mi vida. La paz ha sido siempre mi mayor preocupación. Ya en mi infancia aprendí a amarla. Mi madre -una mujer excepcional, genial-, cuando yo era chico, ya me hablaba de la paz, porque en aquellos tiempos también había muchas guerras. Además, soy catalán. Cataluña tuvo el primer Parlamento democrático mucho antes que Inglaterra. Y fue en mi país donde hubo las primeras naciones unidas. En aquel tiempo -siglo XI- se reunieron en Tolouges -hoy Francia- para hablar de la paz, porque los catalanes de aquel tiempo ya estaban en contra de, EN CONTRA DE la guerra. Por ello, las Naciones Unidas, que trabajan únicamente por el ideal de la paz, están en mi corazón, porque todo lo referente a la paz le llega directamente.
Hace muchos años que no toco el violonchelo en público, pero creo que debo hacerlo en esta ocasión. Tocaré una melodía del folclore catalán: El Cant dels Ocells (El canto de los pájaros).
Los pájaros, cuando están en el cielo, van cantando:"Peace, peace, peace" (paz, paz, paz) y es una melodía que Bach, Beethoven y todos los grandes habrían admirado y querido. Y, además, nace del alma de mi pueblo, Cataluña."


Sin lugar a dudas será un precioso homenaje que unirá el sentimiento de muchas personas. Si es cierto que el homenaje será de esta forma (ya digo, que lo oí en la radio, y puede que la información no sea del todo correcta), significará que alguien se ha dado cuenta de que todos somos uno, y que en Madrid, como en cualquier otro lugar, puede sonar una canción por la paz sin que nadie le busque tres pies al gato.

Va por todo el que se sintiera víctima de esta descerebrada acción terrorista.

Valerosos soldados

Valerosos soldados Necesitaba lápices nuevos, en mi vieja caja no siempre encuentro los colores que se me antojan las pocas veces que me atrevo a enfrentarme con la hoja de conqueror virgen (no en blanco, porque tiene un ligero tono crema).

He comprado una caja nueva y grande; al abrirla he encontrado un pacífico ejercito de lápices, perfectamente uniformados de verde en su exterior e igualmente afilados, pero cada uno con su mina intacta, llena de color, única, indispensable para que el orden crómatico en el que están colocados tenga un sentido.

Los he comprado para usarlos, pero al ir a coger el primero (he elegido un precioso azul ligeramente desaturado) he sentido un profundo respeto: a partir de ahora será mi decisión que uno se gaste antes que otro. Alguno tendrá el honor de encontrarse con el sacapuntas con mucha frecuencia, lo que significará que me agrada el tono que deja en el papel. Otros colores se sentirán con el tiempo del todo inútiles porque verán cómo los demás van menguando de tamaño mientras a ellos sólo los afilaré de vez en cuando, como ese amarillo al que, por más que lo intento, no le encuentro un espacio de papel donde quede bien. Inevitablemente, habrá muchos que, en su carrera por ir perdiendo longitud, tengan rachas, ya que tendrán que someterse a mi antojo, a las tonalidades que yo quiera plasmar en cada hoja texturada, a mi estado de ánimo, a la presión que ejerza al rozarlos contra el papel, o a lo que encuentre interesante para pintar. Los días que se nos dé bien la tarea, pienso premiar a todos estos soldaditos colocándolos en su caja en un nuevo orden cromático que les sorprenda, y dejándolos a todos sin excepción tan afilados que se sientan bien atractivos, igual que un soldadito en su día de permiso.

Va llegando la primavera y creo que voy a hacer que rompan filas con frecuencia los azules, verdes y naranjas, tendrán que distanciarse del pelotón, volverán agotados a la caja, pero seguro que aún les quedarán fuerzas para contarle al resto del valeroso ejército la misión desempeñada, si ha sido satisfactoria o si deberán volver al día siguiente a rematar alguna zona del papel donde permanezca la resistencia.