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El premio

El premio

Hoy cuelgo dos posts porque ayer mi blog no funcionaba, así que quiero tomarme la revancha, que si no, se me acumulan.

Hoy me dice mi hermana P. en un mail que mi sobrinito, el que va a cumplir 3 años en mayo, ha sido esta semana el más bueno de la clase (bueno según dice él "me he portado muy bueno") y que como premio le han "pestao" un libro que tiene que devolver el lunes y que lleva muy orgulloso bajo el brazo a todos lados. Mi otra hermana M. ha contestado al mismo mail, que ¡vaya premio!, que para eso ella no se "porta buena", a lo que la mamá de la criatura (hermana P.) ha contestado que ella sí, que no es un libro corriente, sino uno de olores, que va del desayuno de un niño y que la primera página huele a chocolate, la segunda a pan, la tercera a miel ... Entonces la respuesta de mi hermana M. ha sido que sus libros ya huelen, pero que a pegamento, y que si huele las hojas muy de cerca luego ve cosas raras, que tenga cuidado con el chavalín porque supone que con el de chocolate pasará igual (es que ésta, mi hermana M., le quita el encanto a todo).

Yo también me he portado muy buena, a ver si a mi también me "pestan" un libro de esos.

Ríete

Ríete

Ríete

Sí, sí, te lo digo a tí, no mires para atrás, … ¿cómo? ¿que no sabes de qué? … ¿que reírse de nada es de locos? ¡bah! ¡tonterías! ¡es buenísimo!, lo dicen los expertos de la universidad de Berkeley (entre otras …) ;P
… está bien, me reiré yo primero y trataré de contagiarte y que rías hasta que te duela la tripa, tengas que quitarte las gafas para secarte los ojos (si no llevas gafas a lo mejor deberías ponerte unas de sol para que nadie te reconozca al troncharte de esta forma delante de una pantalla de un pacífico e inocente fondo azul clarito) y decir unas cuántas veces “ay, qué risa he pasado, creía que me moría”
Yo ya he empezado ¿no me ves? ¡jo, ha sido para morirse de risa!, … espera, que me ha entrado otra vez y ahora no puedo parar ….. pues es que ….. ya, ya puedo ….. no, no puedo ….., me ha dado la tontería y …..……ufffhh……….qué tontería más tonta …….. a ver si ya ………pues resulta que …… que …… ayhhhh ……para, para …… bueno, parece que ….. que ya ……… vale, creo que ya, a ver si puedo contártelo …:
Es …. es una tontería …….. ya, ahora ya va, en serio, …… es una tontería que hago desde que era pequeña (lo malo es que antes lo hacía con mis hermanos y nos partíamos en conjunto, pero a mi edad, ya me vale hacer Muecas Terroríficas); he cogido el rollo de celo, me he estirado los párpados para arriba y los he pegado a las cejas, he torcido la nariz para un lado y la he pegado a mi mejilla (uys, qué de arrugas puede tener una preciosidad de treinta años) (oye, que esto no lo he dicho para que te rías, que de verdad soy una preciosidad), he tirado de los labios para el lado contrario a la nariz y con un trozo bien largo, lo he pegado al cuello de la camiseta. El resultado: tengo la cara de haberme chocado contra un cristal a una velocidad vertiginosa y que del susto se me hayan abierto tanto los ojos que han tirado como un resorte de los hombros y me he quedado sin cuello. ¡jo!, ¡cómo me he reido! …. ¡y cuánto ha dolido quitarme el celo de los labios! ….hubiera llorado de la risa, pero como tenía los ojos resecos de tenerlos tan abiertos y doloridos de tener que reírme sin poder cerrarlos (probadlo alguna vez, es superchungo), no ha funcionado el reflejo del lagrimal ….. ahora me duele un poco toda la cara pero moviendo un poco la nariz a la vez que abro mucho la boca para estirar la piel y reactivar la circulación (¡¡oye, de eso tampoco te rías, que no tiene gracia!! ¡¡que ahora no lo estoy haciendo para que te rías!!) … se arregla.

… en fin.... ¡qué risa!, menos mal que no suelo ir maquillada y no se me puede correr el rimel ni el colorete, … ¡lo que nos hubiéramos perdido!

Con la corriente

Con la corriente

Este cuento comienza con un árbol. Un árbol que había crecido durante años junto a un caudaloso río, por el que, fuera la estación del año que fuera, siempre corría apresurada el agua, esquivando rocas, acariciando guiijarros, refrescando musgos y salpicando límpidas gotas en sus numerosas caídas. Pero volvamos al árbol, su esqueleto era fuerte y resistente en invierno, por primavera florecía presumidamente, sus hojas eran numerosas y grandes en verano, y para el otoño ya había conseguido que de sus ramas colgaran jugosos y prometedores frutos.

Todas sus ramas crecían obedientemente sobre la tierra, excepto una, que crecía hacia el cielo sobre el cauce del río. El castigo del árbol a esta indisciplinada rama era que de ella florecieran menos flores que de las demás, flores que nunca conseguían convertirse en fruto, pese a que lo intentaban año tras año. Pero llegó un verano distinto a los anteriores, el árbol vió que en esa rama unas hojas habían acurrucado y conservado cual si de un cálido nido de gorriones se tratase a un pequeño fruto de pálido color que se abría paso a la vida. Pasaron los días y esas protectoras hojas fueron separándose, despacio y con delicadeza para que el sol y el viento no dañaran el preciado fruto; éste fue adquiriendo colores más vivos a medida que su tamaño aumentaba, hasta que se convirtió en un precioso fruto rojo casi perfectamente redondo.

El árbol del que había crecido se mostraba ahora algo orgulloso a la vez que preocupado, ya que el fruto tarde o temprano caería, pero no como los demás, éste lo haría sobre el lecho del río, de donde las aguas se lo llevarían lejos, muy lejos de allí. Por ello, trató de que esa rama que crecía huyendo del suelo firme, ramificara en nuevos y flexibles tallos que recogieran al fruto al caer y lo hicieran rodar cual tobogán hasta la orilla; de esa forma podría verlo crecer junto a él. Pero la valiente bolita roja no tenía los mismos planes, creció todo lo que pudo y un buen día comenzó a balancearse insistentemente ayudado por fuertes rachas de viento, hasta que el esforzado pecíolo que lo sostenía de la rama cedió. Entonces el fruto disfrutó de un vuelo de tan sólo unos metros, cayó sobre las aguas, y viajó con la corriente; se dejó llevar por ella, quería saltar, hundirse, ver los fondos y volver a flotar, quería ver nuevos lugares, otros amaneceres, y quizá, algún día, encontraría algún lugar apacible de la orilla donde descansar e integrarse allí con la naturaleza y, agradecido a la corriente que le llevó, se separaría de ella.

El final del cuento seguro que lo conoceis ¿nunca habeis visto un árbol solo o rodeado por otros distintos a él?

Caprichos caprichosos

Caprichos caprichosos

Paso cerca de una tienda de cafes y el aroma tostado que sale de ella me avisa

"oye, que estoy aquí, no me buscabas pero me has encontrado, recógeme, no me dejes perdido entre todos los demás, si me escoges a mí, te regalaré gratas sensaciones, te daré siempre los buenos días cargados de fuerza, te arroparé en el frío de la siesta y te acompañaré a la cama por la noche para que tengas cálidos y divertidos sueños"


Y yo, cómo voy a resistirme, entro en la tienda y me llevo un paquete de café keniano molido especialmente para cafetera de goteo.

Al llegar a una pequeña vinería de la Cava Baja de Madrid donde he quedado con unos amigos para charlar y reirnos al ritmo de unas cañas bien tiradas, una de las botellas de la barra gira su etiqueta hacia mí llamando mi atención sobre su atractivo diseño y su apariencia de renombre; no sé cómo, el caldo de su interior penetra a través de mi olfato, y me susurra

"me deseas, sabes que te voy a sorprender cuando me huelas de cerca, cuando creas tocar mi afrutado cuerpo a través del cristal, cuando me mezas para observar la transparencia de mi gradiente y cuando por fin acaricie tu boca, sabrás aprovechar de mí toda la riqueza con la que he sido preparado; y si tomas lo que te ofrezco sin engañarme después con algún otro espirituoso de dudosas intenciones, yo entonces te lo agradeceré dejando que tus mejores pensamientos inunden tus palabras, te envolveré con un embriagador abrazo, coloreando con mi calor tus sonrientes mejillas, y disfrutando contigo de estos grandes momentos de felicidad sin obligaciones"


Está bien, no tienes que insistir tanto, hoy te prefiero a tí, pero no te tomes a mal que otro día me quede con las refrescantes y ligeras rubias, que hay momentos para todo.

Al salir de las cajas de un centro comercial, veo que un montón de libros se han apilado ordenadamente para conseguir alzar triunfante a uno de ellos, el que se ha colocado en la cumbre de tan sabia pirámide. Me acerco a él, y leo el mensaje que esconde entre las letras de sus sedosas páginas:

"por fin nos conocemos, llevo algún tiempo buscándote, te he perseguido por librerías y almacenes, pero la agresiva competencia que sufro siempre consigue empujarme al fondo de las estanterías, donde un libro delgadito como yo ya puede considerarse exiliado; hoy estos buenos amigos que me han elevado hasta tu vista, me están dando probablemente la única oportunidad de mi vida, tú sabrás leerme y entender mis juegos de palabras, y seguro que tienes un minúsculo espacio en tus estanterías donde yo pueda sentirme cómodo y tú me encuentres siempre que quieras"


Muy bien, yo te haré un huequito en mi casa, y trataré de encontrar lo mejor que escondes entre tus renglones, no puedo decepcionar a tus numerosos e ilustrados amigos que tanta molestia se están tomando por tí.

Tenía la noche libre, sin planes, y no me apetecía quedarme en casa ¿qué podré ver en el cine?; en la larga lista de la programación encontré títulos vacíos, otros llenos de estupidez, otros tras los cuales no hay más que la típica película sin imaginación y con actores guapos guapísimos sin más. Un título, por el que he pasado de largo al no parecerme en absoluto interesante me grita ofendido

"eh tú, no deseches tan rápido la idea, ni siquiera me conoces, ni te han hablado de mí ¿qué te dice que no te valgo?; ya, yo no tengo buena fotogradía, ni famosos actores ni glamurosas actrices, mi banda sonora no la firma ningún músico famoso de Hollywood, ni me han ayudado con una poderosa campaña de marketing, pero tengo algo muy interesante que contarte, te voy a hablar de soledad, de fracaso, de apuros y de desamores, pero tras todo esto voy a mostrarte el valor de una verdadera amistad envuelta en originales escenas cómicas y drámaticas embotelladas en un Pinaud del 61, te voy a hablar de una buena persona a la que a fuerza de ser buena, la vida finalmente le sonreirá, y te apuesto el precio de las entradas a que no te defraudaré".


A estas palabras, que me sonaron a crítica de verdad ajena a los índices de taquilla, hay que hacerles caso, al fin y al cabo, más sabrá ella de sí misma que yo, que no había oído hablar de "Entre Copas" nunca.

Volví a casa, preparé la cafetera con esa especialidad de Kenia que había comprado por la mañana, todavía con el gusto a buen vino que me había dejado la acertada película en la boca y me dispuse a leer un ratito el libro recién adquirido antes de ir a la cama.

Hormiguita

Hormiguita

Esta es la historia de una hormiguita que trabajaba mucho, mucho, como muchas de sus compañeras, pero os contaré sólo su caso, tal como me lo contó a mí; le gustaba trabajar porque siempre, en cada uno de los recorridos que hacía desde el hormiguero en busca de alguna valiosa cáscara de pipa, aprendía cosas nuevas, conocía lugares distintos, y volvía henchida de orgullo al hormiguero agotando sus fuerzas con la pesada y valiosa carga sobre sus espaldas. Pero nuestra hormiguita tenía un problema, algunos días, cuando comenzaba la jornada y sus tareas de búsqueda y recolección de provisiones, deseaba poder olvidarse de sus obligaciones y perderse entre las flores, caminar sobre sus suaves pétalos y beber su dulce néctar, saltar de los trampolines que eran las elásticas briznas de hierba, trepar por trepar a lo más alto de un árbol y saludar al sol de cerca, todo lo cerca que podía, perderse por nuevos caminos, jugar a agitar las hojas para ver el espectáculo de las gotas de rocío al caer y chocar contra el suelo, descansar apoyada en un tallo y escuchar el sonido de su mundo, encontrarse con sus amigos la abeja, el escarabajo, la mariposa y el mosquito y pasar con ellos agradables momentos charlando y riendo. Pero nada de esto podía hacer si en el hormiguero se exigía doble jornada de trabajo porque la primavera había llegado tarde y el verano iba a irse pronto, excusas que año tras año esgrimían sus superiores; además en el hormiguero siempre gustaban más los alimentos que ella traía, decían que ella hacía el trabajo mejor y por tanto, le encargaban más tareas.

Por eso cuando llegaba su día libre, intentaba aprovecharlo al máximo, todo lo que sus mermadas fuerzas le permitían, y aunque empezaba de nuevo el lunes (las hormigas llaman lunes a su primer día de trabajo tras el descanso aunque para ellas no existan las semanas) bastante cansada físicamente, lo hacía con ganas, porque tenía en su cabeza todo lo que había disfrutado en su descanso y deseaba que llegara de nuevo y cuanto antes el siguiente día libre.

¡ya llega! ¡ya llega!

¡ya llega! ¡ya llega!

Tenía muchas ganas de verla. Todos los años viene de visita a Madrid durante 3 o cuatro semanas; nunca viene en una fecha fija ni sabe exactamente cuánto tiempo se va a quedar, porque tiene que viajar mucho, pero suele ser por estos días, y este año tenía yo especiales ganas de que llegara.
Pues fue ayer, estaba esperándola, como cuando de pequeña esperaba ansiosa a mi madrina que venía de Barcelona todos los años por noviembre en la vieja estación del norte, entre los andenes y los trenes y con el frío que dejaba pasar la gran bóveda acristalda.

Siempre me gusta cuando viene porque con ella parece que los días se me van haciendo más largos, que me da tiempo a hacer muchas más cosas y me cuesta más irme a dormir. Me gusta pasear con ella porque es una auténtica entendida en flores, las conoce todas y con ella consigo encontrar muchas más que cuando voy sola; caminamos juntas tranquilamente disfrutando de las flores más madrugadoras del año, las blancas y pequeñas joyas que salen de los almendros y cerezos en parques y carreteras, sintiendo el calorcito que proporciona el brillante sol.

En estos días estoy deseando que llegue la hora de salir del trabajo para pasar con ella esas últimas horas del día, donde todavía hay claridad y los pájaros, revoltosos, no paran de cantar; salgo de la oficina, desde la que he oido a esos pajarillos llamarme a través de la ventana abierta, y paso con ella un agradable rato en una terraza, viendo cómo se va escondiendo el sol y se van vaciando nuestras cañas de cerveza, hasta que ya de noche, nuestra conversación se alarga y, gracias a que empieza a refrescar un poco, nos vamos a casa. Digo gracias, porque si no fuera por eso, a ver quién era capaz de levantarme al día siguiente para ir a trabajar. Bueno, pues ella también me ayuda a levantarme, desayuno en su compañía rápidamente y se viene conmigo hasta la oficina en un viaje que se me hace corto pese a que son bastantes kilómetros en los pesados atascos de las carreteras de circunvalación de esta ciudad; cuando llego, me despido de ella, deseando que llegue de nuevo la hora de salir; hoy hemos quedado en que va a venir a recogerme y vamos a dar un paseo por el bulevar, estrenando las sombras de los árboles en verde explosión.

¡Qué maleducada soy, aún no os la he presentado!, es mi amiga, la primavera.

Imagen: La primavera, Botticelli, 1482

hay ángeles entre nosotros

hay ángeles entre nosotros

- ¡Mamá! ¿no lo has visto? ¡acaba de pasar un señor con dos alas llenas de plumas blancas!.
- No hija, no lo he visto, ¿por dónde ha pasado? , le dijo su madre a Lara.
- ¡pero si se ha cruzado con nosotras! ¡cómo puede ser que no lo hayas visto!- rechistó Lara. - ¡mira! ¡parece que ha perdido una de las plumas!.- Lara avanzó un par de pasos y recogió una blanquísima y esponjosa pluma que reposaba en la superficie de un oscuro charco.
- Se le habrá salido a alguien del abrigo, Lara, ¡no digas tonterías!.- explicó su madre. - Anda, no te entretengas y vamos a casa que parece que va a empezar a llover otra vez.
Lara obedeció, volvió a acercarse a su madre y cogió de nuevo su mano mientras emprendían el camino a casa. En la otra mano mantenía la pluma con sumo cuidado, acariciando su suavidad delicadamente mientras le buscaba un sentido a aquél señor con grandes alas blancas y paso apresurado.

La madre de Lara tenía un sexto sentido para la meteorología, tal como ella vaticinó, comenzó a chispear, los transeúntes aligeraron sus pasos, y los coches empezaron a hacer funcionar sus limpiaparabrisas. En pocos minutos la lluvia ya era copiosa, de la que cala hasta los huesos. Lara y su madre estaban empapadas de pies a cabeza, corrían todo lo que podían, pero una pareja formada por madre e hija cogidas de la mano, digamos que no es la mejor asociación para correr los cien metros lisos. Lara quiso secarse un poco la cara, ya que chorreaba y las gotas en sus gafas no le dejaban ver prácticamente nada; ahí fue cuando se dio cuenta de que la pequeña pluma que llevaba todavía en la mano, estaba completamente seca, miró a uno y otro lado buscando aquella presencia, pero no la encontró. Pararon frente al paso de cebra que las separaba del portal, cuando un coche, que venía a toda velocidad, perdió el control, patinó sobre el gran charco que se había formado en la entrada de esa calle y era invariablemente dirigido por su inercia hacia donde se encontraban Lara y su madre. Todo sucedió muy rápido, Lara pensó No, Dios mío, todavía no, soy joven, y mi madre acaba de cumplir los 65 años, déjala jubilarse y disfrutar de la tercera edad. Apenas transcurrieron dos segundos, apretó fuerte la mano de su madre y el otro puño, en el que guardaba la pluma; ahora le vió, estaba al otro lado de la calle, simplemente soplando; su delicado pero poderoso soplo hizo que el gran árbol bajo el que Lara había jugado de pequeña, se desplomara en la calzada antes de que aquel coche llegara a ellas, y amortiguó el golpe de éste contra su tronco gracias a sus numerosas y frondosas ramas. Las dos habían caído al suelo del susto o del miedo, Lara no lo sabía muy bien; se levantó, ayudó a su madre a incorporarse y señaló con el dedo al otro lado de la calle, donde ya no había nadie, sólo curiosos que iban acercándose. Algo perpleja, bajo la mano y calló, ¿para qué iba a decir nada? ¿quién iba a creer a una mujer de 30 años que paseaba con su anciana madre en un día de intensa lluvia relatando un encuentro con un ángel?

Desde ese día, Lara no ha vuelto a verle, no le busca con la mirada, no le echa de menos, sabe que está cerca de ella y en el fondo, prefiere que sea así. Ojalá tarde mucho en volver a verle, porque entonces ese día, necesitará de nuevo su ayuda.

Gritamos

Son las 12:08 horas y acabo de subir de nuevo a mi oficina. A las 12:00 la calle de pronto, un viernes, una calle de Madrid llena de grandes edificios de oficinas, se ha llenado de gente. Gente en silencio, gente con el semblante muy serio, gente que ha hecho lo que estaba en su mano, gente que ha querido demostrar que cree en algo, gente que ha utilizado la mejor arma, gente que ha gritado que quiere paz con EL GRITO MÁS FUERTE, EL SILENCIO.

Mensaje en una botella

Mensaje en una botella

Que corra el tiempo, que necesito verte
Que corra el tiempo, que necesito hablarte
Que corra el tiempo, que alguien está aprovechando que estoy sola y está atacándome llenando mi cabeza de dudas.

Dudas que no sé si lo son,
Dudas que tengo que mostrarte
Dudas que tienes que despejarme.

Despéjame de esta niebla que me oculta la senda
Despéjame de este peso que crece sobre mis espaldas y me impide avanzar
Despéjame de mí misma, cógeme la mano y llévame contigo, adonde tú quieras.

Recordando instantes ...

Recordando instantes ...

La primera vez que la escuché fue volviendo de un campamento de verano en Pirineos; podía tener yo 15 años y a mi lado en el autocar iba sentado el que era mi mejor amigo.
Todo el viaje fue de noche, salimos de San Juan de Plan antes de cenar y teníamos previsto llegar a Madrid a las 7 de la mañana. A ratos dormíamos, a ratos hablábamos, a ratos escuchábamos la música que el conductor, después de una dura negociación, nos ponía muy bajita. Mi amigo le dio una cinta de un grupo que empezaba a sonar mucho en España, se llamaba U2, y el álbum en cuestión The Joshua Tree. Yo no lo había escuchado nunca, nos pusimos cómodos y, sin palabras, fuimos disfrutando de esas canciones de las que no entendíamos la letra pero que aun así, nos hipnotizaban; recuerdo que mientras sonaba with or without you, yo miraba por la ventana, con la cabeza apoyada en el frío y duro cristal, un paisaje de campos de vides iluminados por una brillante luna llena de julio, mientras mi amigo creo que dormía, con la cabeza apoyada en mi hombro. Escuchamos las dos caras de la cinta (2 veces, ya ibamos ganando al conductor 2 a 0), todas las canciones me iban gustando, pero esa, no sé, me sacaba de aquél autocar, como si viajara yo sola a un lugar que sólo yo conocía.
Pocas cosas más se me quedaron grabadas de aquel viaje, aparte de una copia de esa cinta que, tal como me había prometido en el autocar, me dio mi amigo al día siguiente, y que prácticamente desgasté en el resto del verano.
Recuerdo aquél instante de felicidad, sencilla y profunda, inocente y fresca; no hubo más, no hizo falta más.
Desde entonces, cada vez que oigo esas primeras notas, el delicioso punteo grave con el que comienza, ese ratito que tarda en aparecer la voz que casi susurra, llora, esté donde esté, mi mente se aisla, anula todos mis sentidos excepto el oído, y me mantiene secuestrada en esa música, sin recuerdos, sin pensamientos, sin más luz que la de aquella luna llena a los quince años.

El cant dels ocells

El cant dels ocells

Dentro de pocos días volverá a ser 11 de marzo en Madrid, en Atocha, en el Pozo, en el parque del Retiro. Se han organizado distintos homenajes en recuerdo de las víctimas (que son muchas más de 192) en diversos lugares de la ciudad y del país entero, todos ellos con muy buena intención, pese a que haya quien no coincida en gustos.
Uno de los homenajes me parece especialmente bonito, he oído (y espero que sea cierto) que cuando se abra oficialmente el Bosque de los Ausentes, en El Retiro, con sus 192 árboles y sus 192 almas, sonará por boca de un chelo un especial canto a la paz, El Cant dels Ocells (El canto de los pájaros), canción típica del folclore catalán que el Maestro Pau Casals interpretó con su violonchelo (siempre acompañado por su suave tarareo) tras el discurso por la paz que recitó en la ONU en 1971, que a continuación os reproduzco:

"Éste es el mayor honor que he recibido en mi vida. La paz ha sido siempre mi mayor preocupación. Ya en mi infancia aprendí a amarla. Mi madre -una mujer excepcional, genial-, cuando yo era chico, ya me hablaba de la paz, porque en aquellos tiempos también había muchas guerras. Además, soy catalán. Cataluña tuvo el primer Parlamento democrático mucho antes que Inglaterra. Y fue en mi país donde hubo las primeras naciones unidas. En aquel tiempo -siglo XI- se reunieron en Tolouges -hoy Francia- para hablar de la paz, porque los catalanes de aquel tiempo ya estaban en contra de, EN CONTRA DE la guerra. Por ello, las Naciones Unidas, que trabajan únicamente por el ideal de la paz, están en mi corazón, porque todo lo referente a la paz le llega directamente.
Hace muchos años que no toco el violonchelo en público, pero creo que debo hacerlo en esta ocasión. Tocaré una melodía del folclore catalán: El Cant dels Ocells (El canto de los pájaros).
Los pájaros, cuando están en el cielo, van cantando:"Peace, peace, peace" (paz, paz, paz) y es una melodía que Bach, Beethoven y todos los grandes habrían admirado y querido. Y, además, nace del alma de mi pueblo, Cataluña."


Sin lugar a dudas será un precioso homenaje que unirá el sentimiento de muchas personas. Si es cierto que el homenaje será de esta forma (ya digo, que lo oí en la radio, y puede que la información no sea del todo correcta), significará que alguien se ha dado cuenta de que todos somos uno, y que en Madrid, como en cualquier otro lugar, puede sonar una canción por la paz sin que nadie le busque tres pies al gato.

Va por todo el que se sintiera víctima de esta descerebrada acción terrorista.

15 de abril

15 de abril

El jueves iba a ser su aniversario, Pedro ya lo había preparado todo perfectamente, tenía reservada una mesa para dos en el restaurante favorito de ella, un lugar pequeñito, con mucha personalidad, donde siempre se había sentido feliz entre las paredes color verde agua y en la mesa del rincón, bajo una vieja ventana de madera habitada en sus rejas por una parra. También había encargado un ramo de sus flores preferidas, enormes lirios blancos, que tendría que recoger el mismo jueves por la tarde en la floristería. Su traje estaba en el tinte, y su mejor camisa recién planchada por él mismo, se había propuesto demostrarle a ella que podía hacer ese tipo de tareas, que a veces estaba equivocada al decirle que nunca iba a ser capaz de cuidar de sí mismo.
Sonó el despertador el jueves y las primeras palabras de Pedro, todavía en la cama, fueron "felicidades María, no sabes cuánto te quiero y cuánto agradezco cada día el haberte conocido". Pasó el resto del día en el trabajo sumergido en la multitud de asuntos que le requerían, pero sin olvidar un solo momento que esa noche iba a ser especial.
Tras salir de la oficina pasó por casa para darse una ducha y arreglarse casi tanto como lo habia hecho el día de su boda. La cita en el restaurante era a las nueve, recogió a tiempo el ramo de flores y se dirigió hacia allí. Al entrar el camarero le saludó cariñosamente, con un "cómo estas, Pedro" y una palmada en la espalda, y le inidicó el ya conocido camino a su mesa. Una vez sentado le ofreció la carta, pero Pedro la rehusó, y le dijo, "sé que esto te parecerá raro, pero me gustaría tomar un martini mientras la espero, como si ella de verdad fuera a venir; hoy es nuestro primer aniversario desde que aquel borracho se cruzó en su camino de vuelta a casa, hoy es mi primer 15 de abril sin ella, y aunque pueda parecer patético, no se me ocurrió otra forma de pasarlo. Sé que ella hubiera querido celebrarlo así".

Imagen: Presencia, de Nicoletta Tomas

Una entre muchas

Una entre muchas

A es su nombre, A es su identidad, A es su sentido, A es su sonido.
Es una entre muchas, ella es única e insustituible, pero no se encuentra a sí misma, no se siente individual, sino que es frecuentemente arrastrada y obligada a rodearse de otras con las que debe crear palabras que a ella no le apetece crear; A se resigna, sabe que para eso existe, y para nada más, se debe a la función para la que fue creada.
Algo le consuela, ella no está condenada a vivir siempre rodeada, como lo están otras muchas compañeras, A puede estar sola y sentirse libre en multitud de ocasiones, aunque no siempre puede elegirlas ella, es el caprichoso comportamiento de la soledad, puede perseguirte si la huyes y esconderse si la buscas. Es la más privilegiada en ese sentido, pero la más perjudicada también por ser la mas necesaria, es a ella a la que más llaman, la que debe aparecer rodeada, cada vez de diferentes letras, en la mayoría de las palabras de uso cotidiano, la que tiene que esforzarse al máximo y dar su corazón en los gritos, en las carcajadas, la que comparte con su sentida amiga Y la resignación de un suspiro y el dolor de un quejido.
En ocasiones le enorgullece su función, le gusta arreglarse para ir de mayúscula. En esos momentos se siente como una estrella, alta, poderosa, tremendamente importante; se luce, triunfa, y después, como al fin de una grandiosa fiesta, vuelve a la comodidad, a vestirse de minúscula, a su infantil redondez, a su pequeña individualidad.

Valerosos soldados

Valerosos soldados

Necesitaba lápices nuevos, en mi vieja caja no siempre encuentro los colores que se me antojan las pocas veces que me atrevo a enfrentarme con la hoja de conqueror virgen (no en blanco, porque tiene un ligero tono crema).

He comprado una caja nueva y grande; al abrirla he encontrado un pacífico ejercito de lápices, perfectamente uniformados de verde en su exterior e igualmente afilados, pero cada uno con su mina intacta, llena de color, única, indispensable para que el orden crómatico en el que están colocados tenga un sentido.

Los he comprado para usarlos, pero al ir a coger el primero (he elegido un precioso azul ligeramente desaturado) he sentido un profundo respeto: a partir de ahora será mi decisión que uno se gaste antes que otro. Alguno tendrá el honor de encontrarse con el sacapuntas con mucha frecuencia, lo que significará que me agrada el tono que deja en el papel. Otros colores se sentirán con el tiempo del todo inútiles porque verán cómo los demás van menguando de tamaño mientras a ellos sólo los afilaré de vez en cuando, como ese amarillo al que, por más que lo intento, no le encuentro un espacio de papel donde quede bien. Inevitablemente, habrá muchos que, en su carrera por ir perdiendo longitud, tengan rachas, ya que tendrán que someterse a mi antojo, a las tonalidades que yo quiera plasmar en cada hoja texturada, a mi estado de ánimo, a la presión que ejerza al rozarlos contra el papel, o a lo que encuentre interesante para pintar. Los días que se nos dé bien la tarea, pienso premiar a todos estos soldaditos colocándolos en su caja en un nuevo orden cromático que les sorprenda, y dejándolos a todos sin excepción tan afilados que se sientan bien atractivos, igual que un soldadito en su día de permiso.

Va llegando la primavera y creo que voy a hacer que rompan filas con frecuencia los azules, verdes y naranjas, tendrán que distanciarse del pelotón, volverán agotados a la caja, pero seguro que aún les quedarán fuerzas para contarle al resto del valeroso ejército la misión desempeñada, si ha sido satisfactoria o si deberán volver al día siguiente a rematar alguna zona del papel donde permanezca la resistencia.

Pollyana y el Juego de la Alegría

Pollyana y el Juego de la Alegría

Me acuerdo de un libro que me trajeron los Reyes cuando tenía diez años. Se llamaba Pollyana y era de una niña pobre y huérfana de madre que vive con su padre; resulta que cuando llegan las navidades la tal Pollyana tiene que ir a por su regalo a la beneficencia, poruqe en su casa no hay dinero nipara eso, y la niña se encuentra con que Papá Noel (en este caso las señoras de la beneficencia), por un error organizativo, le ha dejado unas muletas. La niña, Pollyana, se va llorando a casa, natural, pero creo recordar que es su padre, que en el cuento estaba retratado como un santo pero que para mí era un cínico porque si no es que no me lo explico, quien viendo a la niña llorar tan amargamente con las muletas en la mano le enseña a jugar al Juego de la Alegría. El Juego de la Alegría consiste en buscar un motivo de alegría a cualquier acontecimiento de tu vida, por mucho que te joda un acontecimiento. El padre de la niña, San Cínico, le propone que jueguen al juego de la alegría con las putas muletas y Pollyana de momento se queda sin habla, con los ojos a cuadros, como se hubiera quedado cualquier criatura ante una propuesta tan ridícula, pero luego de pronto a Pollyana, que hasta el momento parecía un ser inteligente, se le enciende una luz espiritual en el cerebro (es un libro de ficción, evidentemente) y siente que hay razones para ser feliz porque, dentro de las innumerables desgracias que le han ocurrido (muerte de la madre, padre enfermo, pobreza, embargo de la casa, etc.), piensa Pollyana, ya absolutamente contagiada de la locura de San Cínico, ese beato, dentro de la tragedia que marcó su vida desde el primer día en que sus ojos se abrieron al mundo, hay un motivo de celebración: ha recibido unas muletas, de acuerdo, ¡pero no tiene que usarlas, sus piernas están sanas!

Fragmento extraído del libro Una Palabra Tuya, de Elvira Lindo.

Momentos de barra

Momentos de barra

- Oye tio, que mi matrimonio está en crisis.
- ¿Por qué?, ¿qué pasa?
- Pues que dice que cada dia me quiere mas, que voy pa'lante en lugar de pa'tras.

Al camarero del Loiu, de Bilbao, por hacernos pasar buenos ratos tras muchas horas de agobiante trabajo.

Por cierto, si alguna vez pasais por allí, decidle que os duele el estómago, os dara un licor de miel espectacular.

Los días laborables

Los días laborables

- Venga, Mario, levantate ya, que es tarde.
- Mmmm, nooo, se está tan calentito en la cama ...
- Venga, anda, si además ha nevado, está todo blanco. Verás, asómate a la ventana.
- ¡Ala! ¡qué guay! ¡cuánta nieve! ¡está todo blanco!
- Sí, pero venga, ya la verás al salir a la calle.
- No, no quiero ir, hoy paso, los días de nevada no deberían ser laborables, ¿por que no podemos bajar, hacer un muñeco de nieve de esos con posturas graciosas y echar una guerra de bolas?
- Pues porque los días laborables, son laborables y punto, si nevara en domingo, podrías hacer lo que quisieras.
- No, pero el domingo seguro que ya no hay nieve. Yo quiero jugar hoy, venga, vamos a aprovechar que nadie la ha pisado todavía. Además, a lo mejor está cortada la calle y todo y no podemos ir a ningún sitio.
- Mario, de verdad, a veces eres como un niño. Anda, a ver cómo explicarías en la oficina que no quieres ir porque tienes que jugar en la nieve.

Historia de un niño al que le gustaba el colegio

Historia de un niño al que le gustaba el colegio

A sus 8 años Fito tenía dos amigos.

Uno era Pablo, tenía su misma edad, iba a su clase, no llevaba gafas, ni aparato, ni zapatos ortopédicos, todas las mamás decían siempre de él que era un niño riquísimo, sólo tenía un problema, y es que no sabía pronunciar la erre, por lo que todos los días al terminar las clases, tenía que quedarse a corregir su anomalía con el logopeda.

Su otro amigo era Bosquito, vivía en su mismo bloque un par de plantas más arriba y su clase era la de al lado, era el que sacaba las mejores notas, y todavía le tocaba después del cole, ir los lunes y miércoles a una academia de inglés, y los martes y jueves a judo; los viernes se iba a merendar a casa de Fito hasta que su padre le iba a recoger tras salir de trabajar; se pasaba la semana deseando que llegara el viernes; no tenía madre, Fito no sabía porqué, aunque lo había preguntado muchas veces, pero siempre había obtenido de su madre un no te metas en los asuntos de los demás, y del propio Bosquito diferentes excusas que hacían sentir incómodos a ambos.

Cuando Fito salía del cole, le recogía su hermana 5 años mayor que él. No se llevaba bien con ella, no compartían juguetes ni habitación, ni solían bajar al parque juntos, quizás cinco años de diferencia eran demasiados. Caminaban uno al lado del otro y en silencio los escasos tres minutos que separaban el colegio de su casa, y una vez allí, ella se ponía a ver la tele o se metía en su cuarto.

A Fito las tardes se le hacían aburridas, a veces deseaba tener deberes como su hermana; sólo muy de vez en cuando su madre le dejaba acompañarla a hacer la compra, y entonces él lo pasaba en grande, en todos los puestos del mercado le conocían, el carnicero le gastaba siempre la misma broma haciéndole creer que se había cortado un dedo cuando le empaquetaba a su madre las salchichas; el pescadero le regalaba a veces un par de caracoles, pero su madre siempre le hacía devolverlos; el pollero le asustaba con las patas de los pollos; y el panadero casi siempre tenía un caramelo para él.

Entenderéis por qué a Fito le gustaba el colegio, y odiaba el timbre que le decía “hemos acabado por hoy, hasta mañana”. Pero un día todo cambió, las horas empezaron a hacérsele muy largas y no encontraba el momento de que sonara el riiiiing: Pablo aprendió a pronunciar de una vez la erre y el padre de Bosquito encontró un trabajo con el que no obligaba a su amigo a ocupar las mejores horas del día en absurdas clases complementarias.

Reconquistándome

Reconquistándome

Entre bodas reales, obras faraónicas que cortan las arterias principales de la ciudad como el colesterol atasca la circulación de un cuarentón de mala vida, las agobiantes fechas navideñas, el arreglarse para las visitas olímpicas, peleas entre alcaldes y "presidentas", ideas absurdas sobre cómo regular el horario de cierre de los bares, incendios inexplicablemente incontrolables y demás, mi relación con Madrid, mi ciudad de nacimiento, crecimiento, divertimento y otras actividades estaba de capa caída desde hace varios meses.

Pues ayer Madrid se propuso reconquistar mi corazón, empleó sus mejores armas y lo consiguió. Sábado por la mañana, un sol que bañaba las calles a través de un aire limpio de contaminación, expulsada días atrás de esta ciudad por unos fuertes y fríos vientos que nos han lavado la cara a todos. Siento que entro en Madrid cuando paso sobre el Manzanares y la M-30 en el Puente de los Franceses; enfilo la Avenida de Valladolid y mientras avanzo entre elegantes árboles, pese a su desnudez, que flanquean la calzada, veo al fondo la blanca piedra del Palacio Real; cuando alcanzo Norte, la vieja estación cuya grandiosa cúpula de cristal me trae recuerdos con sonido de trenes y pasajeros despidiéndose, se ha convertido en un curioso centro comercial, con tiendas de las típicas cadenas de moda, restauración y ocio. Yo, en mi pelotilla (es como llamo a mi humilde Yaris) rodeo la Puerta situada en el centro de esta plaza y asciendo hasta Bailén por la Cuesta de San Vicente; por equivocación me he situado en el carril de la derecha, por donde teóricamente sólo pueden circular taxis y, tal como indica una señal, el servicio de Palacio; ya en Bailén , veo que hay cantidad de gente paseando por los Jardines de la Plaza de Oriente, gente disfrutando del sol, de los bancos de piedra, de las extensas vistas desde la balaustrada sobre Sabatini, de la amplia zona peatonal ahora sin pitidos, ni humos, ni autobuses, ni pasos de cebra, ni irrespetados semáforos. Ya a la altura de La Almudena, dispuesta a torcer por Mayor para dejar el coche y disfrutar del día a pie, observo con tristeza que El Anciano Rey de los Vinos ¡¡está cerrado!!, ¿qué le ha pasado a esta insustituible taberna madrileña para tener que cerrar sus puertas a los bebedores de vinos, cañas y vermús?; supongo que algún Cañas y Tapas o Gambrinus o uno de esos, expoliará aquel local poniendo cañas a 1,20 euros, eso sí, con tu minisartén con huevos rotos, gratis. Subir la calle Mayor es una delicia, el sol invade ambas aceras, por las que circulan, para arriba un numeroso grupo de turistas japoneses que se detienen boquiabiertos ante la autenticidad de la Plaza de la Villa, y para abajo, turistas británicos que hacen fotos a las pequeñas y numerosas calles que en ésta desembocan.

Llego a la Plaza Mayor, donde la calzada se sumerge bajo uno de los majestuosos arcos para esconder los vehículos que dejan ya la calle al antojo de los viandantes. Salgo del parking a pie por la Salida de Mayor, quiero atravesar esta plaza y ser parte de ella un ratito; me sorprende una gran sentada que se ha formado sobre sus desgastados adoquines; no había visto nunca este fenómeno, decenas de grupitos de variado origen: extranjeros, autóctonos, jovencitos, no tan jovencitos, parejas, familias de padres treintañeros de los que visten los fines de semana con botas de trekking y forro polar, las terrazas repletas, con luminosas cervezas en sus mesas y sus ocupantes con gafas de sol , y todo esto, bajo una intensa y cálida luz, y con las notas de Memory, la famosa pieza del musical Cats sonando en una travesera cuyo estuche en el suelo pide la voluntad. Abandono la plaza por la calle Zaragoza, no sin antes hacer una foto de esta maravilla popular con el móvil; avanzo por esta calle peatonal todavía escuchando la melodía de la travesera, que creo que ahora interpreta algo del maestro Albéniz.

Mi destino final es llegar a una conocida tienda de bicis al final de la Calle Atocha, cuando acabo de llegar a los primero números de ésta, frente al antiguo ministerio de exteriores, vuelvo la vista y vuelvo a enamorarme de las fachadas del Madrid Antiguo, del acierto de dejar este espacio sólo al caminante, del sonido del agua en una pequeña fuente, de las arcadas que dejan ver a través de ellas las rojizas paredes de esta gran corrala que es la Plaza Mayor.

Tras las compras en la famosa tienda, siento que la Plaza de Santa Ana desea que la visite, y yo no voy a disgustarla, claro. Para llegar hasta ella, paso por la calle Huertas y me paro a leer algunas de las citas incrustadas en el suelo, citas de Miguel Hernández, Antonio Machado, Miguel de Unamuno, Lope de Vega (caballero que no podía faltar en este maravillosos barrio de las letras). Santa Ana está radiante, las fachadas de esta plaza son blancas, pero hoy brillan espectaculármente, casi me obligan a entrecerrar los ojos; voy a quedarme con ella un rato tomando una cañita, que ya es la hora del aperitivo. La cerveza, acompañada de una entrañable conversación nos tienta a quedarnos un ratito más, pero no, hay otro sitio hoy que sé que también espera que le visite.

Hace días que quiero comprar un libro algo complicado de encontrar, es un libro de cuentos llamado El Pececillo Secreto, del que desconozco el autor, y espero encontrarlo en la castiza Casa del Libro; Preciados está a reventar de gente comprando, así que enseguida me acerco a Descalzas, desde donde llega el Canon de Pachelbel en las notas de un violín; dejo a este instrumento y a su artista unas monedillas en su "caja de caudales" y dirijo mis pasos ya de vuelta a recoger mi Pelotilla, que el sol está dejando paso a las sombras cada vez más grandes, la temperatura ha bajado un par de grados y hay ganas de comer.

Fue un paseo precioso, un reencuentro con sus callejuelas, pasadizos, arcos y fachadas, con las primeras calles que fundaron esta gran ciudad a la que a veces detesto, pero que siempre será mi ciudad. Ella lo sabe, y por eso de vez en cuando se me muestra así de guapa.

... and melt your cold, cold heart

... and melt your cold, cold heart

I've tried so hard my dear to show
That you're my every dream
Yet you're afraid each thing I do
Is just some evil scheme

A memory from your lonesome past
Keeps us so far apart
Why can't I free your doubtful mind
And melt your cold cold heart

Another love before my time
Made your heart sad an' blue
And so my heart is paying now
For things I didn't do

In anger unkind words are said
That make the teardrops start
Why can't I free your doubtful mind
And melt your cold cold heart

There was a time when I believed
That you belonged to me
But now I know your heart is shackled
To a memory

The more I learn to care for you
The more we drift apart
Why can't I free your doubtful mind
And melt your cold cold heart

Norah Jones

Su cálida voz pronunciando "... and melt your cold, cold heart" no tiene traducción posible.