Con la corriente
Este cuento comienza con un árbol. Un árbol que había crecido durante años junto a un caudaloso río, por el que, fuera la estación del año que fuera, siempre corría apresurada el agua, esquivando rocas, acariciando guiijarros, refrescando musgos y salpicando límpidas gotas en sus numerosas caídas. Pero volvamos al árbol, su esqueleto era fuerte y resistente en invierno, por primavera florecía presumidamente, sus hojas eran numerosas y grandes en verano, y para el otoño ya había conseguido que de sus ramas colgaran jugosos y prometedores frutos.
Todas sus ramas crecían obedientemente sobre la tierra, excepto una, que crecía hacia el cielo sobre el cauce del río. El castigo del árbol a esta indisciplinada rama era que de ella florecieran menos flores que de las demás, flores que nunca conseguían convertirse en fruto, pese a que lo intentaban año tras año. Pero llegó un verano distinto a los anteriores, el árbol vió que en esa rama unas hojas habían acurrucado y conservado cual si de un cálido nido de gorriones se tratase a un pequeño fruto de pálido color que se abría paso a la vida. Pasaron los días y esas protectoras hojas fueron separándose, despacio y con delicadeza para que el sol y el viento no dañaran el preciado fruto; éste fue adquiriendo colores más vivos a medida que su tamaño aumentaba, hasta que se convirtió en un precioso fruto rojo casi perfectamente redondo.
El árbol del que había crecido se mostraba ahora algo orgulloso a la vez que preocupado, ya que el fruto tarde o temprano caería, pero no como los demás, éste lo haría sobre el lecho del río, de donde las aguas se lo llevarían lejos, muy lejos de allí. Por ello, trató de que esa rama que crecía huyendo del suelo firme, ramificara en nuevos y flexibles tallos que recogieran al fruto al caer y lo hicieran rodar cual tobogán hasta la orilla; de esa forma podría verlo crecer junto a él. Pero la valiente bolita roja no tenía los mismos planes, creció todo lo que pudo y un buen día comenzó a balancearse insistentemente ayudado por fuertes rachas de viento, hasta que el esforzado pecíolo que lo sostenía de la rama cedió. Entonces el fruto disfrutó de un vuelo de tan sólo unos metros, cayó sobre las aguas, y viajó con la corriente; se dejó llevar por ella, quería saltar, hundirse, ver los fondos y volver a flotar, quería ver nuevos lugares, otros amaneceres, y quizá, algún día, encontraría algún lugar apacible de la orilla donde descansar e integrarse allí con la naturaleza y, agradecido a la corriente que le llevó, se separaría de ella.
El final del cuento seguro que lo conoceis ¿nunca habeis visto un árbol solo o rodeado por otros distintos a él?
Todas sus ramas crecían obedientemente sobre la tierra, excepto una, que crecía hacia el cielo sobre el cauce del río. El castigo del árbol a esta indisciplinada rama era que de ella florecieran menos flores que de las demás, flores que nunca conseguían convertirse en fruto, pese a que lo intentaban año tras año. Pero llegó un verano distinto a los anteriores, el árbol vió que en esa rama unas hojas habían acurrucado y conservado cual si de un cálido nido de gorriones se tratase a un pequeño fruto de pálido color que se abría paso a la vida. Pasaron los días y esas protectoras hojas fueron separándose, despacio y con delicadeza para que el sol y el viento no dañaran el preciado fruto; éste fue adquiriendo colores más vivos a medida que su tamaño aumentaba, hasta que se convirtió en un precioso fruto rojo casi perfectamente redondo.
El árbol del que había crecido se mostraba ahora algo orgulloso a la vez que preocupado, ya que el fruto tarde o temprano caería, pero no como los demás, éste lo haría sobre el lecho del río, de donde las aguas se lo llevarían lejos, muy lejos de allí. Por ello, trató de que esa rama que crecía huyendo del suelo firme, ramificara en nuevos y flexibles tallos que recogieran al fruto al caer y lo hicieran rodar cual tobogán hasta la orilla; de esa forma podría verlo crecer junto a él. Pero la valiente bolita roja no tenía los mismos planes, creció todo lo que pudo y un buen día comenzó a balancearse insistentemente ayudado por fuertes rachas de viento, hasta que el esforzado pecíolo que lo sostenía de la rama cedió. Entonces el fruto disfrutó de un vuelo de tan sólo unos metros, cayó sobre las aguas, y viajó con la corriente; se dejó llevar por ella, quería saltar, hundirse, ver los fondos y volver a flotar, quería ver nuevos lugares, otros amaneceres, y quizá, algún día, encontraría algún lugar apacible de la orilla donde descansar e integrarse allí con la naturaleza y, agradecido a la corriente que le llevó, se separaría de ella.
El final del cuento seguro que lo conoceis ¿nunca habeis visto un árbol solo o rodeado por otros distintos a él?
12 comentarios
lokura -
AZUL de Blancos -
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Lluvia, precioso paisaje el que has visto. Un beso.
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bikerin, ya ves, es que hay gente (digo, frutos) para todo ;)
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Juanito, jo tío, qué cansado ;P
Pero, ¿te has plantado ya? ¿o sigues salmonenteando río arriba?
Un beso
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muralla, gracias guapa; sí es ley de vida, es cansado, pero es bonito :)
AZUL de Blancos -
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Wally week, pero Wally, si todos somos Wally, entonces ¿todos escribimos así, no? voy a secarme los ojos Wally ;)
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Trini, sí, al terminar de escribir este me acordé de tu árbol y su ramita, pero los tuyos creo que no se dejan llevar por la corriente, me da la impresión de que más bien remontan el río :)
Un beso
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mirada gracias. Me encantaría poder quedar contigo, pero mis viajes a La Coruña son fugaces, salgo de Madrid en el avión de las 7:20 de la mañana llego, taxi a Arteixo donde me meto en una oficina (muy bonita, eso sí, mucho cristal, mucha luz, y este lunes, mucha lluvia), salgo pitando en otro taxi de vuelta al aeropuerto para volver a Madrid en el avión de las 21:30, y finalmente llego a mi casa derengada a las 23:30. Pero no dudes que la próxima vez lo tendré pendiente.
Un besito
muralla -
Hermoso cuento. Bicos. Muralla.
Juanito -
Yo soy uno de esos arbolitos, con la diferencia de que cuando caí no me dejé llevar sino que empecé a nadar contracorriente. Paré y crecí río arriba, y desde entonces, siempre he estado luchando contra el viento.
Bonito post. Mua.
bikerin -
Ese fruto colorado estaba tontito, ¿no?
¡Con lo bien que estaba en casita, cuidado y alimentado!
Y , de repente, ¡Hala! ¡Al mundo, a rodar y a pasarlo mal! :-P
LLuvia -
Tautina -
Venga, en serio, esta lindo el relato, lleno de alegorías de la vida misma, eh? Un Saludo.
mirada -
P.D: Si acaso vuelves a Coruña, y si quieres no se te olvide avisarme y tomamos un café, te mandé mi dirección de correo. Mil besitos
Trini -
A veces en la carretera un girasol solitario a destiempo, siempre me han dado que pensar. Mi árbol aquel del que escribi un post tambien era de esos solitarios libertos, especiales.
Besos
Wally Week -
¡Un saludo, Wally!
toshiro -
Saludos