Menuda guiri estoy hecha
Sigo en Barcelona. Hoy he terminado mis obligaciones a las cinco de la tarde (rarísimo, nunca puedo disfrutar de cada ciudad en ninguno de estos viajes), así que he decidido hacer caso a un amigo que me recomendó dar una vuelta por el Port Vell y el Moll de la Fusta, y que además me había encargado unos "deberes". Así que dejo el portátil en el hotel, fuera el traje y los zapatos, y larga vida a los vaqueros y las Camper.
Mi hotel está en la Travesera de les Corts, así que he cogido el metro en Les Corts (¡¡¡1,15 eurones!!! ¿en Madrid cuesta tanto?), Línea 3 hasta Drassanes (dios mío, en los madriles hace años que no lo cojo, y aquí estoy disfrutando como una mona ¡qué raros somos los guiris!). Salgo del metro en la parte final de la Rambla y me encuentro con el monumento a Colón; bien, aquí es donde tengo que hacer mis deberes: tengo que encuestar a mil individuos para saber porqué está ahí Colón, y señalando hacia el este. Pues bien, tras hacer unos cálculos (y algunas trampas, como cuando trabajé haciendo encuestas a la salida de un colegio electoral) el resultado es el siguiente:
- Un 60% ha dicho ¡ah! ¿es que ahí está el este?
- Un 12% ha asegurado que hacia donde señala el famoso descubridor es el oeste puro y duro (????)
- Un 11% no sabe no contesta (o ha pasado de mí, que va a ser lo más posible)
- Un 9% ha respondido que realmente no está señalando a América, sino hacia Italia dicendo "micaaaasa" (chiste malo de los 80's)
- Un 6% (porcentaje curiosamente alto, pero es que no me llegaban los números al cien ni de coña) ha respondido que tiene esa postura porque está respondiendo a la pregunta que le hicieron los Reyes Católicos de "¿quién ha dicho que eso son Las Indias?" señalando al pobre Américo Vespucio, siempre hay un cabeza de turco.
- Un 2% me ha contestado en catalán, y yo, que sólo conozco esta lengua de oir a mi madre, que es del mismísimo Martorell, pues no me he enterado, así que a saber lo que me han dicho.
Bueno, ya con los deberes resueltos, me propongo conocer toda la zona nueva del Maremagnum, porque la última vez que estuve por aquí fue hace 5 años y esto es totalmente nuevo. Recorro la Rambla de Mar, prolongación de la famosa calle que consiste en una pasarela peatonal tendida sobre el mar, hecha de tablas de madera que te dejan ver lo que hay debajo y que además se menean, que no da gusto, precisamente; me digo "venga, mujer, supera tu vértigo, no mires hacia abajo, que está esto lleno de gente y vas a hacer el ridículo más monumental si andas como un trapecista". Así que levanto la vista y disfruto del extraño paisaje en que unos edificios bastante elegantes le han robado el espacio al azul del cielo sobre el mar. Llego al final del inestable suelo, donde está el centro comercial y sigo hasta que se me acabe el muelle, hago una foto con el móvil y doy la vuelta por el mismo camino, que ya no me da ningún reparo porque me tiene totalmente absorta el vuelo de las gaviotas.
Vuelvo a tierra firme para pasear por el Moll de la Fusta, donde me encuentro atracado un barco de Greenpeace; no es el mítico rainbow warrior (creo que ya llegó el final de sus días), este se llama arctic sunrise, precioso nombre, y de él están desembarcando un montón de personas que parecen muy felices ¿habrán ganado alguna "batalla"?.
Al final de este paseo está el Museu dHistòria de Catalunya, rodeado de terrazas llenas de gente charlando; me dan envidia, yo sola no me voy a sentar, ojalá estuviera acompañada; así que paso de largo, y voy rodeando todo el Port Vell; suena el teléfono, es mi madre - ¿qué tal, dónde estás hija?- hola mamá, estoy en el Port Vell ¿se dice así, no? - ¿Dónde? en el Port Vell, mamá - ¡ah!, en el Port Veylll (lo pronuncia de una manera rara, como metiendo entremedias una i, una y, una l y después una elle, para que luego digan que la pronunciación del alemán es la más difícil)- pues, eso mamá, lo que he dicho yo-; hablamos un rato, le digo que mañana seguramente pase a ver un rato a su hermana, y tal, y tal
-bueno mamá, te dejo, que se va a poner el sol y aún tengo que ver la Barceloneta vale hija, un beso, adiós adiós mamá. Así que sigo a lo largo del Passeig Joan de Borbó mirando los barquitos atracados, escuchando cómo se mecen y respirando el aire húmedo que está provocando que mi aburrido pelo liso se ondule (a mí, plin, me lo estoy pasando de miedo).
Termina el Passeig en la playa de la Barceloneta, toca descalzarse y dar un paseito por la arena; hay gente tratando de hacer surf, no entiendo mucho pero creo que las olas están bastante bien, hay gente leyendo, hay gente volando cometas, hay gente mirando, y hay gente como yo, que se ha sentado un rato frente al mar, ha estirado las piernas, ha perdido la mirada en las olas, y ha lanzado una foto (¿por qué Nikon no hará teléfonos móviles? las fotos que consigo con el mío son una patata). Vuelve a sonar el móvil, mi hermana hola, ¿qué tal todo? muy bien, Elena, estoy en Barcelona, dando un paseíto - ¡ah!, sí, me dijo mamá que tenías que irte unos días para allá, mira es que te llamo porque tengo que hacerte una consulta profesional: resulta que estoy preparando una ponencia para un congreso que tengo la semana que viene
- vale, Elena, yo te recomiendo esto y lo otro
y esto,
, y esto otro
- muchas gracias, hermana, un beso y que disfrutes del paseo, dale un beso de mi parte a la Tía Montse si al final la ves mañana vale, se los daré, hasta luego, un beso -. Tras soltar estos consejos profesionales mientras juego con los pies en la arena, decido calzarme, porque el sol se está poniendo y empieza a hacer un poco de fresco.
Deshago el camino por el mismo Passeig Joan de Borbó, pero ahora por la otra acera, llena de bares y restaurantes que también me invitan a sentarme (¿¿pero es que no me va a dejar la tentación en paz hoy??); en una de las terrazas hay un cuarteto de jazz tocando what a wonderful world!, me hacen sonreir porque me parecen buenísimos, les echo una monedilla cuando terminan, y mis pies vuelven a llevarme otra vez al Moll de la Fusta hasta el monumento a Colón; entonces me acuerdo de lo de la encuesta y me río, un japonés se me queda mirando y se ríe; la japonesita que va con él, me mira mal, yo pienso no te preocupes, chica, que a mí lo de los rasgos orientales no me tira nada de nada.
En lugar de volver a coger el metro en la misma estación, prefiero subir La Rambla hasta que me canse, total, sigue siendo la misma línea de metro la que va por debajo. Es maravilloso caminar por esta calle, no es comparable a ninguna otra calle popular que haya conocido, no sé cómo explicarlo, sería como ir por la calle Preciados de Madrid, o por la Gran Vía de Bilbao, o por la rivera del Guadalquivir en Sevilla, o por el paseo marítimo de Santander, sólo que es totalmente distinto (no sé si me explico). Llevo un buen rato subiendo hacia el Liceo (está tapado por un antiestética valla, ¿quién dijo que la belleza no costara?) y me encuentro con la rambla de las flores: un montón de colores inundan las estanterías efímeras de los puestos situados a ambos lados de esta zona peatonal. La tentación me lleva a acercarme a una rosa roja y estoy a punto de regalármela cuando pienso ¿y qué hago yo mañana en el avión con una rosa?, ¿la facturo con la maleta, o la llevo como equipaje de mano?
no, mejor no, que le van a plantar la pegatina fosforita de equipaje de mano y le van a quitar todo el glamour. Nada, supero a la tentación una vez más y me conformo con ver toda esa maravilla de cerca, olerla y sacar otra foto ¡click! (chorradas de los móviles, eso de que imiten el adicitivo sonido de las auténticas máquinas).
Sigo subiendo, cada vez hay más gente y más restaurantes de comida preparada (Subway, Boccatta, McDonalds, Pita nosequé, otra Pita nosecuántos), me acerco ya a la estación de metro de Plaça de Catalunya y no me queda otro remedio que bajar las escaleras, tengo que volver al hotel que me queda algo de trabajo que resolver para mañana.
Nueve estaciones que se me pasan en un suspiro, salgo otra vez a la calle y ya es de noche. Pues nada, a cenar una ensaladita rápida y a subirme que tengo que escribir un post ¡¡perdón!!
quiero decir
que tengo que trabajar (¡uy! ¡qué lapsus!).
Mañana vuelta a Madrid en el avión de las 20:00 horas, porque aunque mis obligaciones laborales aquí terminarán a eso de las 13 horas, una señorita muy amable de Spanair me ha dicho por teléfono que si quiero adelantar el vuelo, más me vale hacer como que lo pierdo y comprarme un billete nuevo ¡¡¡150 euretes!!!
, pues casi me quedo unas horas más por estos lares y así voy a visitar a la mujer más impresionante que he conocido en mi vida, la famosa Tía Montse, 73 años, acaba de terminar un curso de perfeccionamiento de inglés y se ha apuntado a uno de diseño gráfico, porque dice que así complementa sus conocimientos de edición de video. Un día os tengo que hablar más de ella, aunque seguro que por mucho que quiera yo decir, nunca mis palabras podrán hacerle justicia.
Fin de la crónica, el siguiente post ya será desde Madrid; hasta pronto, Barcelona.