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Menuda guiri estoy hecha

Menuda guiri estoy hecha

Sigo en Barcelona. Hoy he terminado mis obligaciones a las cinco de la tarde (rarísimo, nunca puedo disfrutar de cada ciudad en ninguno de estos viajes), así que he decidido hacer caso a un amigo que me recomendó dar una vuelta por el Port Vell y el Moll de la Fusta, y que además me había encargado unos "deberes". Así que dejo el portátil en el hotel, fuera el traje y los zapatos, y larga vida a los vaqueros y las Camper.

Mi hotel está en la Travesera de les Corts, así que he cogido el metro en Les Corts (¡¡¡1,15 eurones!!! ¿en Madrid cuesta tanto?), Línea 3 hasta Drassanes (dios mío, en los “madriles” hace años que no lo cojo, y aquí estoy disfrutando como una mona ¡qué raros somos los guiris!). Salgo del metro en la parte final de la Rambla y me encuentro con el monumento a Colón; bien, aquí es donde tengo que hacer mis deberes: tengo que encuestar a mil individuos para saber porqué está ahí Colón, y señalando hacia el este. Pues bien, tras hacer unos cálculos (y algunas trampas, como cuando trabajé haciendo encuestas a la salida de un colegio electoral) el resultado es el siguiente:
- Un 60% ha dicho ¡ah! ¿es que ahí está el este?
- Un 12% ha asegurado que hacia donde señala el famoso descubridor es el oeste puro y duro (????)
- Un 11% no sabe no contesta (o ha pasado de mí, que va a ser lo más posible)
- Un 9% ha respondido que realmente no está señalando a América, sino hacia Italia dicendo "micaaaasa" (chiste malo de los 80's)
- Un 6% (porcentaje curiosamente alto, pero es que no me llegaban los números al cien ni de coña) ha respondido que tiene esa postura porque está respondiendo a la pregunta que le hicieron los Reyes Católicos de "¿quién ha dicho que eso son Las Indias?" señalando al pobre Américo Vespucio, siempre hay un cabeza de turco.
- Un 2% me ha contestado en catalán, y yo, que sólo conozco esta lengua de oir a mi madre, que es del mismísimo Martorell, pues no me he enterado, así que a saber lo que me han dicho.

Bueno, ya con los deberes resueltos, me propongo conocer toda la zona nueva del Maremagnum, porque la última vez que estuve por aquí fue hace 5 años y esto es totalmente nuevo. Recorro la Rambla de Mar, prolongación de la famosa calle que consiste en una pasarela peatonal tendida sobre el mar, hecha de tablas de madera que te dejan ver lo que hay debajo y que además se menean, que no da gusto, precisamente; me digo "venga, mujer, supera tu vértigo, no mires hacia abajo, que está esto lleno de gente y vas a hacer el ridículo más monumental si andas como un trapecista". Así que levanto la vista y disfruto del extraño paisaje en que unos edificios bastante elegantes le han robado el espacio al azul del cielo sobre el mar. Llego al final del inestable suelo, donde está el centro comercial y sigo hasta que se me acabe el muelle, hago una foto con el móvil y doy la vuelta por el mismo camino, que ya no me da ningún reparo porque me tiene totalmente absorta el vuelo de las gaviotas.

Vuelvo a tierra firme para pasear por el Moll de la Fusta, donde me encuentro atracado un barco de Greenpeace; no es el mítico rainbow warrior (creo que ya llegó el final de sus días), este se llama arctic sunrise, precioso nombre, y de él están desembarcando un montón de personas que parecen muy felices ¿habrán ganado alguna "batalla"?.

Al final de este paseo está el Museu d’Història de Catalunya, rodeado de terrazas llenas de gente charlando; me dan envidia, yo sola no me voy a sentar, ojalá estuviera acompañada; así que paso de largo, y voy rodeando todo el Port Vell; suena el teléfono, es mi madre - ¿qué tal, dónde estás hija?- hola mamá, estoy en el Port Vell ¿se dice así, no? - ¿Dónde? – en el Port Vell, mamá - ¡ah!, en el ”Port Veylll” (lo pronuncia de una manera rara, como metiendo entremedias una “i”, una “y”, una “l” y después una “elle”, para que luego digan que la pronunciación del alemán es la más difícil)- pues, eso mamá, lo que he dicho yo-; hablamos un rato, le digo que mañana seguramente pase a ver un rato a su hermana, y tal, y tal … -bueno mamá, te dejo, que se va a poner el sol y aún tengo que ver la Barceloneta – vale hija, un beso, adiós – adiós mamá. Así que sigo a lo largo del Passeig Joan de Borbó mirando los barquitos atracados, escuchando cómo se mecen y respirando el aire húmedo que está provocando que mi aburrido pelo liso se ondule (a mí, plin, me lo estoy pasando de miedo).

Termina el Passeig en la playa de la Barceloneta, toca descalzarse y dar un paseito por la arena; hay gente tratando de hacer surf, no entiendo mucho pero creo que las olas están bastante bien, hay gente leyendo, hay gente volando cometas, hay gente mirando, y hay gente como yo, que se ha sentado un rato frente al mar, ha estirado las piernas, ha perdido la mirada en las olas, y ha lanzado una foto (¿por qué Nikon no hará teléfonos móviles? las fotos que consigo con el mío son una patata). Vuelve a sonar el móvil, mi hermana hola, ¿qué tal todo? – muy bien, Elena, estoy en Barcelona, dando un paseíto - ¡ah!, sí, me dijo mamá que tenías que irte unos días para allá, mira es que te llamo porque tengo que hacerte una consulta profesional: resulta que estoy preparando una ponencia para un congreso que tengo la semana que viene …- vale, Elena, yo te recomiendo esto y lo otro … y esto, …, y esto otro … - muchas gracias, hermana, un beso y que disfrutes del paseo, dale un beso de mi parte a la Tía Montse si al final la ves mañana – vale, se los daré, hasta luego, un beso -. Tras soltar estos consejos “profesionales” mientras juego con los pies en la arena, decido calzarme, porque el sol se está poniendo y empieza a hacer un poco de fresco.

Deshago el camino por el mismo Passeig Joan de Borbó, pero ahora por la otra acera, llena de bares y restaurantes que también me invitan a sentarme (¿¿pero es que no me va a dejar la tentación en paz hoy??); en una de las terrazas hay un cuarteto de jazz tocando what a wonderful world!, me hacen sonreir porque me parecen buenísimos, les echo una monedilla cuando terminan, y mis pies vuelven a llevarme otra vez al Moll de la Fusta hasta el monumento a Colón; entonces me acuerdo de lo de la encuesta y me río, un japonés se me queda mirando y se ríe; la japonesita que va con él, me mira mal, yo pienso “no te preocupes, chica, que a mí lo de los rasgos orientales no me tira nada de nada”.

En lugar de volver a coger el metro en la misma estación, prefiero subir La Rambla hasta que me canse, total, sigue siendo la misma línea de metro la que va por debajo. Es maravilloso caminar por esta calle, no es comparable a ninguna otra calle popular que haya conocido, no sé cómo explicarlo, sería como ir por la calle Preciados de Madrid, o por la Gran Vía de Bilbao, o por la rivera del Guadalquivir en Sevilla, o por el paseo marítimo de Santander, sólo que es totalmente distinto (no sé si me explico). Llevo un buen rato subiendo hacia el Liceo (está tapado por un antiestética valla, ¿quién dijo que la belleza no costara?) y me encuentro con “la rambla de las flores”: un montón de colores inundan las estanterías efímeras de los puestos situados a ambos lados de esta zona peatonal. La tentación me lleva a acercarme a una rosa roja y estoy a punto de regalármela cuando pienso “¿y qué hago yo mañana en el avión con una rosa?, ¿la facturo con la maleta, o la llevo como equipaje de mano? … no, mejor no, que le van a plantar la pegatina fosforita de “equipaje de mano” y le van a quitar todo el glamour”. Nada, supero a la tentación una vez más y me conformo con ver toda esa maravilla de cerca, olerla y sacar otra foto “¡click!” (chorradas de los móviles, eso de que imiten el adicitivo sonido de las auténticas máquinas).

Sigo subiendo, cada vez hay más gente y más restaurantes de comida preparada (Subway, Boccatta, McDonalds, Pita “nosequé”, otra Pita “nosecuántos”), me acerco ya a la estación de metro de Plaça de Catalunya y no me queda otro remedio que bajar las escaleras, tengo que volver al hotel que me queda algo de trabajo que resolver para mañana.
Nueve estaciones que se me pasan en un suspiro, salgo otra vez a la calle y ya es de noche. Pues nada, a cenar una ensaladita rápida y a subirme que tengo que escribir un post ¡¡perdón!! … quiero decir … que tengo que trabajar (¡uy! ¡qué lapsus!).

Mañana vuelta a Madrid en el avión de las 20:00 horas, porque aunque mis obligaciones laborales aquí terminarán a eso de las 13 horas, una señorita muy amable de Spanair me ha dicho por teléfono que si quiero adelantar el vuelo, más me vale hacer como que lo pierdo y comprarme un billete nuevo ¡¡¡150 euretes!!! …, pues casi me quedo unas horas más por estos lares y así voy a visitar a la mujer más impresionante que he conocido en mi vida, la famosa Tía Montse, 73 años, acaba de terminar un curso de perfeccionamiento de inglés y se ha apuntado a uno de diseño gráfico, porque dice que así complementa sus conocimientos de edición de video. Un día os tengo que hablar más de ella, aunque seguro que por mucho que quiera yo decir, nunca mis palabras podrán hacerle justicia.

Fin de la crónica, el siguiente post ya será desde Madrid; hasta pronto, Barcelona.

Una noche de sábado

Una noche de sábado

El trabajo me trajo a Barcelona ayer por la noche. Podía haberme unido a algunos de mis compañeros que ya llevaban aquí todo el día y disfrutar de unas copas en la noche de esta fantástica ciudad. Pero no podía, tenía una cita. Una cita conmigo.

Sí, porque no me suelo dedicar mucho tiempo a mí misma y ya me notaba que me tenía un poco abandonada. De modo que, después de cenar algo rapidito en la cafetería del hotel acompañada por “El diario de una abuela de verano” de Rosa Regás, me subí a la habitación, abrí el grifo de la bañera con agua muy caliente y vacié el botecito de gel con aroma de “agua de rocío” de V&L. Me serví una copa de vino (nunca gasto nada del minibar, pero ayer me dí el capricho, era una cita especial), y con ella y el mp3 cargado con las Cuatro Estaciones de Vivaldi, me encontré conmigo misma donde había quedado, entre las burbujas del baño.
Coloqué una toalla a modo de almohada en el borde de la bañera, reposé la cabeza y me estiré, hasta que mis pies tocaron el otro extremo (esta bañera está hecha a mi medida, igual me la llevo a casa en lugar de los jaboncitos y botecitos que ponen sabiendo que acabarán en el neceser del visitante).

Empezó a sonar el allegro de la primavera mientras mi respiración iba haciéndose más profunda y pausada, cerré los ojos y recordé la primera vez que estuve en la Rosaleda del Retiro, con la explosión de rojos y de aromas y el baile incesante de abejorros, abejas, mariposas y otros insectos ávidos de néctar. Entre todas esas rosas y sintiendo el cosquilleo de las burbujas en mi piel, disfruté del resto de la estación, el pianissimo sempre y la Danza Pastorale.

Todos mis músculos se habían rendido y sentía cómo la temperatura del agua había hecho bajar mi tensión hasta dejarme en un estado de absoluta relajación. Empezó a sonar el verano, el primer movimiento es el allegro non molto. Sigo con los ojos cerrados y ahora mucha sensación de calor, me apetecería estar paseando por la playa de noche, descalza, con las olas debilitadas alcanzando mis pies y refrescándome desde los tobillos, bajo un inmenso cielo estrellado, alegrándome con cada estrella fugaz que mis ojos son capaces de atrapar, y recibiendo en mi cara la caricia de la brisa húmeda y salada. Comienza el adagio presto del verano y continúo paseando sobre la arena, con algunas olas batiendo ahora más enérgicamente, cuando el adagio desaparece y sólo queda el presto, van cayendo gotas de lluvia sobre la playa, que se van haciendo más frecuentes y grandes, como en las caprichosas tormentas de verano cayendo sobre mí y resonando sobre el mar.

Llega el allegro del otoño y esa playa se ha convertido en la alameda que recorre el camino del río Dulce, cerca de Sigüenza, en Guadalajara, todo un espectáculo en esta estación del año. Mis pies juegan a remover las crujientes hojas caídas al suelo, es como andar sobre un colchón sobre el que avanzo entre ocres, amarillos y pardos y en el que no puedo dejar huella. Le toca el turno al adagio de otoño y veo ya el sol poniéndose al fondo del cañón, haciendo más intensa la paleta de colores que el cauce del río ha trazado entre las rocosas paredes que lo esconden. Las yemas de mis dedos habían empezado a arrugarse, iba llegando el final del baño.

El allegro non molto del invierno me avisó de que el agua se iba enfriando y me sumergí un poquito más en ella para cubrirme todo lo posible, como si fuera una cálida manta. Me encuentro subiendo a la laguna de Peñalara con una fría ventisca que me azota en los pocos centímetros de piel que he dejado expuesta, el paisaje es totalmente blanco y no alcanzo a ver más allá de tres metros de mí, pero estoy disfrutando, subo la pronunciada cuesta sin esfuerzo, mi cuerpo no pesa, sólo lucho contra el empuje del aire que se empeña en no dejarme avanzar. Cuando llega el movimiento largo ya he llegado arriba, la ventisca va cesando y las nubes se abren para dejar paso al sol de invierno, que ilumina las maravillosas vistas y juega con las rachas de viento a calentar y enfriar mi cara ya descubierta mientras suena el allegro.

Había pasado una hora y el agua ya se había enfriado demasiado, me quité los auriculares, apuré el vino y salí de la bañera. Sentí que de nuevo la gravedad hacía efecto sobre mi cuerpo, que ya no me envolvía la espuma y que la humedad en mi piel me producía frío, de modo que me cubrí con el albornoz y permanecí así, quieta unos minutos, como en los últimos minutos de una cita se espera un beso.

Fue una fantástica velada, hacía tiempo que no me lo pasaba tan bien conmigo misma. He dormido de un tirón y hoy me he levantado como nueva, me espera un largo día de intenso trabajo que va a requerir toda mi atención y mi paciencia. Creo que estoy preparada.

Imagen: La Scapilata, Leonardo da Vinci

¿dónde se guardan?

¿dónde se guardan?

Las sonrisas censuradas, las atropelladas y las comprometidas.

Los sueños no recordados, los absurdos y los inventados.

Las lágrimas secadas, las aguantadas y las deseadas.

Las miradas esquivadas, las perdidas y las no encontradas.

Las palabras acalladas, las no escritas y las atragantadas.

La voz del ausente, la inaudible y la idealizada.

Los besos narrados, los esperados y los equivocados.

Las caricias anheladas, las imaginadas y las olvidadas.

Los te quiero no escuchados, los no dichos y los no respondidos.

Los te odio cohibidos, los digeridos y los disfrazados.

Los suspiros que no llenan, los que no vacían y los que no alivian.

Los recuerdos de mañana, los nunca vividos y los olvidados.

Los planes no trazados, los errados y los abortados.

Los pensamientos perdidos, los inacabados y los prohibidos.

Las verdades de mentira, las verdaderas mentiras y las mentiras hechas verdad.

¿o es que no se guardan?

dos verdades y una mentira

dos verdades y una mentira

Él otro día en clase de inglés hicimos un ejercicio bastante curioso; cada uno teníamos que decir dos verdades y una mentira sobre nuestra personalidad, y los demás a base de hacer preguntas, tenían que adivinar cuál era la mentira. Yo dije que me gusta escribir cuentos (cualquiera de vosotros no hubiera dudado de ésta), que he visto Memorias de África 8 veces y leído el libro 2 (de ésta a lo mejor tampoco dudais) y que estoy aprendiendo a cantar ópera con mi prima que es una profesional, la voz de soprano. Sorprendentemente, tanto mis compañeras como el teacher, se tragaron que yo podría ser la Callas interpretando La Boheme y no se creyeron que podía disfrutar escribiendo cuentos.
Al día siguiente me dijo una compañera: "nunca te hubiera imaginado escribiendo cuentos, no te pega nada", y yo le dije, "ya, por eso lo puse, porque sabía que no os lo creeríais".

Demostrado, en mi día a día cotidiano no me conocen del todo; ahora os lo propongo a vosotros, para que me digais cuál creeis que es la mentira, y si os apetece, me poneis vosotros vuestros tres supuestos ¿vale?. Bueno, aquí van mis dos verdades y una mentira:

casi nunca lloro con una película;
tengo muchísimo vértigo;
sé tocar la guitarra, el violín, la flauta dulce, la armónica y la turuta


Venga, que os lo he puesto fácil ...

¿por qué?

¿por qué?

- Mamá, mamá, ¿por qué hay tanta gente que va enfadada por la calle?
- Pues porque tendrán muchos problemas y los pagan con los desconocidos, que no se van a poder enfadar con ellos durante mucho tiempo.
- aaaahhhh ... ¿y porqué hay otra gente que va sonriendo sin venir a cuento?
- Pues porque no será sin venir a cuento, habrán tenido un buen día, o estarán recordando algo que les ha hecho felices, o están disfrutando de lo que ven, o simplemente, están contentos.
- vale, ¿y por qué hay gente que habla sola por la calle? parecen locos.
- ya, pues puede que tengan tantas ideas en la cabeza que necesiten sacarlas, o puede que estén tan solos que no tengan con quien hablar y tampoco esperan respuesta, o puede que ni se den cuenta porque van pensando en sus cosas.
- bueno, pero ¿y por qué hay tanta gente que anda tan rápido? ¿a dónde tienen tanta prisa por llegar?
- pues hija, es porque aquí casi todo el mundo tiene muchas cosas que hacer, y a veces no cunde el día todo lo que a uno le gustaría, y hay cosas que no esperan, si llegas tarde, pierdes la oportunidad.
- ya entiendo, y mamá ¿tú de cuál de esas formas andas cuando vas sola?
- ... ¡uff!, pues ahora que lo dices, no lo sé ¿tú cómo me ves, hija?
- no sé, yo sólo te veo como mi mamá.

Palabras sin lacre

Palabras sin lacre

... Partiste un primer domingo de julio. Aún hoy mantengo
reciente el sentimiento de abandono que me abordó cuando tu
carruaje salió de la finca levantando en el aire todo aquel
polvo que terminó tras un breve instante cayendo de nuevo al
camino. No ha pasado desde entonces un sólo día sin que yo no
haya esperado la llegada de una carta o la visita de alguno
de los socios que te acompañaron en esa aventura para
transmitirme palabras tuyas, al menos una palabra tuya, tan
sólo una palabra me hubiera devuelto un mundo de alegría.

Cuando el sol hoy apenas había terminado de mostrarse por
completo, hemos recibido en la casa la visita de un caballero
que decía venir de aquellas prometedoras y engañosas tierras
que te arrancaron de mi lado. Como el más amargo de los licores,
pero con su amargor aún más exaltado por el más eficaz de los
venenos, han caido sobre mí sus frías palabras. Tras un
inexcusable descortés saludo ha preguntado si existía una
prometida de D. Leandro de Uluzaga, y viendo que ni el servicio
ni mi adorada prima que me acompaña en esta injusta soledad, ni
yo misma eramos capaces de articular palabra alguna ante tal
atropello, nos ha notificado tu fallecimiento y ha dejado sobre
mis manos un saquete de monedas, tu preciado reloj y un arrugado
papel.

Atónita por el inesperado desarrollo de tal encuentro, y sin
aceptar ninguna de las escuetas e infundadas palabras pronunciadas,
he salido atropelladamente al balcón en un intento de
ahogar tan absurda noticia con la frescura del aire del prado.
Con la respiración recuperada he abierto la nota que acompañaba
a tus pertenencias, mas mayor ha sido mi asombro cuando,
esperando reconocerte en aquella escritura, me he encontrado de
nuevo con algo ajeno. La nota iba firmada por una, a mis ojos
y oidos desconocida Dña. Adela de Granadillas, que aseguraba en su
presentación ser prometida tuya, al igual que otras tres inocentes
jovencitas que ya habían recibido la misma noticia. Ella ha
corroborado con sus letras empapadas en lágrimas la información
que me acababa de ser comunicada, tu muerte, o sería mas correcto
referirme a la muerte de un hombre a quien yo no alcanzo a
reconocer como mi prometido, Leandro. Un hombre que me pidió en
matrimonio días antes de partir en busca de fortuna, para, según
sus palabras, volver algún día junto a su amada, la mujer más bella,
agasajarla con todo cuidado y transformarla en una gran dama que
madurara viendo crecer a sus hijos y nietos.

No he sentido dolor, no he sentido pena, y no he sentido más soledad
que la que he estado sintiendo desde hace ya casi tres años. Pero sí
he sentido una pesada lástima, una aplastante lástima por mí, por tí y
por esas otras mujeres, las cuales deseo en lo más profundo de mi
alma, tampoco sufran ni sientan nada más profundo, ni más penoso, ni
más doloroso, nada más que lástima por tí.

Porque tu alma no merece más, mi amado Leandro, tu alma se fue
transformando en polvo desde el momento en que planeaste esas empresas,
siguió deshaciéndose cada día que pasaba y no me añorabas, y terminó
deshecha y hecha jirones con cada falsa palabra de amor que dedicabas
a las numerosas mujeres que han caído en la terrible desgracia de verte
y escucharte.

Por eso, hoy no siento pena, porque hoy no has muerto, porque ya llevabas
muerto demasiado tiempo, porque, que Dios me perdone, no mereces vivir en
mi corazón ni en el de ninguna de mis rivales.

Te escribo esta carta a tí, una carta sin lacre, una carta que al igual que
cada uno de los días en que mi esperanza fue engañada anhelando tu
regreso, debe finalizar incierta, sin cierre ni remate, sin lacre, sin
sello, sin despedida.

Hasta siempre, mi amado Leandro.

Una flor nada común

Una flor nada común

El otro día alguien me regaló una flor. Puede parecer una tontería, pero me hizo mucha ilusión recibirla.
No sé si quien me la regaló era consciente de que no era una flor corriente: es una preciosa flor roja llena de vida y frescura peligrosamente contagiosas.
Tras recibirla, la coloqué a mi lado y me acompaña durante todo el día, me habla y yo la hablo, me hace sonreir cada vez que la veo y ella misma parece sonreirme con graciosos guiños. Los problemas se me hacen insignificantes y parezco un anuncio de la tele, todo me hace sonreir y camino como con banda sonora.
Es curioso, desde que está conmigo, un sol radiante entra todos los días por mi ventana.
Espero que no se me marchite.

The superchula woman

The superchula woman

Hace unos días se quejaba Pitijopo en su blog sobre los inconvenientes de ir cargado de electricidad estática, bueno, más bien sobre los inconvenientes de descargarse. Yo le contesté que no podía darle ningún consejo, ya que a mí me dan calambres hasta los objetos de plástico o de cristal, y que ya he probado con todo, me he cambiado de calzado, de ropa, de suavizante, ..., hasta de humor :) , salgo del coche probando miles de combinaciones, primero un pie, primero una mano toca algo metálico del coche, o en cuanto salgo me abrazo a un árbol (esto me lo contó alguien, pero creo que intentaba tomarme el pelo) ... y nada, no han funcionado.
Pues bien, ayer, vuelvo a casa (por supuesto al salir del coche, recibí la correspondiente descarga), voy a presionar el botón del telefonillo y recibo un chispazo, pero de los que dan luz y todo. Y ¿qué pasó entonces? ..., pues que a la vez que yo salté hacia atrás maldiciendo al Sr Watt o a quien demonios se inventara esta cosa, suena en la puerta mmmmmmrrzzzz, y se me abre.
¿qué os parece?, tengo poderes para abrir puerta, soy la más chula ¿o qué?

(en realidad, me hizo tanta gracia que quien descolgó el telefonillo no se explicaba que estuviera yo sola doblada de la risa en la puerta de la calle); yo creo que sólo los superhérores nos comprendemos en esos momentos en que no controlamos nuestros poderes.

Nota: hoy cuelgo dos posts porque el fin de semana no voy a poder y no me apetece guardarlo para el lunes, que se pasa. Pero teneis que prometerme que los leereis con cuidado y sin empacharos ¿eh?

Así que a continuación, el post del sábado o el domingo, lo que mejor os venga

¿perdiendo el tiempo?

¿perdiendo el tiempo?

Me rodea la oscuridad, sólo veo sobre mí un cielo plagado de estrellas. Me pongo cómoda y dejo que mi cabeza vaya por libre. Mis ojos miran hacia allí, deben estar buscando algo, quizás ellos tengan una estrella favorita y yo no lo sepa. Se están entendiendo con mis pensamientos y parece que se lo están pasando muy bien siendo libres, porque a mí no me molestan para nada, es más, me gusta verles así. Si los cierro, paran y me cuentan alguna cosita de lo que acaban de ver y me piden que los vuelva a abrir, que quieren seguir disfrutando de ese espectáculo, así que los abro y permanezco así durante incontables minutos, con mis pensamientos también jugando como locos y viniendo a mí como hace un niño en el parque, que llama a su madre a cada rato para que le vea.

En invierno despierto al fuego y le dejo respirar en la chimenea, le alimento y me quedo cerca disfrutando de su calor. Puedo acercarme tanto que me quema, pero permanezco allí hipnotizada mientras observo cómo cada llama se lanza hacia arriba, cambiando su color y su inexistente forma. Mi cabeza empieza otra vez a escaparse, esconde mis ideas y me deja con una mente en blanco que necesita ser rápidamente llenada, de modo que me surgen espontáneamente un montón de recuerdos, sentimientos e imaginaciones, que se mezclan entre sí y con las llamas y revolotean frente a mí ayudados por el aire caliente.

Una tarde de verano me quedé durante horas sentada en la orilla de un río, sobre una roca cobijada por la sombra de un árbol y en compañía de unos amigos. Este lugar nos invitaba a conversar y lo hicimos durante un buen rato, pero un elemento en el entorno se sublebó: el agua que corría lentamente por el cauce empezó a llamar nuestra atención con sus reflejos y su relajante sonido, hasta que consiguió callar nuestras voces y aislarnos a unos de otros. Todos fuimos embaucados, cada uno a su forma. Hubo quien quiso sumergirse en ella. También hubo quien permaneció observando las pequeñas plantas, peces e insectos varios que desarrollaban su normal acitividad ante la atenta mirada del intruso. Otros sencillamente disfrutaron de su voz corriendo cauce abajo. Yo cogí un palo y, sin saber por qué, empecé a dibujar formas en su superficie; así empecé, porque tras bastante rato, probablemente horas, me sorprendí dando golpes en el agua con él, y así continué, pues era una actividad estúpida, pero altamente relajante; supongo que también en este momento, mis pensamientos se amotinaron y consiguieron que el resto de mi cuerpo les obedeciera sin contar en absoluto con mi lado consciente. Pero yo se lo agradezco.

Que sí que existe

Que sí que existe

Fue hace unos días, estaba comiendo con una compañera del trabajo en un restaurante de esos con mucha gente, muchas mesas, muchas bandejas, muchas voces y muy poco espacio. Estábamos hablando de todo un poco, riéndonos, quejándonos, desvariando ..., cuando vi en la mesa de al lado una escena poco frecuente en esos ruidosos restaurantes de menú a los que vamos a diario en el ratito que nos deja el trabajo.
Había una pareja muy acaramelada en una de esas mesas que en lugar de sillas tienen un banco apoyado en la pared. Él pasaba el brazo sobre el hombro de ella, acariciaba su mejilla, le daba besitos y le susurraba al oído palabras seguramente maravillosas. Ella le respondía con risitas tímidas, se sonrojaba, se encogía y se arrimaba a él como haciéndose más pequeña y delicada.
Me pareció muy tierno y le comenté a mi compañera: -mira qué maravilla, una parejita así de enamorada, cuánto tiempo llevarán y cuánto les quedará juntos ¿será ese un amor para siempre? ¿será uno de esos amores que de tan intensos, algún día de pronto se apagan?.
Ella, con su acento maño que parece poder siempre convencer a cualquiera, me contestó: -¡anda! no seas cándida, no es una pareja enamorada, ese tío está haciendo de galán de telenovelas, se la acaba de ligar, se lo está pasando en grande, va de triunfador, y luego la dejará por otra pobre que se sonroje al oir sus melosas palabras, probablemente más joven.
- Pero qué dices, sólo hay que mirarlos, están flotando un palmo por encima del suelo, están en otro mundo muy distinto a éste en el que estamos tu y yo, con nuestra ensalada y nuestra coca-cola. Contesté absolutamente convencida de lo que estaba viendo.
- A ver, Azul ¿tú crees que de verdad existe ese tipo de amor tan maravilloso que sale en las películas y que consigue con una mirada, una palabra o un beso y una banda sonora de fondo, unir a dos personas eternamente en una felicidad suprema? No, hija, no, eso no existe, sólo podemos aspirar a algo que se parezca. Y, desde luego esos dos, en todo caso, están aspirando. Me contestó ella con su irrefutable pragmatismo.
- Pues yo creo que sí que existe, y que esta pareja de ancianos que tenemos al lado son la prueba de ello, seguro que llevan así de enamorados desde el primer día ¿o es que crees que con los setenta años que deben tener acaban de conocerse y están probando suerte?. Ya nos gustaría a tí y a mí tener de viejecitas ese mismo aspecto para darles tema a las dos pánfilas cotillas de la mesa de al lado.

Sacando la basura

Sacando la basura

Salgo hoy de casa con la bolsa amarilla en una mano y la negra en la otra, no me preguntéis dónde llevaba la cabeza, porque creo que me la dejé sobre la mesa de la cocina.
Me bajo yo toda contenta con las dos bolsas, me meto en el coche y las dejo en el suelo del asiento de al lado (ya, ya lo sé, ese no es su sitio, pero tampoco la mesa de la cocina es el sitio más idóneo para mi cabeza, y allí se ha quedado); arranco, pongo música, ¿a ver qué me apetece hoy? ..., venga, hoy va el día de Sabina. Y allá voy yo, dispuesta a pasarme la hora de rigor en la M40 hasta mi oficina, que está en la otra punta de Madrid.
A mitad de camino, me doy cuenta de que todavía llevo las bolsas al lado ¿y ahora qué hago en medio de la M40 con dos bolsas de basura?, pues tendré que seguir con esta compañía hasta algún sitio civilizado donde haya contenedores. Bueno, tampoco molestan, ya las tiraré cuando llegue, además o mi pituitaria se ha quedado también sobre la mesa de la cocina, o es que mi basura es inodora.
Ya cerca de mi destino, en un barrio de viviendas mezcladas con oficinas, encuentro unos contenedores muy bien colocaditos en la acera, así que aparco y salgo con las dos bolsas, como si nada. Estoy echando cada una donde corresponde, y una señora en bata me empieza a gritar desde una ventana que qué hago, que esos contenedores son de ese bloque y yo no soy vecina, que me vaya a tirar mi basura a mi barrio; y es que hay gente que tiene un sentido de la propiedad muy extraño. Le explico lo que me ha pasado, que me he venido desde casa con las bolsas en el coche porque soy muy despistada y que por favor me permita dejarlas ahí, que no volverá a ocurrir. Ella refunfuña algo para sí misma mientras me hace un ademán con la mano como perdonándomde la vida, y se mete para dentro (menos mal que no tengo pinta de terrorista y me ha dejado ir libre y en paz), y es que hay gente que no alcanza a concebir mi elevado nivel de tontería.
Vuelvo al coche algo avergonzada por la escenita tipo aquí no hay quien viva, arranco y para colmo, Sabina empieza a cantarme el Rock&Roll de los Idiotas (... como tú y como yo ...)

A veces soy como una planta ...

A veces soy como una planta ...

Hace más de un año me compré una planta de la que me enamoré nada más verla (Pachira Aquatica), la llevé a casa, la coloqué en el salón, que es un sitio con mucha luz y empezó a echar hojas nuevas y grandes sin parar. Me daba mucha alegría verla cada día que llegaba a casa y encontraba un brotecito nuevo; brotecito que en una semana ya se habría convertido en un grupo de cinco grandes hojas verdes. Un mal día, al terminarse el verano, dejaron de salir brotes y se fueron desprendiendo todas las hojas del tallo; la planta murió en pocas semanas.

Compré otra exactamente igual y traté de controlar más los riegos, ya que pensé que el problema con la otra había sido un exceso de agua. También empezó con buen pie, echando hojas en todas direcciones, sin necesidad de buscar a la luz porque ésta la rodeaba, pero en navidades le pasó lo mismo que a su antecesora, dejaron de salir brotes y las hojas se cayeron, sin amarillear ni dar ninguna otra señal de sufrimiento.

En enero, me di cuenta de que a mi despacho le faltaba una planta. Bueno, realmente no era a mi despacho, era a mí a quien le faltaba una planta que me acompañara durante tantas horas de trabajo. Así que fui a comprar otro ejemplar de la malograda planta y lo coloqué sobre una de las estanterías, muy cerquita de la ventana, y a modo de macetero, la puse dentro de una cajita de madera que llevaba estorbando por mi mesa mucho tiempo y que en varias ocasiones estuvo a punto de ir a parar a la papelera. La voy regando con asiduidad, sin pasarme, pero sin dejar secar la tierra, no le echo abono (básicamente porque es raro encontrar abono para plantas en una oficina) ni tampoco la he querido pasar a una maceta más grande, ya que en ésta parece estar a gusto.

Un día se lo comenté a mi madre: Mamá. ¿te acuerdas de esas dos plantas tan bonitas que tuve y que se me murieron sin saber por qué?, pues me compré otra igual para el despacho y está tremenda, ninguna de las otras dos consiguió tantas hojas ni tan grandes, y además, en lugar de salir en grupos de cinco, ésta tiene algunos ramilletes de seis, como si tuviera tantas ganas de echar hojas, que transgrediera todas las normas. Y mi madre, que de vez en cuando me sorprende, me contestó con toda naturalidad: claro hija, es que allí en la oficina está siempre acompañada, oye tu voz y la de los que entran a tu despacho, y siente que pasas cerca y le remueves el aire. En casa las tenías siempre solas, y aunque tuvieran mucha luz, abono y temperatura adecuada, las plantas acusan mucho la soledad.

Puede que esta pequeña compañera me agradezca la compañía igual que yo le agradezco a ella cada brote y cada hoja nueva que me muestra, porque me hace saber que está cómoda.

your favorite proffesion?

<em>your favorite proffesion?</em>

El miércoles pasado empecé las clases de inglés en la oficina , y cómo no, llegué tarde. Entré en la sala donde estaban dos chicas más de mi empresa y el profesor, y ya llevaban un rato charlando (speaking); total, que me siento pidiendo disculpas, me presento y el teacher me dice, así, sin anestesia ni nada: what would have been your favorite proffesion?Y yo, entre nervios y vergüenzas por ser el primer día y llegar la última, y para no tardar mucho en contestar y quedar como una patana, le suelto: well, i'd like to work in a bookshop. El profesor, que se esperaba algo así como pintora o escritora o algo así más creativo, puso cara de pensar, ¡pues vaya una imaginación desbordante tiene esta tía!. Y fue salir la última palabra de mi boca y me vino a la cabeza una idea: ¡¡actriz de doblaje!!, claro, cómo no se me había ocurrido antes, me molaría ser actriz de doblaje y ponerles la voz a Meryl Streep, o a Meg Ryan, a una una voz inteligente y sensible pero con un carácter aplastante, y a la otra una voz fresca y graciosa, de esa en la que se intuye una sonrisa sólo con oirla, o a cualquier otra que me pongan delante.
El caso es que ahora se me ha antojado dedicarme a eso ¿será demasiado tarde para cambiar de profesión?. Y seguro que se me daría estupendamente (a veces no tengo abuela) porque me gusta mucho jugar por teléfono a poner distintas voces a gente que no me ha visto nunca y pensar en cómo me imaginarán, porque yo me los imagino a ellos.
Pero me queda una duda, si me cambio de trabajo, ¿me seguirán dando clases de inglés?

estás

estás

estás en el viento frío que anoche azotó mi cara
estás en los baldosines por los que mis zapatos caminaron apresurados
estás entre las palabras de quien me habla y no me dejas escucharle
estás en el murmullo del bar
estás en mis risas y en el aire que llena mis pulmones en cada suspiro
estás en el hielo que acaricia mis labios al beber y en el trago de alcohol que nubla mis ideas
estás en el cinturón que se apoya en mis caderas y que anhela estrechar mi cintura
estás en ese beso de buenas noches
estás en las sábanas que me han arropado y en la almohada que ha cuidado de mis sueños
estás en cada gota de agua que ha recorrido mi piel mientras me duchaba, en cada pompa de jabón que ha jugado con mis dedos y en el albornoz que me ha envuelto con su calor
estás en el peine que ha ordenado mis cabellos
estás en el café que me ha puesto en marcha
estás en la falda que he decidido ponerme hoy
estás en mi mirada y en mi expresión
estás en el perfume que descansa en mi cuello y va a acompañarme durante el resto del día

¡y eso que yo no te esperaba!

Mi vida perra

El otro día un amigo, el mismo que me empujó a crear mi propio blog, me prestó un libro precisamente de este mundillo; se titula "Mi vida perra, diario de una treintañera cualquiera", escrito por Almudena Montero y son extractos de su blog www.lacoctelera.com/amqs. Yo no puedo prestároslo a todos (y sobre todo, que si por casualidad ella se pasa por aquí y lee esto, preferirá que os diga que lo compreis), pero os recomiendo leerlo. Para que os hagais una idea, os dejo aquí un fragmentito:
Un día sales a la calle y alguien a quien jamás has visto te pisa el pie. Al día siguiente te cruzas de nuevo con él. A la semana te invitan a una cena y allí está. En la cena te hablan de una ciudad de la que nunca habías oído hablar. Por la mañana te llama tu hermano y te cuenta que se va de vacaciines a ese lugar. Enciendes la tele y en un documental aparece una extraña beandera con los mismos colores que tu nuevo mantel de Ikea que planchas porque esa noche viene gente a casa a cenar. Y una amiga te cuenta que tiene un novio nuevo. Le conoció en urgencias al caer en la calle y torcerse el pie. El es de un país muy extraño, pero no ha podido venir a la cena porque está grabando un documental. Y te acuestas una noche más pensando que vives otra vida, que no eres más que el testigo de lo que le ocurre a los demás. Y te preguntas si alguna vez el futuro hombre de tu vida le pisará el pie a alguna de tus amigas, o si desteñirá ese nuevo mantel, convirtiéndose en la bandera de un desconocido país tropical.

Estoy de luto

Estoy de luto

Sí, porque el otro día me dijo un buen amigo que últimamente me veía algo vehemente y que yo no era así. Así que hoy, cuando por fin lo he admitido, me he muerto del susto.

He guardado luto un ratito, pero al final no me ha quedado otro remedio que volver a nacer. Sí, me costará trabajo volver a hacerme a mis cosas, pero no pasa nada, es como cuando se te cuelga el ordenador: tienes que apagar y volver a encender. Tarda un poco, pero se soluciona.

Imagen: fotografía de Ansel Adams

Princesa

Princesa

Llovía a mares y a Catalina todavía le quedaban más de 300 metros para llegar al portal de su amigo Álex. Habían quedado para cenar ellos dos, un compañero de él y la vecina-amiga a la que Álex tiraba los trastos incansablemente desde hacía un par de meses.
Estaba empezando a anochecer en un cielo gris ya oscurecido por la tormenta, y comenzaron a encenderse las farolas de la calle casi a la vez que Catalina avanzaba; por un momento fantaseó qué guay, soy una princesa caminando hacia palacio sobre una larga alfombra jalonada con farolillos que se encienden a mi paso rindiéndome pleitesía, ¡ja, ni Cenicienta!.
Llegó al portal empapada, chorreando el pelo y la blusa que tanto tiempo le había llevado escoger, y al verse reflejada en el horrible espejo color sepia que había tras la puerta enrejada, se le escapó la fantasía y empezaron a chorrear también sus esperanzas acerca de que aquella velada fuera a resultar lo que tenía que resultar. Echó la cabeza hacia adelante y se aireó un poco los rizos antes de llamar al telefonillo -qué lata estos telefonillos con videocámara, parece que me estén fichando, ¡y todavía no he hecho nada!- protestó mientras sonaba el pppprrrriiiii.
Descolgó Álex: -venga sube, que eres la última.
Pues qué privilegio, vaya entrada triunfal- pensó Catalina mientras subía andando hasta el tercero de aquel viejo edificio del centro.
- Cata, te presento a mi pesadilla diaria, el tío plasta que con su charla no me deja ser en el curro todo lo eficiente que debería ser, éste es Quique.
- Hola Quique, casi es como si te conociera, porque yo podría decir que Álex es el culpable de que la cañita de antes de subir a casa se convierta en varias penúltimas rondas mientras me cuenta vuestras batallitas diarias.- Le dijo Catalina tras los dos besos de rigor.
- Hola Catalina, encantado; yo también es casi como si te conociera, pero te imaginaba algo más seca, ja, ja… Es broma, no te mosquees ¿eh?.- y le guiñó un ojo. Craso error: Catalina odiaba a la gente que guiña un ojo sin ton ni son, y éste empezaba por mal camino. Pero no, Catalina no se mosqueó, pensó “bueno, por lo menos es guapo, si me aburre mucho puedo dedicarme sólo a mirarle”.
Pasaron al salón, para lo que no tuvieron que hacer más que dar un paso cada uno porque el piso de Álex era realmente pequeño, y aunque él se empeñara en diferenciar las distintas dependencias de su palacio con alfombras, plantas y tabiques imaginarios, el recibidor no dejaba de ser el primer paso del pequeño salón y la cocina el último, y la zona cubierta por la alfombra, era el salón propiamente dicho.
María, la deseada vecina de Álex, se acercó a Catalina para darle dos besos y ya de paso decirle al oído –menos mal que has llegado, tía, estos dos me tenían frita hablando de su jefe y de la gorda de su secretaria.
Se sentaron a la mesa, una mesa muy bien colocadita que, tal como pensó Catalina al verla, era claramente obra de María, había dos velas y una flor en el centro, y Álex, a pesar de ser un tío muy sensible, no llegaba a tanto. Abrieron un Imperial reserva del 98, una delicia que había llevado Quique, un entendido en caldos, tal como él mismo se describió. Álex trajo de la cocina dos fuentes: una con ensalada de aguacates, tomates y anchoas, y otra con un pastel de setas comprado en la tienda de abajo –picamos un poco de esto y luego traigo el plato fuerte ¿vale?.
- Oye, compañero de fatigas, eres un pícaro ¿sabes que el aguacate es afrodisíaco, no? Y seguro que entre esas setas has metido alguna de las que dan marcha, ja, ja- ¡zas! ¡y volvió a guiñar el ojo!, Catalina era de esas personas que cuando le coge manía a algo, la coge pero bien, y además, por el momento, las bromas de ese chico no le estaban pareciendo para nada ingeniosas, sino del tipo de las que haría un invitado de Crónicas Marcianas.
Empezaron a comer, a beber y a charlar. Álex estaba sentado frente a Catalina y junto a María, y trataba de estar siempre en la conversación de María pero sin descuidar demasiado con el rabillo del ojo a su querida amiga Cata; ésta al principio siguió el rollo a Quique, pero poco a poco fue callándose para dejarle hablar a él mientras ella analizaba, o más bien hacía trizas, todos y cada uno de los chistes baratos con que trataba de impresionarla. Se acabó el vino y Cata se prestó voluntaria para levantarse a por otra, a lo que su amigo respondió –ni hablar, voy yo, que tú eres una invitada en mi palacio- Ella ya estaba levantada y había dado el primero de los cuatro pasos que la separaba de la cocina, de forma que al final se levantaron ambos, llegaron a la cocina y se agacharon frente al botellero para elegir cuál abrían; esperando ya Álex la crítica, Cata le susurró -¡pues vaya ligue me has querido endilgar, tío! ¿pero de verdad te ríes con él? Bueno, a lo mejor hay que ser tío para cogerle cariño, seguro que triunfaría en Chueca – y guiñó el ojo exagerando el gesto en una burla que arrancó la risa de Álex.
- ¡bueno, parejita!, ¿venís o qué?, no hagais “guarreridas” ahí abajo, que no era este el plan.
- Sí, hijo, sí, tú sigue así, que si tu plan era volverme loquita, lo estás consiguiendo, pero loquita por que te calles un poco.- Murmuró Catalina mientras cogía una botella de Ardanza, otro rioja reserva del 98, esperando que el "entendido en caldos" no pudiera rechistar por la combinación. Antes de levantarse, Álex la besó tiernamente en la mejilla a modo de disculpa pero a Catalina le sonó a “por favor aguanta, que hoy seguro que al fin conquisto a María”. Así que ella le agradeció el beso con una sonrisa, se levantaron y volvieron a la mesa.
A Catalina ya se le había ido toda la humedad de cabello y ropa, junto con las ilusiones que la habían acompañado hasta allí transformándola en una princesa, pero se propuso pasar el resto de la noche de la mejor manera posible y facilitarle las cosas a su mejor amigo. Siguieron bebiendo, comiendo y charlando, terminaron de cenar y se pasaron a las copas. Álex llevó a la mesa cuatro vasos de tubo, una hielera de plástico regalo del Pizza Hut, Coca Cola, White Label, tónica, Tanqueray y un limón, detalle para Cata, que sólo bebía gintonic si llevaba un poco de jugo y una rodajita. El gracioso de Quique sirvió los cubatas, mientras Cata se “arreglaba” su gintonic, y con su humor barato, decidió que la noche sería más divertida si cargaba bien el vaso de María, de lo que Álex no se percató porque estaba mirando a Cata, siempre se reía viendo a su amiga exprimir el limón y huyendo de los chorros que éste le lanzaba a traición.
Hablaron de muchas cosas, rieron, cruzaron miradas y complicidades, y cuando se quisieron dar cuenta, María llevaba en la mirada el simbolito del white label, hablaba muy alto y se reía con exageradas carcajadas de todos los chistes de Quique, que se iban haciendo todavía peores a medida que vaciaba su vaso.
Al rato ya sólo hablaba Quique y reía María, las otras dos almas de la fiesta, resignadas, se miraban y se comunicaban con gestos opinando sobre la situación de aquellos dos y riéndose de ellos mismos.
-¡venga, una penúltima rondita!, pásenme los vasos. –Dijo Quique con un tono de voz raro, seguramente tratando de imitar a algún personajillo de la actualidad televisiva que nadie reconoció.
- ¡uff!, noo … yyyo crreo que mmme rretiiiro a caassa.- Dijo a duras penas María tratando de levantarse con una torpeza que rezumaba whisky. La ayudaron Álex y Cata mientras ésta le decía –voy a acompañarla a su piso y ahora subo ¿te parece, Álex?.- A lo que él asintió dándole las gracias.
Cuando volvió se alegró de ver a Quique en la puerta poniéndose el abrigo dispuesto a irse, se despidió de él y entró en el salón; esos dos pasos ahora la hicieron sentir bien lejos, salvada. Oyó la puerta cerrarse y su amigo se sentó junto a ella en el sofá y dijo –bueno, otra vez hemos triunfado tú y yo ¿no?- y guiñó el ojo. Cata rió a gusto, ese guiño sí que era gracioso, se acurrucó junto a él y los brazos de ambos se ensamblaron en un cómodo abrazo; así pasaron unos minutos, sin cambiar de postura y comentando las mejores jugadas de la noche, se rieron, ahora de bromas ingeniosas, originales y sanas, con el tipo de humor que ambos derrochaban y apreciaban. Al rato Álex se separó un poco para inclinarse hacia ella y decir -¡pero qué mal educado soy! ¡hay una preciosa princesa en mi palacio y yo la tengo aquí con el vaso vacío! ¿qué le sirvo, majestad?.
Fue una décima de segundo lo que Catalina tardó en reconocer aquello; eso era, él era el único que la hacía sentirse como una princesa. Y decidió pasar aquella noche en palacio. Y tras esa, pasó ya muchas más.

Imagen: fotografía de Chema Madoz

Desde el fragor de la batalla

Desde el fragor de la batalla

Tras varios infructuosos intentos de alejarme un poco del campo de batalla a comunicarles la situación de la misma, parece que en este punto lo he conseguido. No será más que trazos de la misma, ya que parece haberse tornado complicada en diversos flancos, a saber:

nuestras primeras líneas de los huesos están siendo atacadas en la retaguardia por avanzadillas enemigas que, sobradamente armadas, se han apoderado de nuestros efectivos en tendones y músculos, a lo que las filas óseas están respondiendo con gran resistencia pero soportando las fuertes y frecuentes embestidas. En el cuello parece haber conseguido el ejército invasor hacerse con sus más importantes tejidos y los están sometiendo a terribles torturas, estirándolos y retorciéndolos contranatura, parece que todavía aguantan pero no les vendrían mal algunas ayudas de sus mejores sanadores. En las amígdalas debe haberse infiltrado otra patrulla invasora; allá parecen estar construyendo algún voluminoso artefacto que entorpece el paso de provisiones por esta garganta natural y al parecer sólo el intento se torna doloroso. Algunos de los mejores guerreros enemigos han conseguido alcanzar lo más alto del castillo, por las almenas han entrado en el interior del gran salón del castillo, las dependencias de nuestro Rey Cabezón III y desde ahí están haciendo retumbar lo que parecen ser potentes tambores, cuyos graves sonidos se amplifican por efecto de las paredes y parecen ser escuchados en todo el reino. Nos atacan también en la zona de los ojos, están utilizando algún tipo de mejunge que nos afecta a la visión y nos crea picores y sequedad. Las hogueras que han encendido por doquier, han dejado en el ambiente tanto calor como si estuvieramos en el mismísimo astro Sol y hacen casi imposible la circulación de nuestros mensajeros de un lado a otro del campo de batalla, aunque no han logrado doblegar nuestros sistemas de comunicación internos. Todos nuestros efectivos esperan ansiosamente la llegada de refuerzos, con los que, Dios mediante, acabaremos con los malditos invasores de una vez por todas, o al menos hasta las próximas nieves.
Se despide y les desea tranquilidad para las próximas horas, el gran luchador Adeblancos, hijo de Azules y nieto de Blancos, quien pide permiso para retirarse a descansar.

¡un poco de organización!

¡un poco de organización!

Tengotantascosasquecontarqueseme
estánamontonandolaspalabrasyno
consigoquemeobedezcan.Voyatratar
deponerunpocodeordenenestecaosaver
simañanayalastengounpocomás
disciplinadasyconsigoqueoscuenten
algunabonitahistoria.

Imagen: "La trasitenda I", pastel de Nicoletta Thomas

escondida

escondida

Esta mañana me he levantado y tenía doce años. He cogido mi diario, aunque no recuerdo haber tenido nunca uno, y me he escondido en un armario a escribir en él. Me he sorprendido escribiendo de arriba a abajo y con caracteres chinos. He debido contar una historia muy triste, porque tras rellenar tres páginas con esos garabatos de tinta negra, dos lágrimas han caído de mis ojos y han emborronado todo lo que había escrito. Han quedado tres páginas manchadas pero muy bonitas, así que las he arrancado, y las he colgado de la pared de mi cuarto con tres chinchetas.

No he entendido nada, pero como nadie me ha visto, esto queda entre yo y mi otra yo de doce años.

Imagen:fotografía de Chema Madoz (1997)