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azuldeblancos

porque sería bonito

Escogiendo un sueño ...

Escogiendo un sueño ... Hoy he decidido escoger lo que voy a soñar, estoy harta de que los días que me apetezca soñar con algo en concreto, luego me aparezca otro sueño que me descoloque totalmente.

Así que voy a hacer como cuando elijo una película del estante ... ¿qué quiero hoy? veamos ...

algo tierno tipo La vida es Bella,
o una romanticona como Tú y yo o su remake Algo para recordar,
o tal vez una de acción tipo El fugitivo,
o quizás una en blanco y negro como La fiera de mi niña o La costilla de Adán
... ¿qué tal una para llorar como Philadelphia? ... no, hoy no,
¿y una ligerita como Tienes un e-mail? ... psé ... no me convence para esta noche,
puede que una divertida y de humor inteligente del estilo de Misterioso asesinato en Manhattan,
o una para llorar de risa de su absurdo como Una noche en la ópera,
¿un clásico como Casablanca? ... no, clásicos otro día,
o un sueño bien largo, que dure mucho tiempo como La lista de Schindler, no, que seguro que no me da tiempo a terminarlo ...,
...,
creo que ya lo tengo, voy a soñar en capítulos, como Doctor en Alaska, así, si me quedo en algo interesante, podré quedarme con la última escena y un rótulo de Continuará ...
Así, estaré deseando ver el siguiente capítulo.

simplemente

simplemente
Aunque todo parezca ir en contra,

problemas que sólo han nacido para morir resueltos,
imprevistos que, al conocerse, deben pasar a la lista de los previstos,
enfados que piden a gritos ser felices,
cansancio que está deseando irse a dormir contigo y hacer las paces,
horas que pasan de largo y deberían esperarte,
enredo de ideas planificando cómo desenredarse y
ruido que estaría encantado de callarse.

Es posible encontrar entre todo esto,

luz para ver mejor por dónde ir,
ayuda que aparece por donde menos te la esperas,
soluciones que eres capaz de encontrar,
risas que destapan tus oídos,
momentos que te alegras de haber vivido,
victorias conseguidas sólo por tí mismo,
experiencias que nadie te podrá quitar y
oportunidades que te hacen ver de cerca lo que parecía lejano.

Así que no me digas nada más, simplemente, sonríeme.

Sin que me vean

Sin que me vean Hoy me he hecho invisible.

Voy a explicarme, el día ha empezado bien, ahora pienso que me quería pillar desprevenida. Me ha hecho creer que me cuidaría, y yo, confiada, lo he creído como la niña que levanta el rostro para mirar al maestro y asentir con la franqueza más devota.

Unas horas después, sin avisarme, ha empezado a darme empujones por todos lados, empujones que no me dejaban respirar, que aceleraban el ritmo de mis latidos y animaba al mal humor a cabalgar sobre ellos alrededor de mi cabeza. Y así han pasado unas horas, unos ratos al trote, otros al galope, como la canción que me enseñaron de pequeña. Tormentosas horas tras las cuales me he sentido tan hueca de vida como un salón de revista de decoración, tan triste como una cuna cubierta de telarañas, tan patética como un zapato de tacón alto tirado en la calle, tan desagradable como una colilla apagada en un plato de comida.

Y aunque tenía verdaderas ganas de vengarme de este día por hacer que me sintiera así, he decidido ser benévola y desaparecer, mejor hacerme invisible y que el día continúe sin mí, no necesita el mundo más desgracias. Mi cuerpo ha continuado con sus obligaciones, mi voz ha seguido hablando, mis manos han seguido obedeciendo a una cabeza puesta en modo automático, pero el resto de mí ha dejado de verse.

He vuelto a casa sin que nadie me viera, y una vez en ella, tampoco nadie me ha visto. Sigo invisible e invisible me iré a dormir, pero cuando despierte mañana tengo que acordarme de volver a aparecer, que con perderme un día ya es suficiente, que lo pierdan mañana otros.

Princesa

Princesa Llovía a mares y a Catalina todavía le quedaban más de 300 metros para llegar al portal de su amigo Álex. Habían quedado para cenar ellos dos, un compañero de él y la vecina-amiga a la que Álex tiraba los trastos incansablemente desde hacía un par de meses.
Estaba empezando a anochecer en un cielo gris ya oscurecido por la tormenta, y comenzaron a encenderse las farolas de la calle casi a la vez que Catalina avanzaba; por un momento fantaseó qué guay, soy una princesa caminando hacia palacio sobre una larga alfombra jalonada con farolillos que se encienden a mi paso rindiéndome pleitesía, ¡ja, ni Cenicienta!.
Llegó al portal empapada, chorreando el pelo y la blusa que tanto tiempo le había llevado escoger, y al verse reflejada en el horrible espejo color sepia que había tras la puerta enrejada, se le escapó la fantasía y empezaron a chorrear también sus esperanzas acerca de que aquella velada fuera a resultar lo que tenía que resultar. Echó la cabeza hacia adelante y se aireó un poco los rizos antes de llamar al telefonillo -qué lata estos telefonillos con videocámara, parece que me estén fichando, ¡y todavía no he hecho nada!- protestó mientras sonaba el pppprrrriiiii.
Descolgó Álex: -venga sube, que eres la última.
Pues qué privilegio, vaya entrada triunfal- pensó Catalina mientras subía andando hasta el tercero de aquel viejo edificio del centro.
- Cata, te presento a mi pesadilla diaria, el tío plasta que con su charla no me deja ser en el curro todo lo eficiente que debería ser, éste es Quique.
- Hola Quique, casi es como si te conociera, porque yo podría decir que Álex es el culpable de que la cañita de antes de subir a casa se convierta en varias penúltimas rondas mientras me cuenta vuestras batallitas diarias.- Le dijo Catalina tras los dos besos de rigor.
- Hola Catalina, encantado; yo también es casi como si te conociera, pero te imaginaba algo más seca, ja, ja… Es broma, no te mosquees ¿eh?.- y le guiñó un ojo. Craso error: Catalina odiaba a la gente que guiña un ojo sin ton ni son, y éste empezaba por mal camino. Pero no, Catalina no se mosqueó, pensó “bueno, por lo menos es guapo, si me aburre mucho puedo dedicarme sólo a mirarle”.
Pasaron al salón, para lo que no tuvieron que hacer más que dar un paso cada uno porque el piso de Álex era realmente pequeño, y aunque él se empeñara en diferenciar las distintas dependencias de su palacio con alfombras, plantas y tabiques imaginarios, el recibidor no dejaba de ser el primer paso del pequeño salón y la cocina el último, y la zona cubierta por la alfombra, era el salón propiamente dicho.
María, la deseada vecina de Álex, se acercó a Catalina para darle dos besos y ya de paso decirle al oído –menos mal que has llegado, tía, estos dos me tenían frita hablando de su jefe y de la gorda de su secretaria.
Se sentaron a la mesa, una mesa muy bien colocadita que, tal como pensó Catalina al verla, era claramente obra de María, había dos velas y una flor en el centro, y Álex, a pesar de ser un tío muy sensible, no llegaba a tanto. Abrieron un Imperial reserva del 98, una delicia que había llevado Quique, un entendido en caldos, tal como él mismo se describió. Álex trajo de la cocina dos fuentes: una con ensalada de aguacates, tomates y anchoas, y otra con un pastel de setas comprado en la tienda de abajo –picamos un poco de esto y luego traigo el plato fuerte ¿vale?.
- Oye, compañero de fatigas, eres un pícaro ¿sabes que el aguacate es afrodisíaco, no? Y seguro que entre esas setas has metido alguna de las que dan marcha, ja, ja- ¡zas! ¡y volvió a guiñar el ojo!, Catalina era de esas personas que cuando le coge manía a algo, la coge pero bien, y además, por el momento, las bromas de ese chico no le estaban pareciendo para nada ingeniosas, sino del tipo de las que haría un invitado de Crónicas Marcianas.
Empezaron a comer, a beber y a charlar. Álex estaba sentado frente a Catalina y junto a María, y trataba de estar siempre en la conversación de María pero sin descuidar demasiado con el rabillo del ojo a su querida amiga Cata; ésta al principio siguió el rollo a Quique, pero poco a poco fue callándose para dejarle hablar a él mientras ella analizaba, o más bien hacía trizas, todos y cada uno de los chistes baratos con que trataba de impresionarla. Se acabó el vino y Cata se prestó voluntaria para levantarse a por otra, a lo que su amigo respondió –ni hablar, voy yo, que tú eres una invitada en mi palacio- Ella ya estaba levantada y había dado el primero de los cuatro pasos que la separaba de la cocina, de forma que al final se levantaron ambos, llegaron a la cocina y se agacharon frente al botellero para elegir cuál abrían; esperando ya Álex la crítica, Cata le susurró -¡pues vaya ligue me has querido endilgar, tío! ¿pero de verdad te ríes con él? Bueno, a lo mejor hay que ser tío para cogerle cariño, seguro que triunfaría en Chueca – y guiñó el ojo exagerando el gesto en una burla que arrancó la risa de Álex.
- ¡bueno, parejita!, ¿venís o qué?, no hagais “guarreridas” ahí abajo, que no era este el plan.
- Sí, hijo, sí, tú sigue así, que si tu plan era volverme loquita, lo estás consiguiendo, pero loquita por que te calles un poco.- Murmuró Catalina mientras cogía una botella de Ardanza, otro rioja reserva del 98, esperando que el "entendido en caldos" no pudiera rechistar por la combinación. Antes de levantarse, Álex la besó tiernamente en la mejilla a modo de disculpa pero a Catalina le sonó a “por favor aguanta, que hoy seguro que al fin conquisto a María”. Así que ella le agradeció el beso con una sonrisa, se levantaron y volvieron a la mesa.
A Catalina ya se le había ido toda la humedad de cabello y ropa, junto con las ilusiones que la habían acompañado hasta allí transformándola en una princesa, pero se propuso pasar el resto de la noche de la mejor manera posible y facilitarle las cosas a su mejor amigo. Siguieron bebiendo, comiendo y charlando, terminaron de cenar y se pasaron a las copas. Álex llevó a la mesa cuatro vasos de tubo, una hielera de plástico regalo del Pizza Hut, Coca Cola, White Label, tónica, Tanqueray y un limón, detalle para Cata, que sólo bebía gintonic si llevaba un poco de jugo y una rodajita. El gracioso de Quique sirvió los cubatas, mientras Cata se “arreglaba” su gintonic, y con su humor barato, decidió que la noche sería más divertida si cargaba bien el vaso de María, de lo que Álex no se percató porque estaba mirando a Cata, siempre se reía viendo a su amiga exprimir el limón y huyendo de los chorros que éste le lanzaba a traición.
Hablaron de muchas cosas, rieron, cruzaron miradas y complicidades, y cuando se quisieron dar cuenta, María llevaba en la mirada el simbolito del white label, hablaba muy alto y se reía con exageradas carcajadas de todos los chistes de Quique, que se iban haciendo todavía peores a medida que vaciaba su vaso.
Al rato ya sólo hablaba Quique y reía María, las otras dos almas de la fiesta, resignadas, se miraban y se comunicaban con gestos opinando sobre la situación de aquellos dos y riéndose de ellos mismos.
-¡venga, una penúltima rondita!, pásenme los vasos. –Dijo Quique con un tono de voz raro, seguramente tratando de imitar a algún personajillo de la actualidad televisiva que nadie reconoció.
- ¡uff!, noo … yyyo crreo que mmme rretiiiro a caassa.- Dijo a duras penas María tratando de levantarse con una torpeza que rezumaba whisky. La ayudaron Álex y Cata mientras ésta le decía –voy a acompañarla a su piso y ahora subo ¿te parece, Álex?.- A lo que él asintió dándole las gracias.
Cuando volvió se alegró de ver a Quique en la puerta poniéndose el abrigo dispuesto a irse, se despidió de él y entró en el salón; esos dos pasos ahora la hicieron sentir bien lejos, salvada. Oyó la puerta cerrarse y su amigo se sentó junto a ella en el sofá y dijo –bueno, otra vez hemos triunfado tú y yo ¿no?- y guiñó el ojo. Cata rió a gusto, ese guiño sí que era gracioso, se acurrucó junto a él y los brazos de ambos se ensamblaron en un cómodo abrazo; así pasaron unos minutos, sin cambiar de postura y comentando las mejores jugadas de la noche, se rieron, ahora de bromas ingeniosas, originales y sanas, con el tipo de humor que ambos derrochaban y apreciaban. Al rato Álex se separó un poco para inclinarse hacia ella y decir -¡pero qué mal educado soy! ¡hay una preciosa princesa en mi palacio y yo la tengo aquí con el vaso vacío! ¿qué le sirvo, majestad?.
Fue una décima de segundo lo que Catalina tardó en reconocer aquello; eso era, él era el único que la hacía sentirse como una princesa. Y decidió pasar aquella noche en palacio. Y tras esa, pasó ya muchas más.

Imagen: fotografía de Chema Madoz

Ensoñaciones

Ensoñaciones Si yo fuera un pintor, mimaría a todos los colores cual si fueran hijos míos; les educaría para que supieran transmitir su frialdad o calidez acorde con el momento; les enseñaría a combinarse, a sorprender y a comunicar; les dejaría aprender a crecerse en cada soporte en blanco, a cómo hacerlo en lienzo, en papel, en yesos, en maderas, en piedras … ; me llenaría de orgullo viéndoles agradar a quien los mirase y hacer de éste un mundo más bonito.

Si fuera un cocinero, buscaría crear los más sabrosos platos y dárselos a probar a todos; buscaría nuevos ingredientes y formas de prepararlos para que el comensal pudiera encontrar en ellos toda clase de sensaciones; cuidaría todos mis utensilios de cocina para que fueran capaces de seguir cocinando maravillas eternamente; disfrutaría con cada uno de los platos, desde el más sencillo hasta el más sofisticado.

Si fuera un escritor, encontraría las palabras precisas y el modo de encadenarlas en una secuencia perfecta; describiría los sentimientos, paisajes y detalles para que el lector se sintiera entre ellos; relataría las historias más emocionantes, divertidas e interesantes; sería feliz al saber que mi obra es responsable de horas de disfrute.

Si fuera un músico, compondría nuevas melodías que transmitieran cada uno de los sentimientos humanos; buscaría la forma de que mis sonidos viajaran con el viento a cada rincón de la tierra buscando hasta el último oído ávido de compañía; dejaría a cada instrumento liberar su vibración al elástico aire para mezclarse con los demás y así crear música.

Si fuera un investigador, ordenaría mis ideas en un cuidado desorden que permitiera a mi pensamiento admitir nuevas premisas y explicar inexplicables hechos; mostraría cada avance a mis colegas para conseguir aunar talentos y alcanzar asombrosos descubrimientos; seguiría mi instinto y mi corazón por las líneas de investigación cuyo fin fuera mejorar la vida y la naturaleza.

Si fuera un escultor, trabajaría los más puros materiales para obligarles a descubrir las maravillosas figuras que son capaces de esconder en sus entrañas; haría salir de ellos a las bustos y rostros de los más geniales, de los más admirables, de los más inolvidables hombres y mujeres de la historia; encontraría en las materias a trabajar también las más bellas formas de la naturaleza, y las dejaría descansar en el lugar que ésta me señalara como el destinado para cada una de ellas.

Si yo fuera … ¡¡¡riiiiiing!!! ... tengo que despertarme e irme a trabajar..

Imagen: Durmiente. Lienzo de Tamara de Lempicka

El secreto del ojo de la cerradura

El secreto del ojo de la cerradura Cada tarde, al hacer su ronda de limpieza por la escuela, Damián se sentía irresistiblemente atraido por ese agujerito en la puerta de la sala de danza clásica, su ventana secreta por la que cada día contemplaba La Belleza con mayúsculas.

Se sentía avergonzado por someter a la preciosa bailarina entre todas su compañeras a ese irrespetuoso espionaje, pero no podía evitarlo, era su oxígeno de cada día. No podía permitirse perder la oportunidad de disfurtar con la visión de algo tan sutil, elegante, minúsculo y a la vez tan grande como ella, con su tutú azul, sus puntas azules, su cuerpo azul y sus medias azules, todo azul, del azul más bello y ligero que había visto nunca.

La piel de los brazos y del cuello era la única que quedaba al descubierto, tenía un aspecto natural, ligeramente bronceada, comenzaba el baile seca y tersa e iba adquiriendo ligeros brillos y mayor tensión a medida que la clase avanzaba; tenía el poder de inmovilizarle durante cortas horas agachado frente a la puerta, apoyada la frente sobre el frío cerrojo.

Sus brazos acompañaban a cada compás de la música, describiendo perfectos y equilibrados movimientos que marcaban sus muñecas, sus codos, esos hombros fuertes y a la vez delicados; movimientos que parecían gobernar los cinco dedos de cada mano, separándose y juntándose, estirándose y curvándose, dirigiendo el conjunto como lo hace la batuta de un director de orquesta, al son del violín que tocaba cada día la ayudante de la profesora.

Su cuerpo danzando le hipnotizaba de tal manera que ni siquiera había reparado en su cara, no sabía si era guapa o no, si tenía una cara sin personalidad o pletórica de ella. No necesitaba conocerla, no precisaba hablar con ella, sabía que ese encuentro sería un auténtico desastre y echaría por tierra todo lo que ella era para él desde que la vió por primera vez. La perdería, y entonces dejaría de ser su secreto, su preciado secreto tras el ojo de la cerradura.

Imagen: Bailarinas de azul, de Edgar Degas