Llovía a mares y a Catalina todavía le quedaban más de 300 metros para llegar al portal de su amigo Álex. Habían quedado para cenar ellos dos, un compañero de él y la vecina-amiga a la que Álex tiraba los trastos incansablemente desde hacía un par de meses.
Estaba empezando a anochecer en un cielo gris ya oscurecido por la tormenta, y comenzaron a encenderse las farolas de la calle casi a la vez que Catalina avanzaba; por un momento fantaseó
qué guay, soy una princesa caminando hacia palacio sobre una larga alfombra jalonada con farolillos que se encienden a mi paso rindiéndome pleitesía, ¡ja, ni Cenicienta!.
Llegó al portal empapada, chorreando el pelo y la blusa que tanto tiempo le había llevado escoger, y al verse reflejada en el horrible espejo color sepia que había tras la puerta enrejada, se le escapó la fantasía y empezaron a chorrear también sus esperanzas acerca de que aquella velada fuera a resultar lo que tenía que resultar. Echó la cabeza hacia adelante y se aireó un poco los rizos antes de llamar al telefonillo -
qué lata estos telefonillos con videocámara, parece que me estén fichando, ¡y todavía no he hecho nada!- protestó mientras sonaba el pppprrrriiiii.
Descolgó Álex: -venga sube, que eres la última.
Pues qué privilegio, vaya entrada triunfal- pensó Catalina mientras subía andando hasta el tercero de aquel viejo edificio del centro.
- Cata, te presento a mi pesadilla diaria, el tío plasta que con su charla no me deja ser en el curro todo lo eficiente que debería ser, éste es Quique.
- Hola Quique, casi es como si te conociera, porque yo podría decir que Álex es el culpable de que la cañita de antes de subir a casa se convierta en varias penúltimas rondas mientras me cuenta vuestras batallitas diarias.- Le dijo Catalina tras los dos besos de rigor.
- Hola Catalina, encantado; yo también es casi como si te conociera, pero te imaginaba algo más seca, ja, ja
Es broma, no te mosquees ¿eh?.- y le guiñó un ojo. Craso error: Catalina odiaba a la gente que guiña un ojo sin ton ni son, y éste empezaba por mal camino. Pero no, Catalina no se mosqueó, pensó bueno, por lo menos es guapo, si me aburre mucho puedo dedicarme sólo a mirarle.
Pasaron al salón, para lo que no tuvieron que hacer más que dar un paso cada uno porque el piso de Álex era realmente pequeño, y aunque él se empeñara en diferenciar las distintas dependencias de su palacio con alfombras, plantas y tabiques imaginarios, el recibidor no dejaba de ser el primer paso del pequeño salón y la cocina el último, y la zona cubierta por la alfombra, era el salón propiamente dicho.
María, la deseada vecina de Álex, se acercó a Catalina para darle dos besos y ya de paso decirle al oído menos mal que has llegado, tía, estos dos me tenían frita hablando de su jefe y de la gorda de su secretaria.
Se sentaron a la mesa, una mesa muy bien colocadita que, tal como pensó Catalina al verla, era claramente obra de María, había dos velas y una flor en el centro, y Álex, a pesar de ser un tío muy sensible, no llegaba a tanto. Abrieron un Imperial reserva del 98, una delicia que había llevado Quique, un entendido en caldos, tal como él mismo se describió. Álex trajo de la cocina dos fuentes: una con ensalada de aguacates, tomates y anchoas, y otra con un pastel de setas comprado en la tienda de abajo picamos un poco de esto y luego traigo el plato fuerte ¿vale?.
- Oye, compañero de fatigas, eres un pícaro ¿sabes que el aguacate es afrodisíaco, no? Y seguro que entre esas setas has metido alguna de las que dan marcha, ja, ja- ¡zas! ¡y volvió a guiñar el ojo!, Catalina era de esas personas que cuando le coge manía a algo, la coge pero bien, y además, por el momento, las bromas de ese chico no le estaban pareciendo para nada ingeniosas, sino del tipo de las que haría un invitado de Crónicas Marcianas.
Empezaron a comer, a beber y a charlar. Álex estaba sentado frente a Catalina y junto a María, y trataba de estar siempre en la conversación de María pero sin descuidar demasiado con el rabillo del ojo a su querida amiga Cata; ésta al principio siguió el rollo a Quique, pero poco a poco fue callándose para dejarle hablar a él mientras ella analizaba, o más bien hacía trizas, todos y cada uno de los chistes baratos con que trataba de impresionarla. Se acabó el vino y Cata se prestó voluntaria para levantarse a por otra, a lo que su amigo respondió ni hablar, voy yo, que tú eres una invitada en mi palacio- Ella ya estaba levantada y había dado el primero de los cuatro pasos que la separaba de la cocina, de forma que al final se levantaron ambos, llegaron a la cocina y se agacharon frente al botellero para elegir cuál abrían; esperando ya Álex la crítica, Cata le susurró -¡pues vaya ligue me has querido endilgar, tío! ¿pero de verdad te ríes con él? Bueno, a lo mejor hay que ser tío para cogerle cariño, seguro que triunfaría en Chueca y guiñó el ojo exagerando el gesto en una burla que arrancó la risa de Álex.
- ¡bueno, parejita!, ¿venís o qué?, no hagais guarreridas ahí abajo, que no era este el plan.
- Sí, hijo, sí, tú sigue así, que si tu plan era volverme loquita, lo estás consiguiendo, pero loquita por que te calles un poco.- Murmuró Catalina mientras cogía una botella de Ardanza, otro rioja reserva del 98, esperando que el "entendido en caldos" no pudiera rechistar por la combinación. Antes de levantarse, Álex la besó tiernamente en la mejilla a modo de disculpa pero a Catalina le sonó a por favor aguanta, que hoy seguro que al fin conquisto a María. Así que ella le agradeció el beso con una sonrisa, se levantaron y volvieron a la mesa.
A Catalina ya se le había ido toda la humedad de cabello y ropa, junto con las ilusiones que la habían acompañado hasta allí transformándola en una princesa, pero se propuso pasar el resto de la noche de la mejor manera posible y facilitarle las cosas a su mejor amigo. Siguieron bebiendo, comiendo y charlando, terminaron de cenar y se pasaron a las copas. Álex llevó a la mesa cuatro vasos de tubo, una hielera de plástico regalo del Pizza Hut, Coca Cola, White Label, tónica, Tanqueray y un limón, detalle para Cata, que sólo bebía gintonic si llevaba un poco de jugo y una rodajita. El gracioso de Quique sirvió los cubatas, mientras Cata se arreglaba su gintonic, y con su humor barato, decidió que la noche sería más divertida si cargaba bien el vaso de María, de lo que Álex no se percató porque estaba mirando a Cata, siempre se reía viendo a su amiga exprimir el limón y huyendo de los chorros que éste le lanzaba a traición.
Hablaron de muchas cosas, rieron, cruzaron miradas y complicidades, y cuando se quisieron dar cuenta, María llevaba en la mirada el simbolito del white label, hablaba muy alto y se reía con exageradas carcajadas de todos los chistes de Quique, que se iban haciendo todavía peores a medida que vaciaba su vaso.
Al rato ya sólo hablaba Quique y reía María, las otras dos almas de la fiesta, resignadas, se miraban y se comunicaban con gestos opinando sobre la situación de aquellos dos y riéndose de ellos mismos.
-¡venga, una penúltima rondita!, pásenme los vasos. Dijo Quique con un tono de voz raro, seguramente tratando de imitar a algún personajillo de la actualidad televisiva que nadie reconoció.
- ¡uff!, noo
yyyo crreo que mmme rretiiiro a caassa.- Dijo a duras penas María tratando de levantarse con una torpeza que rezumaba whisky. La ayudaron Álex y Cata mientras ésta le decía voy a acompañarla a su piso y ahora subo ¿te parece, Álex?.- A lo que él asintió dándole las gracias.
Cuando volvió se alegró de ver a Quique en la puerta poniéndose el abrigo dispuesto a irse, se despidió de él y entró en el salón; esos dos pasos ahora la hicieron sentir bien lejos, salvada. Oyó la puerta cerrarse y su amigo se sentó junto a ella en el sofá y dijo bueno, otra vez hemos triunfado tú y yo ¿no?- y guiñó el ojo. Cata rió a gusto, ese guiño sí que era gracioso, se acurrucó junto a él y los brazos de ambos se ensamblaron en un cómodo abrazo; así pasaron unos minutos, sin cambiar de postura y comentando las mejores jugadas de la noche, se rieron, ahora de bromas ingeniosas, originales y sanas, con el tipo de humor que ambos derrochaban y apreciaban. Al rato Álex se separó un poco para inclinarse hacia ella y decir -¡pero qué mal educado soy! ¡hay una preciosa princesa en mi palacio y yo la tengo aquí con el vaso vacío! ¿qué le sirvo, majestad?.
Fue una décima de segundo lo que Catalina tardó en reconocer aquello; eso era, él era el único que la hacía sentirse como una princesa. Y decidió pasar aquella noche en palacio. Y tras esa, pasó ya muchas más.
Imagen: fotografía de Chema Madoz