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Historia de un niño al que le gustaba el colegio

Historia de un niño al que le gustaba el colegio A sus 8 años Fito tenía dos amigos.

Uno era Pablo, tenía su misma edad, iba a su clase, no llevaba gafas, ni aparato, ni zapatos ortopédicos, todas las mamás decían siempre de él que era un niño riquísimo, sólo tenía un problema, y es que no sabía pronunciar la erre, por lo que todos los días al terminar las clases, tenía que quedarse a corregir su anomalía con el logopeda.

Su otro amigo era Bosquito, vivía en su mismo bloque un par de plantas más arriba y su clase era la de al lado, era el que sacaba las mejores notas, y todavía le tocaba después del cole, ir los lunes y miércoles a una academia de inglés, y los martes y jueves a judo; los viernes se iba a merendar a casa de Fito hasta que su padre le iba a recoger tras salir de trabajar; se pasaba la semana deseando que llegara el viernes; no tenía madre, Fito no sabía porqué, aunque lo había preguntado muchas veces, pero siempre había obtenido de su madre un no te metas en los asuntos de los demás, y del propio Bosquito diferentes excusas que hacían sentir incómodos a ambos.

Cuando Fito salía del cole, le recogía su hermana 5 años mayor que él. No se llevaba bien con ella, no compartían juguetes ni habitación, ni solían bajar al parque juntos, quizás cinco años de diferencia eran demasiados. Caminaban uno al lado del otro y en silencio los escasos tres minutos que separaban el colegio de su casa, y una vez allí, ella se ponía a ver la tele o se metía en su cuarto.

A Fito las tardes se le hacían aburridas, a veces deseaba tener deberes como su hermana; sólo muy de vez en cuando su madre le dejaba acompañarla a hacer la compra, y entonces él lo pasaba en grande, en todos los puestos del mercado le conocían, el carnicero le gastaba siempre la misma broma haciéndole creer que se había cortado un dedo cuando le empaquetaba a su madre las salchichas; el pescadero le regalaba a veces un par de caracoles, pero su madre siempre le hacía devolverlos; el pollero le asustaba con las patas de los pollos; y el panadero casi siempre tenía un caramelo para él.

Entenderéis por qué a Fito le gustaba el colegio, y odiaba el timbre que le decía “hemos acabado por hoy, hasta mañana”. Pero un día todo cambió, las horas empezaron a hacérsele muy largas y no encontraba el momento de que sonara el riiiiing: Pablo aprendió a pronunciar de una vez la erre y el padre de Bosquito encontró un trabajo con el que no obligaba a su amigo a ocupar las mejores horas del día en absurdas clases complementarias.

4 comentarios

Poledra -

Qué recuerdos!!!

mirada -

:-)

Egosum -

El tiempo, a veces, nos libra de esclavitudes (nos pone otras). En relación con el comentario de arriba, yo odiaba el colegio. Nos pegaban mucho; a despecho de esta experiencia, me encanta el estudio y la lectura. Un saludo.

debo -

a mi me gustaba el colegio...