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azuldeblancos

Pequeños tesoros

Pequeños tesoros - ¡Lara, venga, levanta y ven a desayunar!- gritó su madre desde la cocina.
- Yaaa voyyyy - respondió con pogas ganas la niña desde su cuarto.
Tras unos momentos de remoloneo, salió de su acogedora cama, tiritó un poco para pelear con el frío de su habitación, se calzó las zapatillas de peluche que le habían regalado en su último cumpleaños y se puso el uniforme del cole. Al contrario que a todas las niñas de su clase, a ella no le importaba ir con uniforme, porque éste no le obligaba a pensar cada día en qué ponerse a esas horas en las que su cabeza no quería ocuparse en otra cosa que no fuera en el último sueño.
Lara, arrastrando los pies por el pasillo, fue a encontrarse con su colacao calentito y con sus hermanos en la mesa de la cocina. Juan y Pablo eran sus nombres, y todas las mañanas desayunaban con sus clics, cada uno con los suyos, y aunque los mezclaran sobre el mantel, a la hora de irse, cada uno de ellos sabía si la moto, o la clica, o el caballo, o el sombrero que andaba suelto, era suyo o no. Lara tenía sus propios tesoros; ella no desayunaba con ningún juguete, pero tenía su propia taza de desayuno que no permitía usar a nadie más: grande, bajita, redonda y con un tacto agradable hecho ya a sus manos.
Era la hora de irse, y su padre les esperaba en el coche para ir al cole. Lara, con la mitad de su cabeza todavía dormida, fue a su habitación, y metió en su pequeño maletín de chapa con forma de "school bus", su muñeca de trapo, el termo del ratón micky con el colacao para el recreo, el paquetito de galletas preparado por su madre, los cromos repes de su colección con la lista de los tenía que conseguir para rellenar el álbum, y un trozo de hilo que usaba para fabricarse collares con pequeñas flores violetas que florecían cada marzo en los terrenos de su colegio. Cogió también su cartera, que ya había dejado preparada la tarde anterior tras hacer los deberes, con los libros, cuadernos, lápices de colores, ceras y estuche con sus bolis favoritos. Se le olvidaba el trabajo de "naturales" que había preparado marcando sobre hojas de papel la textura de las cortezas de los árboles del parque con lápices marrones de distintos tonos; lo metió con cuidado en la cartera, a pesar de que casi no cabía, y salió acompañada con lo que ese día, hasta que volviera de nuevo a casa, eran sus tesoros.

1 comentario

reuben -

Muy lindo. Cuando les pasan estas cosas a uno de chico, nunca deja después de buscar su muñeco de trapo, sus cronos, sus galletas y sus flores violetas...
Lindo post.