Ensayo sobre las lágrimas
Como una necesidad fisiológica las definiría un oftalmólogo, fundamentales para mantener la retina hidratada y mantener así la curvatura apropiada para un enfoque preciso. Son liberadas en estado normal, de forma continua en pequeñas e inapreciables dosis manteniendo el brillo vital de los ojos.
Un sistema de alerta ingeniado por el cuerpo humano para avisar de un dolor, de un fallo en algún punto de nuestro organismo. Surgen espontáneamente y fluyen por las mejillas en rápido descenso sin resultar alivio alguno del dolor causante. Al desaparecer apenas dejan señales de su paso, los ojos recuperan en breve su aspecto de normalidad.
Son llamadas a filas por las más poderosas emociones, alegría y tristeza extremas, aparentemente sin otra misión que cumplir más que maquillar las expresiones que adopta el rostro en esas circunstancias. Éstas parecen no mojar, parecen no pesar, parecen ausentes, carecen de importancia bajo el mando de esos sentimientos.
Contagiosas como un bostezo si entre dos personas gobierna el cariño sincero. Entonces son inevitables y persistentes, actúan al margen de la voluntad, pues si se detienen en uno, pronto serán reclamadas por las del otro. Consiguen en este caso dulcificar el dolor de ambos, pues al mostrarse hacen surgir la complicidad y un cálido sentimiento de arropo.
Desconsoladoras cuando las causa la soledad, no tienen intención de pavonearse ante nadie, sólo de acompañar en ese enorme espacio y tiempo. Salen lentamente, congestionando, encharcando el interior del párpado, desbordándose lentamente sobre las pestañas y cayendo finalmente en una cascada que al estrellarse lanzará miles de minúsculas gotas de dolor.
Amigas que se llevan el peso del dolor profundo temporalmente en esas ocasiones en las que, no sé cómo pero se sabe, eso de necesito llorar y desahogarme, cuando algo ilocalizable en nuestro interior llamado alma, duele y no hay método curativo posible.
A veces se equivocan, aparecen sin que sepamos porqué, sin que tengamos una razón obvia que las llame, lo que hace más difícil la tarea de hacerlas desaparecer. Puede que vayan acumulándose si no las dejamos salir cuando quieren, y aprovechen los momentos de debilidad en que descuidamos nuestro consciente para irrumpir en nuestra cotidianeidad.
Nunca son fáciles de olvidar, son poéticas y valiosas, y volverán fieles siempre que las llamemos, ya sea con una risa o un sollozo.
Un sistema de alerta ingeniado por el cuerpo humano para avisar de un dolor, de un fallo en algún punto de nuestro organismo. Surgen espontáneamente y fluyen por las mejillas en rápido descenso sin resultar alivio alguno del dolor causante. Al desaparecer apenas dejan señales de su paso, los ojos recuperan en breve su aspecto de normalidad.
Son llamadas a filas por las más poderosas emociones, alegría y tristeza extremas, aparentemente sin otra misión que cumplir más que maquillar las expresiones que adopta el rostro en esas circunstancias. Éstas parecen no mojar, parecen no pesar, parecen ausentes, carecen de importancia bajo el mando de esos sentimientos.
Contagiosas como un bostezo si entre dos personas gobierna el cariño sincero. Entonces son inevitables y persistentes, actúan al margen de la voluntad, pues si se detienen en uno, pronto serán reclamadas por las del otro. Consiguen en este caso dulcificar el dolor de ambos, pues al mostrarse hacen surgir la complicidad y un cálido sentimiento de arropo.
Desconsoladoras cuando las causa la soledad, no tienen intención de pavonearse ante nadie, sólo de acompañar en ese enorme espacio y tiempo. Salen lentamente, congestionando, encharcando el interior del párpado, desbordándose lentamente sobre las pestañas y cayendo finalmente en una cascada que al estrellarse lanzará miles de minúsculas gotas de dolor.
Amigas que se llevan el peso del dolor profundo temporalmente en esas ocasiones en las que, no sé cómo pero se sabe, eso de necesito llorar y desahogarme, cuando algo ilocalizable en nuestro interior llamado alma, duele y no hay método curativo posible.
A veces se equivocan, aparecen sin que sepamos porqué, sin que tengamos una razón obvia que las llame, lo que hace más difícil la tarea de hacerlas desaparecer. Puede que vayan acumulándose si no las dejamos salir cuando quieren, y aprovechen los momentos de debilidad en que descuidamos nuestro consciente para irrumpir en nuestra cotidianeidad.
Nunca son fáciles de olvidar, son poéticas y valiosas, y volverán fieles siempre que las llamemos, ya sea con una risa o un sollozo.
12 comentarios
Poledra -
Un abrazo.
reatratado -
Egosum -
mirada -
Gracias preciosa. Besos
debo -
lágrimas que llegan en el peor momento... o en el mejor... lagrimas que aunk solo sean una o dos pueden llager a liberarte(desahogarte) de tal forma que es inexplicable.. incluso muchas veces a pesar de derramar lagrimas no conseguimos k nos alivien nada!! yo las odio, y las quiero al mismo tiempo... son especiales, loq ue no m gusta esque las llevo conmigo demasiado amenudo :(
gracias niña!
Trini -
Se ve que has estudiado bien a las lágrimas.
Besos
Corazón... -
Dejarlas brotar libremente y que tomen el camino que quieran :)) lo mejor de todo es cuando se evaporan te sientes más ligero, mas hummm. Eso!! a mi me dan mucha paz interior :)
Un saludo!
;o)
bikerin -
¿Nos vas a hacer un diccionario en el que cada palabra sea un blog? :-)
(Dilo, A de B: ¡Ni loca, ¡vamos!) X-D
..............
Ahora en serio: Sigo disfrutando de cada palabra que escribes. :-)
Brisa -
Juanito -
Oye, que bonito tu post. No recuerdo haber llorado mucho pero sí en qué ocasiones.
Hay un proverbio árabe que dice: "Te olvidarás de con quien reíste pero jamás te olvidarás de con quien lloraste". Te sigo. Mua.
(Gracias por tus comentarios. Como casi eres la única no veas la de veces que los leo)
LLuvia -
pitijopo -