Rincones
De vez en cuando, encuentro rincones curiosos, objetos que permanecen en el tiempo con toda su personalidad entre otro montón de cosas con las que no guardan ninguna relación.
Estaba entrando el tren a Madrid, por las vías que parecen esquivar las grandes y acristaladas torres de oficinas de Méndez Álvaro, el luminoso y ostentoso centro comercial, la estación de autobuses, la congestionada M-30, los altos bloques de viviendas y algunas que otras naves y talleres.
Allí la encontré: abriéndose un íntimo espacio entre todas esas prepotentes edificaciones. Era una sencilla casita con tejado a dos aguas; tejas de color teja, como deben ser; paredes de ladrillos todos distintos unos de otros creando una original y heterogénea textura en el muro; una sencilla puerta de entrada desde una calle que no era calle ni jardín, era tierra; una balconada que recorría los pocos metros de fachada y a la que se asomaban cuatro ventanas con persianas de madera; unas cuerdas de tender la ropa se extendían a lo largo de esa balconada, sosteniendo únicamente prendas de tonos rojos.
Pensé ¿será que vive tanta gente en esa pequeña casita, que tienen prendas suficientes de color rojo entre todos como para hacer una colada completa? ¿será que quien vive allí ha trabajado durante estas fiestas de Papá Noel en alguno de esos agobiantes centros comerciales?
No sé cómo será la vida en esa casita, no sé cómo serán sus habitantes, pero sí sé que esa casa mostraba un extraño orgullo. Ella, insignificante, permanece allí con el paso del tiempo.
Y que sea mucho tiempo, se lo merece.
Estaba entrando el tren a Madrid, por las vías que parecen esquivar las grandes y acristaladas torres de oficinas de Méndez Álvaro, el luminoso y ostentoso centro comercial, la estación de autobuses, la congestionada M-30, los altos bloques de viviendas y algunas que otras naves y talleres.
Allí la encontré: abriéndose un íntimo espacio entre todas esas prepotentes edificaciones. Era una sencilla casita con tejado a dos aguas; tejas de color teja, como deben ser; paredes de ladrillos todos distintos unos de otros creando una original y heterogénea textura en el muro; una sencilla puerta de entrada desde una calle que no era calle ni jardín, era tierra; una balconada que recorría los pocos metros de fachada y a la que se asomaban cuatro ventanas con persianas de madera; unas cuerdas de tender la ropa se extendían a lo largo de esa balconada, sosteniendo únicamente prendas de tonos rojos.
Pensé ¿será que vive tanta gente en esa pequeña casita, que tienen prendas suficientes de color rojo entre todos como para hacer una colada completa? ¿será que quien vive allí ha trabajado durante estas fiestas de Papá Noel en alguno de esos agobiantes centros comerciales?
No sé cómo será la vida en esa casita, no sé cómo serán sus habitantes, pero sí sé que esa casa mostraba un extraño orgullo. Ella, insignificante, permanece allí con el paso del tiempo.
Y que sea mucho tiempo, se lo merece.
8 comentarios
debo -
besos!
Enelcamino -
A veces vivimos tan rápido que no tenemos tiempo ni de reparar en esos detalles.
Vamos con los ojos abiertos pero sin ver.
Besos
AZUL de blancos -
Un beso
AZUL de blancos -
AZUL de blancos -
Un beso muy agradecido.
Magda -
Un beso.
Poledra -
Un abrazo!!
Sergi -
Y ahí tu pequeña casita de tejas azules y ropa azul, cobalto, azul seco, azul lavanda, azul primera cita, azul jersey viejo...
En fin, espero que no sea sólo porque yo también he entrado en Madrid por esas vías tantas veces, por lo que me ha gustado tu casita de hoy.
Un abrazo.